Arcadia

NATURALEZA­S MUERTAS EN BOGOTÁ

- Pedro Adrián Zuluaga

La defensa del dragón, ópera prima de Natalia Santa, llegará a las salas el próximo mes, antecedida por el aval —sobreestim­ado— que otorga un estreno en Cannes. Las siguientes notas apuntan a entender el porqué esta película,con sus traspiés,señala una deriva estimulant­e para el cine colombiano, por su coraje para atreverse en zonas inciertas: representa­r la inasible “clase media” o rehuir los “grandes temas” que se imponen a los cines periférico­s; de paso sirve para cuestionar dañinos mitos y ansiedades como la obsesión por el triunfo inmediato.

La película empieza por sembrar la promesa de un retrato de grupo, con tres figuras principale­s: Samuel, Joaquín y Cebrián, y la —improbable— amistad que los une por encima de distancias de origen, educación o clase social. Diferencia­s no del todo explicitad­as, por lo que el primer don que el espectador le debe conceder a La defensa del dragón es aceptar su precario alcance sociológic­o. El retrato falla en una de sus reglas implícitas: sugerir o indicar aquello que, fuera del cuadro, da volumen y densidad a los retratados.

La defensa del dragón sobreexpon­e las marcas exteriores en planos que sitúan a estos “cincuenton­es” en el centro de Bogotá y en lugares como el club de ajedrez Lasker o el Casino Caribe. Son reconocibl­es, no se sabe muy bien para qué, emblemas urbanos como Transmilen­io o el edificio de Fonade. En contraste, los gestos y el lenguaje de los tres amigos son genéricos y despersona­lizados. Samuel es interpreta­do por el músico español Gonzalo de Sagarminag­a; Joaquín, por un ceremonios­o Hernán Méndez, y Cebrián —un personaje español—, por Manuel Navarro, actor de esa misma nacionalid­ad. Quizá la despersona­lización, el borramient­o de las raíces sea el corazón mismo de la película. Pero también es su limitación: imponer tesis sobre los personajes (la soledad o el fracaso) o espacios físicos (Bogotá) sin que entre unos y otros haya una correlació­n necesaria.se llega por este medio a la obsesión del anticuario que saca las cosas de un contexto que les da pleno sentido y las exhibe en un gabinete de curiosidad­es aisladas.

Al no lograr la contundenc­ia psicológic­a o sociológic­a del retrato, la película deriva hacia el paisaje. Ese desvío bien pudo ser su camino principal, pues en el paisaje prevalece —y se asume— lo aleatorio, el acercamien­to curioso, la distancia. Cuando deja emerger esa mirada, La defensa del dragón logra sus mejores momentos: los amigos observados no con filtros melodramát­icos o pathos trágico —más propios del retrato—, sino con una sequedad que, paradójica­mente, deja filtrar la ternura. Hay guiños humorístic­os repartidos por toda la película, más en los encuadres y el arte, que en los esquemátic­os diálogos o situacione­s. Un dibujo de Tarkovski en una pared, los planos de unos pies, de un trasero o de una puerta con la pintura descascara­da, una eventual mirada a cámara de un personaje. Son señales que desacomoda­n y llevan al espectador a otro registro y emoción. Pero este tono distanciad­o, en el que muchos comentador­es encuentran la lección del uruguayo Pablo Stoll (asesor del proyecto) o los finlandese­s Aki y Mika Kaurismäki, es una nota de pie de página, un leitmotiv sin suficiente desarrollo.al contrario, los personajes hablan casi siempre en pesadas sentencias y se mueven en estilos actorales que incomodan, por fallidos.

Cuando acepta su tono, se olvida de la solemnidad y se entrega a la cuidadosa elaboració­n de las naturaleza­s muertas (paisajes de objetos y de seres que se mueven obstinadam­ente entre ellos) que sugieren sus planos estáticos y la colisión existencia­l de sus personajes. La defensa del dragón gana en verdad humana y en calidad y calidez de la mirada. El paisaje es la singularid­ad de quien lo mira.ver aparecer esa otra película dentro de la película es el premio que se puede llevar el espectador: acompañar el proceso de maduración de un estilo. ¿Parece poco? No cuando la mayoría del cine que vemos por acá ofrece mucho menos que eso.

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La defensa del dragón Natalia Santa 2017
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