NICOLÁS SUESCÚN Y LA REVISTA ECO
Arcadia, con buen tino, se ha sumado al merecido reconocimiento póstumo de Nicolás Suescún, quien representó en el siglo pasado el prototipo del intelectual comprometido, interesado en cuestionar el horizonte cultural del país y de publicaciones como Eco, que en sus comienzos —en 1960, en la Guerra Fría— optó por difundir el pensamiento alemán del lado occidental. Suescún introduce otras voces, incluyendo a los críticos del llamado “mundo libre”. Primero colabora con traducciones como “La escena literaria inglesa” (Eco n.º 28, agosto de 1962); más tarde lo hace como autor: su primer artículo versa sobre la novela de Manuel Zapata Olivella En Chimá nace un santo (Eco n.º 56, diciembre 1964); tiempo después, la revista lo presenta como un “joven escritor colombiano que actualmente vive en París” (Eco n.º 72, abril 1966. p. 716 ), y desde allí envía reseñas y traducciones de filósofos franceses como Merleau-ponty, Jankélévitch o Sartre. Al igual que Estanislao Zuleta o Jorge Orlando Melo, es seducido por el compromiso intelectual de Sartre; en su opinión, desde “Voltaire ningún otro francés ha conmovido tanto la conciencia de sus contemporáneos, ninguno ha arrancado tantas máscaras, tumbado tantas estatuas” (Eco n.º 58, febrero 1965. p. 465). En el periodo parisino también traduce del inglés “Las nuevas formas de control” (Eco n.º 62, junio 1965), un capítulo de El hombre unidimensional, obra reciente de Herbert Marcuse, el filósofo de la nueva izquierda norteamericana, crítico del sistema capitalista contemporáneo. Para el exiliado pensador alemán este no representa una verdadera alternativa al peligro totalitario, como lo quieren hacer ver sus propagandistas occidentales. Además de este texto, las colaboraciones de Suescún incluyen escritores ajenos al ámbito cultural germano-occidental, como Alexander Solzhenitsyn, un autor que en su opinión ha sido “descaradamente explotado, en Occidente, con fines políticos” (Eco n.º 83, marzo 1967. p. 543). Por su posición crítica e independiente y por la apertura política y cultural que promueve en la revista, resulta comprensible que el joven corresponsal, al regresar de París, continúe y profundice la tarea de Valencia Goelkel, convirtiéndose —en septiembre de 1967— en el tercer director de Eco.