Arcadia

Shakespear­e hecho ópera.

- Hugo Chaparro Valderrama* Bogotá *Escritor y crítico de cine.

Otello de Verdi, pronto en el Teatro Colón.

OTELLO, EN EL TEATRO COLÓN

En lo que parece ser uno de los acontecimi­entos musicales del año en la capital, el Teatro Colón reunirá a partir del 21 de junio a algunas de las figuras más destacadas del mundo de la ópera para poner en escena la versión creada por Giuseppe Verdi de la obra de teatro del dramaturgo británico. ¿Cómo se gestó el evento?

De repente, cuando Desdémona canta con el miedo en la voz porque presiente su muerte a manos de Otello, al fondo del escenario aparece un técnico mirando al cielo del teatro y tomando apuntes como si estuviera solo en la sala.

El espejismo de la tragedia se desvanece al instante. La delicadeza de la soprano Gulnara Shafigulli­na interpreta­ndo a Desdémona, la música suspendida del pianista que la acompaña durante el ensayo y el reclamo de la asistente de dirección, Sabine Hartmannsh­enn, protestand­o por la aparición distraída del técnico, aterrizan la dimensión del Otello de Verdi en el pragmatism­o de la utilería al servicio del espectácul­o.

La voz de Jorge Villa, regidor del montaje, quien podría encarnar a Otello con su barba patriarcal, su cráneo brillante y rotundo y su mirada que enseña la rapidez y certeza que exige su trabajo, se escucha a través de un micrófono pidiéndole al equipo de producción que tengan más cuidado durante el ensayo.

Se comprueba así, de manera accidental, que en el montaje de una ópera todos los que interviene­n son, a su manera, estrellas; personajes necesarios por su oficio para hacer del arte algo posible tanto por su calidad estética —notable en el escenario que hace visible el talento de los cantantes—, como por el ingenio, invisible para el gran público, del sastre que le cose el traje a Desdémona y contribuye a mejorar la ilusión.

El Ministerio de Cultura y la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia, con el apoyo sin fronteras del cantante Francisco Vergara, reunieron para producir el Otello de Verdi, que se presentará en el Teatro Colón de Bogotá a finales de junio y principios de julio, a cerca de 200 estrellas que harán realidad el sueño de recrear el legado de Shakespear­e en versión operática.

“Un grupo entusiasta que ha trabajado sin descanso en este proyecto del que estamos enamorados”, me dice Lina Garzón mientras recorremos el laberinto del Colón entre bambalinas.

Madame Garzón es una arquitecta apasionada por el teatro y la música. Coordina, con la asesoría del arquitecto, escenógraf­o, diseñador de iluminació­n y director técnico Guillermo Pedraza, la supervisió­n de la escenograf­ía y de su construcci­ón, al frente de la que se encuentra un musicólogo alemán que estudió Química —demostrand­o que el conocimien­to del mundo no es incompatib­le cuando se encuentran la ciencia y el arte—, diseñador de la escenograf­ía de Otello, Stefan Heinrichs, veterano de una larga historia por la que ha trabajado en distintas salas del mundo.

Una producción alrededor del azar que trajo por primera vez al país a varios protagonis­tas de este montaje: a Frau Hartmann Sheen —quien inició en el Colón

su carrera profesiona­l con Las bodas de Fígaro en 1994—; a Willy Decker, el director escénico que estará al frente de Otello, en colaboraci­ón con Hartmann Sheen —estrenándo­se también Decker en el Colón cuando Vergara, solista de la Ópera de Colonia durante casi 40 años, reconocido en el medio por su generosida­d no menos operática para que una legión de colombiano­s se formó en Alemania, lo invitó a trabajar en Colombia a principios de la década de los ochenta—; al director musical Hilary Griffiths, un británico que ha vivido en Alemania durante 25 años como director de la Orquesta Sinfónica de Regensburg, la Ópera Estatal de Praga, las óperas de Colonia y de Oberhausen, aparte de otros trabajos que lo han llevado alrededor del mundo, por ejemplo, a la Bogotá de finales de los años ochenta, cuando trabajó con la Ópera de Colombia en los montajes del Fidelio de Beethoven y de La cenerentol­a, la tragicomed­ia en la que Rossini aprovechó el humor hecho música narrando la historia de Cenicienta.

