Recorrimos Buenos Aires, en versión femenina y nos encantó
Esta Es, sobre todo, una ciudad que vibra En cada una de sus calles. Ellas definen Estilos de vida, sonidos y sabores. san telmo Es la opulencia sobre aceras adoquinadas. boca, un ‘mixtape’ con las coloridas fachadas de sus casas. las áreas de soho y hollywood, para las amantes de la moda. 36 horas En una ciudad sencillamente alucinante.
{L }Luego de siete horas de vuelo, por fin aterrizo en Buenos Aires. Tenía muchas ganas de volver a esta metrópoli, que no visitaba desde el 2005, y esta vez la viví de una forma diferente, pues el Ente de Turismo del Gobierno de la Ciudad me organizó un recorrido personalizado. Me recibe el frío característico del invierno porteño. Es viernes por la mañana en la “ciudad de la furia”, y el termómetro marca 9 grados, uno de los amaneceres más fríos de esta época. Con la llegada de la estación invernal, la ciudad de Carlos Gardel y de Astor Piazzola se viste de nuevos colores, regalándonos los mejores paisajes dignos de un cuento mágico.
Día 1
Un alfajor y un café de bienvenida en el aeropuerto internacional Ministro Pistarini, a las 5 a. m.; una sonrisa amplia y generosa del taxista que me transporta, quien me pone al día sobre el fútbol, política y cine gauchos, y un arribo muy dulce, con medialunas y chocolate caliente incluidos, en el hotel Four Seasons (Posadas 1066), todo para sentirme como iniciando un sueño azucarado. El lugar es bellísimo: combi
na una mansión de principios del siglo XX y una torre contemporánea, lo que resulta en lo mejor de las comodidades modernas con glamur del estilo europeo. Una habitación supercálida, decoración con detalles contemporáneos, una cama mullida y una tina ensoñadora enclavada en un baño de mármol, atención cinco estrellas y pura calidez, para empezar con pie derecho el viaje... Es clara la cultura que se respira en la capital argentina, la humanidad y la sencillez colectiva. Los porteños quieren que los visiten y tienen los brazos abiertos para recibir al turista.
Luego de unas pocas horas de sueño y de recobrar energías, me encuentro en el ‘lobby’ con la sonriente Denise Fevre. Una mujer rubia, linda y que ha ayudado a darle un vuelco total al turismo de la ciudad, innovando en la forma como la venden al mundo. Nos trasladamos en taxi para almorzar en el restaurante El Preferido (Jorge Luis Borges 2108). El taxista, Martín Navarro, dice ser el tío de Leo Messi; cuando le pregunto por semejante parentesco revela: “Soy el hermano de la mamá del Leo”. Y continúa contando intimidades del delantero del Barcelona. Al bajarnos dudo de que sean familiares, pero resultó muy divertido el recorrido.
Ya en el restaurante, nos topamos con Guido Tassi, chef y socio. “Es un lugar en el que te puedes sentar en una barra y picar algo, acompañándolo con un vermut o un vino por copa”. Se trata de una casona de fines del siglo XIX que abrió sus puertas como almacén en 1952, para luego convertirse en bar clásico de Palermo. La idea, dice, fue mantener la esencia: “Las mesas son las de toda la vida, solo les cambiamos la fórmica, las sillas, las aberturas y las puertas; el piso lo hicimos nuevo, pero con el mismo ADN”. Probamos buñuelos de acelga con alioli, trillas marinadas estilo boquerón, pejerrey a la romana, guiso de mondongo y puré de papas, todo delicioso.
El recorrido continúa a pie junto a María José Loos, periodista, corredora y gran guía, para conocer Palermo Zoo, zona llena de bares, tiendas de diseñadores y galerías de arte que convirtieron el barrio en un referente en estas cuestiones. Panorama Store, Dubié, Anushka Elliot y House of Matching Colours, cuatro tiendas cargadas de las innovadoras propuestas en moda. El diseño argentino es rebelde pero benévolo con las tendencias y los nuevos creadores. Lejos de replicar modelos, quienes definen el ADN de la moda en el país austral ofrecen prendas que van más allá: cortes distintos de pantalones de talle alto y prenses, prendas sobrepuestas y el ‘mix and match’, una constante de la temporada.
La cena es en el restaurante La Malbequería (Gurruchaca 1418). Un templo al malbec en el que probamos varias copas y un sorprendente salmón con Provoleta y empanadas, perfectamente elaboradas, que resultaron una expe
riencia única. La atmósfera acogedora del lugar consigue que sus visitantes se sientan relajados y disfruten de un rato estupendo. Bajo la curaduría del enólogo Juan Argerich, con su amplia trayectoria en las bodegas mendocinas, vuelvo a descansar plácidamente gracias a la bebida espirituosa.
Día 2
Lluego de un desayuno exquisito –‘Bircher Müesli’ con yogur, miel y frutos secos, medialunas de manteca (entre dulces y saladitas y con la crocancia perfecta), budín de vainilla y dos capuchinos– en el restaurante Elena, mi día empieza en forma... Buenos Aires es conocida como el Paris de América, y no hay frase que lo defina mejor; estando por sus calles hay momentos en que pierdes la perspectiva exacta de dónde estás, si en Europa o en América.
