Alo (Colombia)

REPORTAJE

- poradriana restrepo

Mi primera Navidad sin ti

La muerte de un familiar o una mascota, el final de una relación a la que dedicamos tiempo y cariño, el salir de un país donde dejamos todo cuanto conocíamos son pérdidas irreparabl­es que inevitable­mente duelen. Tres mujeres con un corazón de oro nos contaron sus historias y las enseñanzas invaluable­s que adquiriero­n tras estas experienci­as de vida.

Betania Zambrano Mi primera Navidad lejos de casa

La historia de Betania es la de cientos o miles de mujeres venezolana­s que cruzan la frontera de su país embarazada­s, con niños con hambre y a veces enfermos, con algo de ropa en la maleta y con el poco dinero que pudieron guardar para jugarse la vida y el destino en una travesía incierta.

Betania (25 años) nació en Mérida y allí vivía con su hija mayor (Victoria, de 7 años), su mamá, sus tíos y sus primos. Todos tenían trabajo y cubrían como podían los gastos de la casa. Pero la situación se puso cada día más difícil. La mamá de Betania, Anely del Carmen Zambrano, perdió su empleo de más de 30 años en un restaurant­e de comida colombiana, y Jesús Manuel González, el novio de Betania, dejó de encontrar caminos dentro de la única opción que parecía funcionar en Venezuela: el rebusque. Para entonces, todo el sostenimie­nto recaía en Betania, quien desde los 16 años se había convertido en una estrella del diseño de uñas en acrílico y nunca le faltaban turnos en el salón de belleza en el que trabajaba.

Jesús Manuel fue el primero en emigrar hacia Colombia. Unos días más tarde lo siguió Betania. Después de hacer turnos inacabable­s durante la temporada de diciembre, dejó suficiente dinero ahorrado para que su mamá y Victoria tuvieran mercado y ella pudiera llevar algo para su llegada a Bucaramang­a, la ciudad que habían fijado como destino.

Pero la vida hace malas pasadas. Al llegar al Páramo de Berlín –ese alto entre Cúcuta y Bucaramang­a que se convierte en el reto más temido para los migrantes–, quienes han hecho de la desdicha y la necesidad ajenas un negocio les quitaron a Betania y a todos los indocument­ados el dinero que llevaban en los bolsillos.

¡no perdió el ánimo! Betania pidió ayuda y llegó a la casa donde se quedaba Jesús Manuel con varios amigos. Allí les correspond­ía la sala. Y un colchón de segunda, que él procuró tener listo para su llegada.

Unos meses después, pidió prestados 600.000 pesos y emprendió el camino de regreso a Mérida. Llegó de sorpresa a casa y les anunció a su mamá y a Victoria que había llegado la hora de viajar juntas a Colombia. Lo hicieron en bus y con el corazón en la mano. “Tenía mucho susto de que no me dejaran pasar a Victoria, de que me pusieran problema. Gracias a Dios pudimos llegar sanas y salvas”.

Con el paso de los días, y dado que todos encontraro­n trabajo, Betania consiguió una casa pequeña donde ella, su hija, su esposo, su mamá y una bebé inesperada que venía en camino pudieran vivir con privacidad. Además, logró que el Hospital de la rioja en Piedecuest­a, santander, le hiciera sin cobro alguno los controles durante el embarazo.

Pero vino entonces el mayor reto para Betania. Bárbara nació con un complicado problema cardiaco en el Hospital de san Juan de Dios de Floridabla­nca, donde siempre tuvieron la mejor disposició­n y cuidado hacia Betania y su bebé, pero no contaban con los recursos necesarios para hacerle las intervenci­ones quirúrgica­s que la niña necesitaba.

Betania luchó como gladiadora. Pidió ayuda a los medios de comunicaci­ón, a la secretaria de

salud de santander y a la fundación cardiovasc­ular de colombia. alrededor de ella se creó una cadena infinita de personas solidarias en todo el país que buscaban salvar la vida de la pequeña Bárbara. ¡Y así fue! la bebé, quien ha luchado con todas sus fuerzas por salir adelante, fue internada en la fundación cardiovasc­ular, en Bucaramang­a, y allí, el equipo de médicos, enfermeras y directivos se ha comprometi­do con la salud de la niña, que requiere varias cirugías. Betania también se ha dedicado en cuerpo y alma al cuidado de su hija, que la necesita de tiempo completo consigo.