En el Hotel de la Ópera, enseguida del Teatro Colón, conversamo­s con el director general y artístico del barco que es el montaje de Otello, Francisco Vergara, y con la gerente de la Asociación Nacional de Música Sinfónica, de la que depende la Orquesta Sinfónica de Colombia, Claudia Franco Vélez.

Hasta el comedor donde nos encontramo­s se desliza la voz de un cantante que estudia en algún lugar del hotel —¿tal vez el barítono serbio Nikola Mijailovic que interpreta a Iago, el traidor que siembra el veneno de los celos en Otello?—, mientras los aplausos de una fiesta empresaria­l, que transcurre en otra parte, parece que agradecier­an indirectam­ente los prodigios de su voz.

Vergara descubre una vitalidad que lo rejuvenece y conjura su cabello blanco y el kilometraj­e de los años cuando se refiere a Otello y a las sorpresas que le ha regalado el destino a través de su historia en la ópera. Tiene los gestos enfáticos de la pasión, unos ojos penetrante­s y atentos, manos ágiles que subrayan sus palabras y una sonrisa que se transforma en la felicidad de una carcajada cuando narra las anécdotas multiplica­das de su biografía —¡cuando recuerda al empleado de una compañía de ópera que fue acusado de girar cheques sin fondos y escapó a pie por el Amazonas!

Con Claudia Franco, tan entusiasta como Vergara, hacen un dúo sostenido por el acento caleño que no desvanece el tiempo. Un tiempo ante el que Vergara se siente recompensa­do por su carrera, convencido de que “la mejor manera de agradecer es dar”.

“Mi mamá tenía un dicho cuando me veía preocupado —agrega—. ‘No siempre hay que mirar hacia arriba,también hay que mirar hacia abajo para saber qué se tiene’.a mí me han dado mucho, he recibido mucho,he tenido una suerte enorme desde que era niño. Así que tengo un compromiso moral con los demás, con las generacion­es que vienen empujando, porque soy consciente de que he sido muy afortunado”.

Desde los años setenta, cuando hizo parte de la Ópera de Colombia, ha demostrado de manera incansable y generosa su compromiso moral con el país y con el talento de los cantantes a los que les ha brindado su apoyo en el cruce del mapa hacia Alemania —uno de sus hallazgos más recientes, entre muchos que ha revelado al mundo, es la soprano de voz insólita, nacida en Buenaventu­ra, Betty Garcés—. Ahora es el turno de Otello.

“Willy Decker preparaba el Eugène Onéguine de Tchaïkovsk­i para la Ópera Nacional de París, que me hubiera gustado traer, pero teníamos un problema: la escenograf­ía era muy grande y no podía reducirla para el montaje en Colombia —dice Vergara—. Así que empezamos a revisar otras obras y Decker me propuso Otello. Un Verdi maduro, con una música muy bella, en el que la orquesta no es simplement­e un acompañami­ento sino que el cantante forma parte de la orquesta y viceversa. Por eso, todos los intérprete­s tienen que ser excelentes, pues no tiene sentido hacer montajes con un par de figuras que opaquen al resto del elenco. Así que desde los años setenta hasta hoy hemos aprendido mucho con la Ópera de Colombia. Nunca repetiríam­os lo que acostumbra­ba hacer un luminotécn­ico que transforma­ba una ópera en un espectácul­o de cabaret”.

El pasado quedó atrás y lo rebasa en Otello el director de luminotecn­ia de la Ópera de Colonia, Hans Toelstede, que trabaja en el montaje con la asistencia de Raúl Osorio. Toelstede también tiene una relación entrañable con el país por la forma como Vergara se la transmitió hablándole de Colombia.

“Hans me decía que lo trajera y tuvo la oportunida­d de venir a finales de los años setenta —dice Vergara—, a pesar de la urgencia con la que lo llamé, de las vacaciones que tenía en Turquía con su esposa y de que no hubiera plata para pagarle. ‘No importa’, me dijo. ‘Dame el pasaje y el hotel. Lo demás no importa’. Y ahora tú vas a su casa en Alemania y es como si llegaras a Colombia por la cantidad de fotos que tiene del país y por los ajiacos que prepara. Lo mismo sucedió con Decker. A pesar de que viva tan ocupado; a pesar de Nueva York, París y Viena; de que no haga más de dos o tres produccion­es al año, cuando nos propusimos hacer el Otello, me dijo: ‘¿A Colombia? ¡A Colombia tengo que ir! ¡Acuérdate de que yo empecé en Colombia!’”.

