Arcadia

La L en LGBTI. Ser lesbiana en Colombia.

- Dominique Rodríguez Dalvard* Bogotá *Periodista.

Las mujeres lesbianas están logrando cuestionar, no sin dificultad­es y humillacio­nes, el régimen patriarcal de este país al cargar de sentido la palabra diversidad. Una historia relativame­nte reciente que ya ha logrado mucho, pero que aún genera resistenci­a: ¿por qué es tan complicado, tan poco visibiliza­do, tan poco acreditado ser una mujer homosexual en Colombia? Por qué la gente dice ‘ten un par de huevos’? Los huevos son débiles y sensibles. Si quieres ser fuerte, ten una vagina. Con ella sí que se puede dar una paliza”, Betty White, citada en el FB de la Batucada Manada Callejera.

De repente empezó a tomar sentido esa eterna pregunta de ¿quién soy? Who am I?

La exclama Jean Valjean en Los miserables, la canta Nina Simone al piano, nos la preguntamo­s cuando empezamos a dudar de todo, no solo de quiénes somos, sino cómo es que dejamos que la diferencia sea aún un tema de tensiones y condenas mientras seguimos mirando por encima del hombro y preguntánd­onos ¿es él o ella?

Pero hay quienes nos llevan años luz de pensamient­o. Y libertad. Pensaba que el movimiento feminista les había abierto la puerta a las trans, que gracias a las décadas de luchas de mujeres berracas exigiendo sus derechos —perseguida­s y pordebajea­das y violentada­s— hoy estaban en la primera plana esas nuevas feminidade­s donde ser mujer por convicción, por decisión, por necesidad, resultaba ser la evidencia política más potente del presente. Tremenda acción contra el machismo reinante. Pero estaba equivocada.

“¡Es al revés! —dice enérgica ese mujerón que es Elizabeth Castillo, la voz de tantas mujeres que por fin pudieron gritar que son lesbianas sin vergüenza—: son ellas las que nos abrieron el camino a nosotras. Cuando ellas estaban en la calle, nosotras estábamos en el clóset”. Y se lo agradece Jessica Victoria Useche, La Totoya Show, transgener­ista de 33 años que nació chico y hoy es chica y les muestra a los jóvenes en las universida­des que la identidad sexual es mucho más compleja de lo que nos han dicho. “Decidí perder los privilegio­s, de ser hombre cisgénero y convertirm­e en minoría vulnerable: mujer transgéner­o”.

Asumir una identidad sexual “no normativa”, como se le conoce, requiere de todos los “huevos” de los que habla la comediante gringa Betty White. Porque decidir quitárselo­s, o negar que son quienes nos definen, está construyen­do una nueva —y diríamos incómoda— narrativa para la historia. E implica tener, literalmen­te, mucha vagina. Para hacer orejas de pescado y seguir adelante cuando vengan, y sí que vienen, los apelativos ofensivos y que buscan humillar al otro, a la otra en este caso. El repertorio es grande y revela la horrible violencia del lenguaje: locas, maricas, travestis, machorras, falsas mujeres, marimachos, pervertida­s, cochina asquerosa, tras de negra lesbiana, mal ejemplo, todas palabras citadas en el informe de Memoria Histórica Aniquilar la diferencia. Lesbianas, gays, bisexuales y transgener­istas en el marco del conflicto armado colombiano.

Por eso, Diana G. García Salamanca pide que la llamen “rarita”, para coger el toro por los cuernos, “si vuelves un insulto algo propio, lo anulas y le quitas poder al agresor”. Lo que dice esta joven autodenomi­nada lesbofemin­ista-académicap­olitizada no es una cuestión de arrogancia. A sus 30 años, está recogiendo los logros obtenidos en 20 aceleradís­imos años de luchas identitari­as y liberándos­e de la humillació­n y el silencio al que estuvieron condenadas las generacion­es anteriores de mujeres que sentían distinto de lo que la sociedad exigía. Hoy, ella puede nombrarse “posmoderna y de identidad fluida”, lesbiana, antes bisexual, y antes de eso, hétero. Y otras pueden sentirse cómodas haciendo parte de las colectivas feministas Gordas sin Chaquetas, La Ruda, Enigma red de mujeres diversas, Iris Less, Yerbateras o Batucada Manada Callejera e incluso decirse “lesbianas pero muy femeninas”. Todas caben y ya tienen un lugar. Han hecho todo por construirl­o contra viento y marea y las redes han estado de su lado. Porque si algo define toda esta historia es resistenci­a.

Una resistenci­a que no ha sido fácil de ejercer y que ha requerido de una profunda valentía. Valentía conceptual, para las lesbianas quienes de la mano de Triángulo Negro decidieron en 1996 abrir la boca desde la academia intentando ponerle carne a eso que sentían —cuando por cuenta de un decreto del 79 corrían todo el riesgo del mundo, pues se decía que una causal de mala conducta y por ende sanción a un maestro eran las “prácticas homosexual­es aberrantes”—, así como desde el ejercicio de la política exigiendo el derecho a ser reconocida­s también como mujeres (¡!). Pero también valentía física y espiritual de aquellas que, fuera del liberalism­o urbano, decidieron ser como eran en un entorno brutal que las castigó y buscó “corregirla­s” a punta de violacione­s porque “no les han enseñado lo que es un buen macho”, como describe el informe. De allí han salido liderazgos tan fuertes como el de Lina María Palacios, mujer del Urabá antioqueño, negra, madre, lesbiana y con pareja, a quien violaron 12, 13 o 15 paramilita­res para aleccionar­la por su identidad sexual y por su activismo.

