Ricky Álvarez
A sus 22 Años, la música y bailarina continúa demostrando que cuando hay pasión y corazón, no hay obstáculo que impida hacer realidad el sueño más Anhelado
El 16 de octubre de 1997, Manuela por fin llegó. Al instante, Claudia vio que Manuela nació con síndrome de Down, aun cuando ninguno de los exámenes que le hicieron durante la gestación arrojaron siquiera una sospecha. “Sentí que algo me recorrió el cuerpo y le dije a Dios: ‘Me has enviado un ángel, prometo cuidártelo con todo el amor’”, asegura.
Y un instante después, el que parecía un parto perfecto y lleno de alegrías, se convirtió en un momento traumático: Manuela broncoaspiró y fue ingresada a la UCI. Allí, después de exámenes y pruebas, les fue arrojado un diagnóstico desalentador: leucemia linfoblástica aguda. Y, lo peor, en una bebé tan pequeña era imposible seguir un tratamiento, así que la recomendación del médico fue quererla y consentirla mucho, porque posiblemente la niña no cumpliría ni siquiera un año.
El golpe fue duro, claro. Y durante los primeros cinco meses, Manuela tenía la vida colgando de un hilo. Claudia y su esposo, Gabriel Jaime, se dieron cuenta de que no era justo llevarla cada 20 días a la clínica para más pinchazos y sufrimiento. Si era verdad que iba a morir, ¿para qué atormentarle su poco tiempo en la Tierra?
Los días pasaron y Manuela –la tremenda Manuela– empezó a ganar peso, a tener más fuerza, a sonreír, a caminar y a bailar. ¡Ya nunca más se quedó quieta!
Por el camino, tal vez, Dios cambió de opinión y se dio cuenta de que un ángel así era más útil aquí abajo. Manuela no volvió al médico, cumplió el primer año y otros 21 sin ningún rastro de enfermedad en la sangre. Y mientras ella se recuperaba,
Claudia le hizo la firme promesa de darle todas las herramientas que estuvieran a su alcance para que fuera independiente.
Hicieron fisioterapia y ejercicios y Manuela demostraba, todos los días, que tenía el mismo desarrollo de otros niños de su edad. Encontraron entonces un programa de rehabilitación en Filadelfia para diferentes lesiones y se inscribieron en él. Durante seis años, viajaron cada seis meses a Estados Unidos para continuar con el proceso, hasta que Manuela se graduó a la vida: estaba lista para empezar a estudiar en un colegio.
No fue fácil en un principio, porque sus maestros y directivos no estaban aún preparados en el manejo de la educación incluyente, así que los siguientes años, Manuela los cursó por medio de homeschooling y después en el colegio del Sagrado Corazón Montemayor, donde fue inmensamente feliz. De allí salió porque ya no había espacio ni social ni académico para ella y logró seguir su proceso, hasta graduarse de grado 11, en el colegio de la Fundación Lupines, con el apoyo del Politécnico Mayor. A la par, tocaba piano y tomaba clases de danza y ballet, con absoluta pasión. Tanto que cuando se graduó les dijo a sus papás que quería seguir estudiando música de manera profesional. Ahora toma clases en diferentes academias donde aprende piano, violín, canto, teoría musical y ukelele. Y en la academia Play Dance, donde baila diferentes ritmos desde hace 16 años, sigue con el ballet, pero también ha hecho grandes pasos de tap, jazz y bailes urbanos. “Aunque me gusta más lo clásico”, asegura Manuela.
Antes de la pandemia, Manuela tocaba el ukulele y cantaba todos los viernes en un restaurante, junto con su banda San José La Loma. Hoy, sigue soñando con componer sus propias canciones ”
Durante 10 años, Manuela y Claudia, su cómplice de aventuras, han viajado a campos de verano en Londres, Miami y Nueva York, para seguir alimentando su carrera como bailarina. Y, actualmente, es tal su talento que formó parte del elenco de Rent, la obra de Broadway que fue producida por la compañía colombiana de teatro musical Citrino. “Es una artista tremenda, inusual. Tiene todo para llegar a presentarse en los grandes escenarios de Nueva York”, comentan Catalina y Lalis Solórzano, directoras de Citrino.
Antes de la pandemia, Manuela tocaba el ukulele y cantaba todos los viernes en un restaurante, junto con su banda San José La Loma. Hoy, sigue soñando con componer sus propias canciones y llegar muy lejos, porque ya demostró que no hay nada que la asuste. Además, sigue inspirando a papás de todo el país que, tras conocer su historia triunfal, la buscan –a ella y a su mamá– para que los guíe en su camino al lado de otros niños con discapacidad. Claudia, con ganas de ver más jóvenes realizados e independientes, abrió hace 16 años la Fundación Lupines, a través de la cual brinda apoyo en fonoaudiología, terapia ocupacional, fisioterapia y educación escolar a jóvenes que, como Manuela, solo necesitan un empujón para abrir por completo sus enormes alas.