esta será la primera navidad de Betania en colombia. este año no irá a Mucurubá, ese pueblo que se llena de velas cada diciembre para festejar a la Virgen María. Tampoco se reunirá con sus tíos y sus amigos de siempre a comer hallacas en nochebuena ni se irá de fiesta para celebrar el año nuevo. se queda en Piedecuest­a, un lugar que por fortuna le recuerda a Mérida. “Yo no quiero ni puedo volver a Venezuela. no quiero porque aunque se vaya Maduro, hay una generación entera que creció sin querer trabajar y solo viven por el bono que les da el gobierno. Y yo sí quiero trabajar y sacar adelante a mis niñas. Tampoco puedo volver porque Bárbara necesita de la fundación cardiovasc­ular, donde llevan todos los procedimie­ntos médicos de la niña. así que Bucaramang­a es ahora mi ciudad”.

aún no saben si el 24 de diciembre, Bárbara tenga que pasarlo hospitaliz­ada, pues están esperando la autorizaci­ón para una cirugía importante a corazón abierto. Betania tiene fe en que esta pueda ser llevada a cabo pronto y en que ella y su niña estén de vuelta en casa para navidad, donde podrán celebrar lejos de su país, pero reunidos los cinco, que son todo cuanto importa en la vida.

Paola Martínez

Mi primera Navidad sin mi papá

“el 23 de julio de 2019 murió mi papá. Tenía 63 años y estaba perfecto, pero ese día sufrió un aneurisma en la aorta abdominal”, dice sandra Paola Martínez con absoluta tranquilid­ad. con esa calma que se logra cuando se miran las cosas ya con cierta distancia. Y con la madurez de quien entiende que la muerte también trae grandes enseñanzas.

A través del duelo comenzamos a entender y a aceptar que debe continuar nuestra propia existencia” Isabel Cristina bettin * psicóloga Infantil del gimnasio los Caobos

Días antes, Sandra Paola, quien es actriz, salió en la madrugada de la casa para emprender una gira por Norte de Santander con su grupo de teatro. Abrió la puerta del cuarto de su papá, pero no se despidió. Él estaba dormido. Hacia las siete de la noche de aquel 23 de julio, el doctor Ricardo Arturo Martínez terminó su turno en el Hospital Universita­rio Erasmo Meoz, donde trabajaba desde hacía más de 30 años. Durante el breve trayecto en el que caminó hacia el parqueader­o sintió un fuerte dolor entre el pecho y el estómago. Llamó a su esposa, Gloria León, enfermera del mismo hospital, y a sus amigos médicos. Llegaron en minutos y pidieron una ambulancia, porque entre todos decidieron que la Clínica San José de Cúcuta era la mejor opción, debido a que los síntomas pronostica­ban un infarto.

“Isabel, mi hermana mayor, estuvo con él en la ambulancia. Cuenta que siempre estuvo consciente. Incluso iba sentado junto al conductor y les relataba a los paramédico­s el tipo de dolor que sentía”. Entraron a urgencias y, en minutos, a cirugía. Desde ese instante, las cosas sucedieron demasiado rápido. “No pasó una hora entre una primera llamada que me hizo mi hermana para avisarme que papá se había puesto mal y una segunda, en la que mi tío me dio la noticia de que había muerto”.

Sandra Paola entró en shock. No entendía qué pasaba y solo pensaba en ese instante en que hubiera podido decir adiós, pero no lo hizo. Habló con sus compañeros de teatro y lloró sin parar durante la noche, intentando encontrar explicacio­nes imposibles a la partida de su padre. A la mañana siguiente, el grupo completo tomó un bus y viajó desde Convención hasta Cúcuta para llegar a la Funeraria Los Olivos, donde Sandra Paola fue encontrand­o uno a uno a los integrante­s de su familia, que se hacían las mismas preguntas vacías.

¡Cuántas cosas se le pasaron por la cabeza! ¿Por qué no le dijo nada esa mañana? ¡¿Cómo podía ser el destino así de traicioner­o?! Hacía solo seis meses, ella había abandonado su vida en Bogotá para regresar a Cúcuta y estar cerca de su padre, su mejor amigo. Pero él ya no estaba. Y ya no estaría más.

Sin embargo, la vida, como los ríos, encuentra siempre su cauce. Con el tiempo, Sandra Paola entendió que su papá se había entregado a la muerte felizmente, quizás llevado por la curiosidad que le despertaba y porque nunca le tuvo miedo.

“Mi papá era un lector ávido, un filósofo, un maestro. Era masón y siempre le interesó entender el sentido más profundo de la vida. Recuerdo que hablamos de la muerte muchas veces. Me decía que era una dimensión en la que trascender­íamos según nuestra experienci­a en la Tierra y que lo haríamos juntos, como núcleo familiar”.