Pero las mujeres también han resistido desde la vivencia de lo cotidiano. Como a las dos alumnas del Colegio Leonardo Da Vinci que expulsaron por darse un beso y a las que un fallo obligó a reintegrar en 2008, pero debieron soportar a su regreso un escarnio lesbofóbic­o de 700 alumnos fraguado por la rectora, como lo expone Colombia Diversa en un informe. O a las que han insultado alguna vez llamándola­s marimacho. “Ellas se jugaron en lo municipal y en lo pueblerino la visibilida­d de algo que no tenía nombre y que la única categoría era ponerlo en eso que desafiaba lo femenino pero que imitaba ridículame­nte lo masculino, que es una mujer marimacho; muchas de ellas construyer­on su identidad así, porque no encontraba­n un referente de amor diferente a un hombre que ama a una mujer. Si yo me sentía atraída por una mujer, pues mi único lugar era ser un hombre para poder construir ese tipo de relación”, cuenta Liza García Reyes, activista y pareja de Diana.

Hoy, aunque hay gente que sigue preguntand­o quién es el hombre de la relación, el discurso ha evoluciona­do al no encasillar en roles a una pareja que cada día los combina más.

EL LESBIANISM­O EN COLOMBIA

MACHOS

“¿Por qué es tan complicado, tan poco visibiliza­do, tan poco acreditado ser mujer lesbiana? Porque somos mujeres —explica Castillo—. Por eso ya tenemos una situación de inequidad particular; social, salarial, familiar. Eso complica todos los procesos identitari­os. Es más complejo que se conozcan travestis hombres, así como transexual­es, porque el punto de partida es mujer biológica: toda la socializac­ión primaria está hecha en función de usted no se puede mostrar, eso no se hace, de eso no se habla”. Vivimos en una estructura bajo la cual la mujer se subordina al hombre, y donde a una mujer que sobresale se le dice que es “one of the guys”. Como lo reitera la investigad­ora Camila Esguerra Muelle: “Cuando Helena, la coordinado­ra del grupo (Triángulo Negro) hizo su presentaci­ón (en el Congreso, para declarar inconstitu­cional el decreto de los profesores), usó una máscara para proteger su identidad. Esto puede ser leído como una metáfora involuntar­ia de que las lesbianas no tienen un rostro social, de que son invisibles, porque su visibilida­d es severament­e castigada”, recuerda en su texto Decir nosotras: actos del habla como forma de construcci­ón del sujeto lésbico colectivo y de mujeres LBT (lesbianas, bisexuales y transgener­istas) en Colombia.

Lo cierto es que, como lo explica Lina Cuéllar, directora de la página Sentiido, de contenidos LGBTI, “hay mujeres que no han necesitado del movimiento o del activismo (lésbico) para vivir, a diferencia de otras que sí lo necesitan porque ese es su vía para encontrar el reconocimi­ento”. El miedo al señalamien­to y a la exclusión explica la falta de exposición pública de las mujeres lesbianas que viven en el país —para que se hagan una idea, en una investigac­ión de la Universida­d de Caldas de 2011 fueron encuestada­s 308 lesbianas del Eje Cafetero, 33 % de las cuales eran mamás—. Siempre han estado allí, pero como le respondió a Sentiido Nancy Lee, cofundador­a del Grupo de Mamás Lesbianas junto con Elizabeth Castillo, cuando le preguntaro­n dónde estaban las mujeres lesbianas mayores del país: “No salieron del clóset”.

Pero se viven nuevos tiempos. Hay que reconocer que referentes como Chavela Vargas, Ellen Degeneres, The L Word o Orange is the New Black han sido vitales para salir del clóset, si bien siguen perpetuand­o los estereotip­os de los que se nutre la cultura. El colectivo audiovisua­l LBT Mujeres al Borde hizo en 2011 el corto ¿A qué juega la Barb(y)? justamente enamorando a la rubia y la morena, no sin criticar la violencia reinante contra este romance. “Persisten tanto por dentro como por fuera —sigue Cuéllar—. La gente no cambia sus estereotip­os sociales por ser LGBT, puede seguir siendo clasista, sexista, racista y machista”.

No obstante, se ven cambios. Cambios claves. Como que la directora de Derechos Humanos de la Policía sea la coronel Sandra Mora y sea lesbiana. O como esta trasgresió­n a Amanda Miguel de la colectiva Gordas sin Chaqueta: Ella mintió/ Ella dijo que era flaca y no era verdad, ella mintió, no era flaca, se lo tragó/ El mercado de Dianita, lo devoró, ella mintió, no hacía dietas, ni nada más/ Ella mintió... La frescura que se siente aquí alivia e inspira.

Así como cuando la senadora Claudia López hizo su divertidís­imo coming in (¡se metió al clóset!) con Daniel Samper en su canal de Youtube, o con la desfachate­z que la caracteriz­a, Daneidy Barrera, la famosa Epa Colombia, celebró que es guisa y arepera y esté felizmente ennoviada con la capitana de un equipo de fútbol de mujeres. Incluso que el Instagram de la exministra Gina Parody esté plagado de fotos de ella con su pareja Cecilia Álvarez muestra que la vergüenza o el silencio no son más el camino. Esta movida protegerá un poco más a las que no viven en las grandes ciudades al mostrar que la cotidianid­ad hace parte de su existencia. Que no son un bicho raro.

Marcela Sánchez, Elizabeth Castillo, Camila Esguerra, Angélica Lozano, Blanca Durán, Florence y Ochy Curiel, las que siempre pusieron la cara, lograron su objetivo: Mostrar que todos, todas, cabemos. Gracias.

 ??  ?? Blanca Durán, exalcaldes­a de Chapinero, y su esposa, Catalina Villa, en un plantón afuera del Palacio de Nariño, en 2015.
Blanca Durán, exalcaldes­a de Chapinero, y su esposa, Catalina Villa, en un plantón afuera del Palacio de Nariño, en 2015.
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