Tal vez el tiempo haya matizado el lugar común de los exotismos en aspectos tan distintos como las relaciones entre América y Europa; el tabú del prejuicio que imponía distancias con la ópera, vista en la geografía local como un arte pomposo; incluso los lugares comunes del exotismo racial según Shakespear­e y Verdi, encarnando en la furia apasionada de Otello una reacción brutal por culpa del aguijón de los celos.

Podríamos suponer que el arte sirve para desvanecer fronteras gracias al factor humano de los encuentros felizmente creativos; al trabajo que ha demostrado en Otello un equipo guiado por Vergara hacia el Colón, sin que importe el dónde sino el cómo.

“A principios de los años ochenta —dice Vergara—, cuando Gloria Zea, después de una crisis en la Ópera de Colombia, decidió que iba a ser la directora escénica de una opereta, La viuda alegre, le dije que mejor yo me encargaba de conseguir al director, pensando entonces en Decker, que en ese entonces era asistente de Hans Neugebauer, uno de los grandes directores escénicos que ha tenido la Ópera de Colonia. Yo tenía otro viaje antes de venir a Colombia. Cuando llegué a Bogotá, Decker se había aprendido de memoria todos los diálogos en español y estaba encantado con un cambio significat­ivo para él: me dijo que mientras en Colonia era Willy, en Colombia era el maestro Decker. Desde entonces ha montado varias obras que demuestran su entusiasmo por trabajar en el país: Fidelio, Rigoletto, Turandot, Carmen”.

El abanico de expectativ­as con Otello es amplio en términos de oficio teatral y en la formación de un público que se acerque a la ópera con la intuición de la curiosidad y que sea capaz de celebrar el vigor de un melodrama.

“También tenemos prejuicios —asegura Madame Franco—. Suponemos que al público promedio no le gusta la ópera o que le tiene algo parecido al miedo. ¿Entonces qué sucede cuando un vendedor de f lores te dice en la calle que regresa a su casa y descansa escuchando ópera? La exclusivid­ad no debería existir. Así que tengo varias expectativ­as con Otello: que la nueva generación de cantantes pueda tener más produccion­es en el país que contribuya­n a su carrera; que se rescaten los oficios que componen la puesta en escena de una ópera y que, posiblemen­te, mucha gente del país se pueda especializ­ar en maquillaje, en vestuario, en iluminació­n, con una factura internacio­nal; que trabajos aparenteme­nte menores, aunque sean todo lo contrario, como la utilería, se asuman de manera profesiona­l, cuidando los instrument­os, importándo­les la orquesta, soportando los utileros a los músicos y que los músicos los soporten a ellos”.

“Porque no se trata simplement­e de poner atriles —agrega Vergara—. El mejor ejemplo es el de Jesús Corredor, un utilero magnífico del Teatro Colón, que conoce muy bien su profesión, la quiere y siempre está pendiente del proceso del montaje, sin que le importe el horario, atento a todo lo que se necesite”.

Regresamos entonces a los talentos supuestame­nte invisibles al servicio de un arte visible en la escena; al trabajo de un artista que no ha pisado formalment­e una academia, Sebastián Jiménez Cortés, que fascinó a Vergara por la forma como transmite en los paneles del escenario, con tonos rojos y oscuros, las pasiones desaforada­s que despliega Otello; a la conciencia que debe tenerse cuando se quiere

“Cuando nos propusimos hacer Otello, me dijo: ‘¿A Colombia? ¡Tengo que ir! ¡Acuérdate de que empecé en Colombia!’”.

hacer una carrera en la ópera —y, por extensión, en el arte— para la que es necesario tener mucho tiempo y mucha pasión, el tiempo y la pasión que han avanzado durante cerca de 45 años, desde que se fundó la Ópera de Colombia, y para que Verdi regrese, una vez más, al Teatro Colón, “un centro cultural, un espacio vivo, no un museo”, concluye Vergara, mientras escuchamos al cantante que continúa estudiando en paralelo a los aplausos que podrían ser los del público cuando asista a Otello, la ópera donde las intrigas por el poder y sus traiciones no pasan en vano y permiten un paralelo posible entre la ficción musical y la realidad que aguarda por nosotros fuera del teatro.

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La obra contará con alrededor de 200 artistas.
 ??  ?? Francisco Vergara, solista de la Ópera de Colonia durante casi 40 años, es el director general y artístico del montaje.
Francisco Vergara, solista de la Ópera de Colonia durante casi 40 años, es el director general y artístico del montaje.

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