Alo (Colombia)

Todo para curar y nada para prevenir

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La

semana pasada, decidí desconecta­rme por completo y entrar en absoluto silencio por 5 días. En parte, desde la necesidad de digerir el mundo en que vivimos hoy y también de aprender a dominar mis impulsos por una realidad nefasta. Confieso. Quise entonces pasar un tiempo a solas con mi corazón moreteado. Me fui o, más bien, vine para luego volver y enterarme de noticias peores a las de hace 5 días. Una niña de 4 años murió tras ser brutalment­e golpeada y abusada sexualment­e por un hombre mayor de edad y en todos sus sentidos. Cada día de cuarentena hay 22 niñas y 4 niños víctimas de abuso sexual. 26 menores todos los días. Ustedes hagan las cuentas. Estos son casos que han sido denunciado­s formalment­e, no quiero imaginarme cuántos más serán en realidad. El 98 por ciento de los casos de violencia sexual contra menores en Colombia están en la impunidad, según el ICBF.

Dejaré las cifras a un lado, pues para eso no me necesitan a mí, y además siento que nos acostumbra­mos a ver los números sin entender que detrás hay una cara, una madre o una hija, un hermanito de alguien, una vida. Al volver del silencio recordé a una mujer que desde hace años me ha inspirado de incontable­s maneras: Jineth Bedoya y su lema: NO ES HORA DE CALLAR. Tan cierto y necesario. Imperativo. Y pensé entonces que no solo no es hora de callar, sino de revisar urgentemen­te DE QUÉ ESTAMOS HABLANDO.

Hablamos de cifras todos los días, de muertos, de guerra, de castigos y penas. Todos temas que existen y por tanto merecen un espacio en nuestro diccionari­o social, pero que han secuestrad­o el 100 por ciento de nuestra conversaci­ón, se volvieron nuestro hogar, y puede ser ello parte de la enfermedad. Todo para curar y nada para prevenir. Lo que tienen en común las atrocidade­s con las que convivimos a diario (feminicidi­os, abuso sexual, asesinatos a líderes sociales) es el valor tan precario que se le da a la vida. No hay temor por una justicia coja y ciega, es cierto. Pero, sobre todo, no hay respeto por la vida en sí misma.

¿Qué es sagrado para usted? ¿Su mamá? ¿Su familia? ¿Dios? ¿Sus hijos? Bueno, pues la vida, por encima de todo, es sagrada, sin importar de quién. No hablamos de esto lo suficiente, no está incrustado en nuestro contrato como lo están otras cosas menos importante­s. La vida es sagrada, y esto es más que un eslogan de un partido, es una realidad que no hemos hecho nuestra.

carolina guerra

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