Sandra Paola Real M.
Dela misma manera en que no sabes cómo vas a ser de madre antes de que nazca tu primer hijo, tampoco lograrás adivinar cómo será él, tu compañero de vida, de padre. Pero una vez que llegan los dos a casa con el bebé en brazos, descubres la maravillosa o cruel realidad.
Quiero dedicar esta columna al padre de mis tres hijos, a ti, Hernán Jiménez. Me tocó un ‘superpapá’, de esos que se hacen cargo del bebé tanto como uno. Dice saberlo todo acerca de la paternidad, tiene respuesta para todo y una paciencia envidiable. Es tan
padre-madre que, si la biología se lo permitiera, les hubiera dado teta a Majo, a Jaco y a Emi. Un padre que se levanta a la madrugada si hay dolor o llanto; uno que disfruta darles la comida y llevarlos a sus clases. Que no tiene problema en acercarse al colegio, un par de veces a la semana, porque los niños dejaron la tarea en casa. Y que luego de un día largo de trabajo tiene a los niños empijamados, comidos y en la cama. Que distingue el babero de la sopa del de la fruta y se sabe a la perfección todas las canciones de Los Canticuentos.
Aplaudo hoy a todos los padres que pasean al bebé en el parque con el chupo abrochado en el cuello de la chaqueta, o que caminan por el centro comercial con una manta de ositos colgando del hombro sin pudor. Que hacen bailes, expresiones faciales, sonidos guturales e inventan palabras con tal de calmarlos. ¡Y lo logran!
Para los que entran al parto pensando que te van a calmar y pondrán su hombro para que lo estrujes con cada contracción. Pero no: los nervios les juegan una mala pasada, la emoción los arrincona y terminan desmayados de los nervios...
Gracias por su comprometida labor y por ayudarnos a transitar este universo maternal. ¡Feliz Día del Padre para todos! Gracias, papás, por leernos y también por sumarse a esta gran familia de la Revista ALÓ.