Llego a El Rosedal (Tres de Febrero), declarado patrimonio cultural de la ciudad. Mi cita es con la entrenadora Agustina Chiesa, una corredora experta y la asesora de mujeres amantes del ‘running’ cuyas edades oscilan entre los 20 y los 70 años. El lugar es perfecto para entrenar. El parque conserva miles de rosales de cerca de 100 especies de dichas plantas. Además, se destacan el lago con su puente, la pérgola, la colección de bustos de poetas, el patio andaluz y el anfiteatro. Agus, como la llaman sus alumnas, asegura que el deporte sí empodera a las mujeres. “El ‘fitness’ es mi vida. Con mi entrenamiento, en un mes correrás 5 kilómetros, tonificarás los brazos y aumentarás la energía. Además, en dos semanas acaba con los dolores de espalda posturales”, revela. ¿Por qué tantas mujeres corren? “Es un puente a un estilo de vida sano, a un mundo paralelo donde las mujeres se sienten más felices”, complementa.
Ahora vamos rumbo a Caminito, considerado el barrio con más color de Buenos Aires. Los inmigrantes construyeron sus casas sobre pilotes que coloreaban con los sobrantes de pintura que les regalaban en los astilleros. Más tarde llegaron allí los artistas y bohemios, y así surgió ese barrio pintoresco que tanto conquista a los viajeros de todo el mundo. El almuerzo es en Nápoles (Caseros 449). Se trata de un espacio enorme que fusiona lo ‘vintage’ con la estética ‘cool’. Traspasar su puerta, junto a la cual un panadero prepara ‘gressins’, es ingresar en una dimensión diferente. Entre las especialidades están la burrata con tomates y albahaca, la pasta casera y los fiambres frescos traídos de Italia, y el arte que estalla por todos. No olvides ver la tienda de ropa usada.
El recorrido continúa con una visita guiada en el Museo de arte Moderno (av. San Juan 350), ubicado en el emblemático barrio de San Telmo, que exhibe –durante todo el año– obras de arte argentino e internacional, tanto de su colección permanente como de artistas contemporáneos. Rematamos con una taza de café maridada con alfajor de chocolate en el Café Zeta, con sus amables y guapos baristas.
La tarde avanza, y llegamos al Mercado de San Telmo. A minutos del Obelisco, de fachada típicamente italiana e interiores amplios, es lugar de encuentro obligado para los vecinos del
barrio, como también de visita imperdible para los cientos de turistas que día a día se acercan a conocerlo. Puestos de antigüedades, artesanías, discos o juguetes viejos y decenas de fotos, que compré, complementan el gran atractivo del paseo.
La cena es en el Cena Trade Sky Bar, complejo de tres espacios gastronómicos que funcionan en los pisos 19, 20 y 21 del edificio Comega (av. Corrientes 222). Y así es: lo primero que deslumbra es la vista imponente de Buenos Aires. Entrevisté a Pablo Fernández, quien me invitó a probar Crudos Omakase, el restaurante del piso 20. “Una de las últimas tendencias en los restaurantes importantes es la cocina cruda. El pescado y los frutos del mar son el corazón de la carta (aunque hay algunas piezas de ‘wagyu’ y una yema curada de codorniz). Todo llega cortado con precisión, fresquísimo, a la temperatura correcta”, revela. Cada tabla de mármol llega con cinco bocados que serán explicados con conocimiento por el mesero. Se disfrutan más siguiendo el orden propuesto.
Día 3
El desayuno nuevamente es generoso: ‘frittata’ de claras con trucha ahumada. Mi recorrido por la ciudad inicia en el renovado Mercado San Nicolás. Una frutería y verdulería, una fiambrería, una pescadería, etc., conforman la moderna plaza de mercado que también cuenta con un espacio de ‘coworking’ en el primer piso y una estación saludable para difundir buenos hábitos nutricionales.
Sigo con un recorrido en bici, acompañada por la grandiosa Lucía Servidio. Montadas en nuestros ‘caballitos de acero’, avanzamos por la ruta hacia los Bosques de Palermo, nada menos que 350 hectáreas de parque ideales para mezclarse con los porteños. La Oficina de Turismo de la ciudad ofrece ‘tours’ gratuitos en bici, la mejor forma de conocer. Mientras se pedalea, se aprende la historia del parque del 3 de Febrero, nombre oficial de esta inmensa superficie llena de palmeras, ceibos y gomeros donde encontramos desde un planetario hasta un campo de polo.
A la 1 en punto, el almuerzo es en el precioso Fayer (Cerviño 4417). Gastronomía israelí mediterránea sin pretensiones religiosas, así se define la carta a cargo de Mariano Muñoz, al frente de la cocina. ‘Fayer’ significa fuego en yidis; para compartir hay una lista de platos como falafel, humus y ‘babaganoush’, además de pesca ahumada (solo pescados blancos) y verduras de estación
La gastronomía de esta ciudad es alucinante. El Nápoles, con una decoración espectacular que iguala los sabores de su menú, o Elena, en el Four Seasons.
a las brasas. Lo mejor llegó al final, una chicluda ‘baklawa’ y piña a las brasas.
Culmino el día recorriendo el llamado Palermo Viejo, paradójicamente el más moderno, que se divide, a su vez, en Palermo Hollywood, lleno de agencias de publicidad, y Palermo Soho, el de los lugares más actuales en torno a la plaza Cortázar. Allí, las tiendas de ropa, las paredes de arte urbano y los restaurantes de moda dibujan la escena en estas calles adoquinadas. Cafecitos de aire francés, tiendas de diseño, restaurantes veganos y hoteles ‘boutique’ y hombres guapos por todos lados. Y aquí sí, perderse entre callejones intervenidos con grafitis es una gran idea, al mejor estilo de Wynwood, en Miami; hay que tomarse una que otra selfi. El día finaliza recorriendo el jardín botánico y cenando en La Cabrera (José Antonio Cabrera 5099), parada obligatoria si quieres probar un suculento ojo de bife maridado con vino. La fila para entrar es larguísima, así que vale la pena hacer una reservación.