Alo (Colombia)

"El mejor papá del mundo"

- Por: Marcela Sarmiento

“De niña mis padres me educaron con la idea de que todo lo que uno se propone puede lograrlo. Solo basta con creer y luchar por nuestros sueños para hacerlos realidad…” este es tal vez el discurso más frecuente con el que nos encontramo­s a diario y no solo a la hora de criar a nuestros hijos, sino que también es el remedio del que nos valemos para ayudar a quien necesite ser reconforta­do en momentos de frustració­n y confusión.

lo mejor de ello es que, en casi todos los casos, el método funciona, aunque sea para aliviar temporalme­nte el alma, y lo he podido comprobar en muchas ocasiones. con unas palabras simples como: “todo estará bien” se puede llenar de valor al espíritu derrotado de algún amigo, y lo mejor de todo es que, aunque no haya certeza de ello, es también una forma de reafirmar nuestra propia idea de que todo estará bien. repetirlo en voz alta tiene efectos increíbles en mí. Mi mantra es: “todo esto pasará y estaré bien, todo esto pasará y estaré bien”.

Me imagino que lo aprendí en mi casa. Segurament­e mi mamá y mi papá de alguna forma querían darme tranquilid­ad y confianza cuando tuve miedo e incertidum­bre durante su distanciam­iento, luego durante su separación y finalmente me lo siguen diciendo cuando necesito escuchar que las cosas siempre tienen solución. ellos lo lograron; después del dolor y la ruptura, ambos están bien, cada uno por su lado, mientras yo me encargo de decirles cuando necesitan consuelo: “Papá, mamá, no se preocupen que todo estará bien”.

en estos meses de pandemia y confinamie­nto, hace algunas semanas me desperté en un silencio total. la ciudad vacía y mi mente repleta de pensamient­os, preguntas e ideas, y mientras ordenaba mi cabeza

caí en cuenta, esta vez con más intensidad y aprehensió­n que nunca, que soy la mamá de dos adolescent­es que necesitan sentir que todo estará bien, y como única responsabl­e de su bienestar, de su seguridad, de su confinamie­nto, de su salud física y mental debo tener la capacidad o, mejor, la intención de proporcion­arlo. Para ser honesta, es lo que trato de hacer cada día y lo hago incluso por partida doble cuando veo que la situación lo amerita.

Resulta que hace cuatro años mis hijas perdieron a su papá: Alejandro Nieto. De repente. Sin despedidas. Sin sospecha alguna de que se iría. Lo perdieron de forma física para siempre. Su figura de padre y su tamaño eran sinónimo de protección. Era muy alto, muy fuerte, tanto así que podía cargarlas a ambas en cada brazo para que no se pelearan por su cariño y atención. Siempre hubo caricias y amor para las dos en la misma medida. Miraba la fascinació­n con la que ellas disfrutaba­n su compañía y conversaci­ones sobre música, juegos electrónic­os y fútbol. También hablaban de radio, de las noticias, e incluso de los cuentos de su juventud cuando tenía pelo y cómo fue que poco a poco se convirtió en un hombre calvo, feliz y orgulloso de serlo.

Para Paulina y Florencia, la presencia de Alejandro era la garantía de que todo estaría bien siempre. Su padre era la certeza; la mía también.

Cuando todo cambió, juntas empezamos a aprender a vivir de nuevo. Como una nueva familia. Sin un papá presente, pero muy fuerte espiritual­mente. Una mamá intentando vender la idea a sus hijas de que todo estaría bien, sin siquiera estar consciente de ello ni de nada. Como siempre. Como un reflejo. Empecé entonces a reafirmar su presencia en cada cosa que sucedía en casa.

Les recordaba de noche y de día que, aunque no lo vieran, ahí estaba. Con ellas estaba. Las enseñé a recurrir a su recuerdo para que sintieran que jamás estarían solas. Les desperté la necesidad de hablar de él para que se graben en la cabeza los momentos. Porque a Alejandro siempre lo vamos a extrañar para que cumpla su labor de padre, para que las aconseje y las proteja, si es necesario. Para consentirl­as con la ternura y amor que ellas sienten por él. Para escucharle la voz, aunque sea al otro lado del teléfono celular. Para que vuelva la certeza que se fue con él. Para que el día que las cosas salgan mal, les diga que todo estará bien. Para eso y millones de cosas más, siempre lo vamos a extrañar. Seguirá siendo el papá de nuestras hijas y mi deber como mamá es enseñarles cómo fue su vida y trasladarl­es su legado mientras ellas se convierten en mujeres independie­ntes y responsabl­es de sus propios recuerdos.

Este año, en el que culpamos a la pandemia de nuestra incertidum­bre, celebro el Día del Padre

por el mío, por mi hermano, por mis familiares y amigos más queridos y, por supuesto, por Alejandro. Lo hago con mucho respeto por Paulina y Florencia, y por todo lo que significa para su vida saber que son parte de él.

Como me enseñaron mis padres, lucho por mis sueños cada día de mi vida. Pero este, de ser mamá y papá para sanar el dolor de mis niñas, es imposible de cumplir. Lejos de pretender meterme en los zapatos de su padre, prefiero celebrar su vida y las cosas tan bonitas que nos enseñó y nos dejó para siempre.

Recordemos con mucho amor a los padres que han partido. Recordémos­los con la alegría y la gratitud que se merecen, porque de esa forma hacemos su cielo azul, y un cielo azul es la garantía de que todo estará bien. ¿Quién dice que no?

En esta fecha, son Paulina y Florencia las que me recuerdan con su amor, su compañía, sus logros y su complicida­d, porque juntas hemos logrado que todo esté cada día mejor. La historia ha dado la vuelta, ya han crecido y yo estoy agradecida de poder ser testigo de ello.

A Alejandro, que aún en la distancia sigue siendo el mejor papá del mundo, Feliz Día del Padre.

 ??  ?? El periodista Alejandro Nieto Molina fue un precursor de la radio juvenil en Colombia. Falleció a los 48 años, víctima de un infarto, pero dejó un legado por convertirs­e en un referente del mundo radial nacional y en Miami.
El periodista Alejandro Nieto Molina fue un precursor de la radio juvenil en Colombia. Falleció a los 48 años, víctima de un infarto, pero dejó un legado por convertirs­e en un referente del mundo radial nacional y en Miami.

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