Al doctor Ricardo Arturo le hicieron dos despedidas. Una Tenida Fúnebre en la Gran Logia Oriental de Colombia (fue miembro por 25 años) y una misa católica, porque su esposa lo era. Se fue rodeado de los símbolos y los códigos de todo en cuanto creyó y de todos quienes lo amaron.

Después de días enteros de llanto, de sentirse perdida, Sandra Paola recordó a su papá como era: un hombre tranquilo, alegre, de humor inteligent­e, que pocas veces les ponía color a los problemas. Así que entendió, al igual que su familia, que esa era la única manera posible de vivir plenamente.

“Su muerte fue también un renacimien­to para mí. Aprendí a soltar, a madurar, a amar en la distancia sin depender. Me liberé de muchas cosas y de alguna forma su fortaleza se metió en mí y lo llevo conmigo”.

Esta será la primera Navidad sin su papá. Y por supuesto que hará falta. Sandra Paola extrañará su música cuando tocaba la guitarra, y a su compañero de exposicion­es de arte y obras de teatro. A su gran amor. A su héroe.

Pero está tranquila, porque sabe que no hubo un día en que no le dijera cuánto lo amaba y le agradecier­a por animarla a

cumplir sus sueños. Y porque tiene la seguridad absoluta de que su Guagua (como lo llamó su sobrino Simón) encontró por fin la respuesta de esa verdad secreta que anduvo buscando.

Catalina Varela Mi primera Navidad luego del divorcio

“A Eduin lo conocí en la universida­d, cuando estudiábam­os Mercadeo y Publicidad. Nos hicimos amigos, en principio. Pero poco a poco empezó a gustarme porque era un hombre centrado, pilo, trabajador y buena persona”, cuenta Catalina.

Empezaron a salir y con el tiempo formalizar­on la relación. En febrero del 2007, después de cinco años, se fueron a vivir juntos. Y cinco meses después se casaron por la iglesia Católica, porque ambos así lo quisieron. Fueron varios años de amor incondicio­nal, de respeto, de luchar por sueños conjuntos y de complicida­d.

En mayo del 2012 llegó Juan Martín. “Llevábamos más de un año intentando, así que fue una noticia que nos emocionó muchísimo. Los dos nos moríamos de ganas de ser papás, y Juan llegó para darnos esa alegría enorme y para darle la vuelta por completo a nuestra rutina. Se convirtió en el centro de nuestras vidas y logramos formar una familia muy unida. Lo hemos disfrutado cada segundo: durante los viajes, las clases o viéndolo crecer y convertirs­e en un niño espectacul­ar, experto en animales y dinosaurio­s, inquieto y amoroso”.

En el 2016, se les presentó la oportunida­d de trasladars­e a Pereira. No solo resultaba una buena plaza comercial para Eduin, también veían ahí la opción de un estilo de vida más tranquilo. En pocos meses, tomaron la decisión, empacaron maletas y se establecie­ron en la nueva ciudad.

“No fue fácil ese cambio. Eduin viajaba mucho y para mí, que renuncié a mi trabajo, fue difícil acoplarme. Llegaron los problemas, las dudas, los reproches. El amor y la paciencia se iban agotando y queríamos cosas distintas para el futuro. Pero lo que nunca perdimos fue el respeto por el otro”.

Catalina y Eduin acudieron entonces a una psicóloga, quien los asesoró durante todo el proceso de separación. “Para nosotros era muy importante que Juan Martín no sufriera. Así que hablamos con él. Le explicamos que siempre estaríamos juntos como familia, así ya no fuéramos pareja; que no nos perdería jamás”. Y Juan Martín, con una madurez tremenda para sus siete años, lo tomó bien. “Yo creo que aunque él entendía que estábamos tensos, nunca sintió que fuera un hogar en guerra. Y ahora hemos tratado de mantener una relación bonita”.

Por supuesto que hubo días malos. Muy malos. Hubo llanto, rabia y culpa. “Al final de cuentas, lo que uno imaginaba que sería su vida se acabó. Y eso duele”.

Sí, un divorcio es difícil siempre. Incluso cuando se hace en buenos términos. Lo importante es entender que en una ruptura no hay fracaso sino grandes lecciones. Y Catalina lo aceptó con el tiempo y con el apoyo de su grupo de amigas.

“Esta será la primera Navidad en la que no estemos juntos, como esposos, pero nos queda la tranquilid­ad que no pasará un solo día en que no seamos familia, porque siempre lucharemos juntos por nuestro hijo”.

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Betania junto a sus pequeñas Victoria y Bárbara
 ??  ?? Sandra Paola con su mamá, su hermana y su sobrino
Sandra Paola con su mamá, su hermana y su sobrino
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Foto: Cortesía Catalina y Juan Martín

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