Por sus cortos los conoceréis
El programa Bogoshorts Classics, que se lanza como parte de la celebración de los 15 años del festival, es una plataforma de circulación de cortometrajes colombianos. La selección del programa es una buena disculpa para recordar títulos, pensar en lo que ha sido dominante, lo que ha permanecido marginal y proponer desafíos para el futuro.
En el vocabulario de las artes, la palabra clásico remite a varias cosas que no pocas veces resultan paradójicas. Lo clásico representa la excelencia en cualquier disciplina: un punto de llegada que decanta una tradición previa de tanteos y búsquedas. Clásico también puede ser lo normativo o ineludible, y que, precisamente por su carácter de obligatoriedad, suele ser el objeto predilecto de todas las contenciones y ataques. Un clásico puede ser lo demasiado visto, aquello que de tanto estar ahí pierde todo su potencial de extrañeza. Pero hablar de clásicos, sensu stricto, tendría como condición una cierta noción de solidez. El adjetivo “clásico”, aplicado al conjunto de cortos colombianos de los últimos años que hacen parte del programa Bogoshorts Classics, representa un desafío, o al menos una provocación.
El cine colombiano en general ha vivido históricamente en un estado embrionario. Su desarrollo lo marcan sobresaltos y discontinuidades que hacen muy difícil el establecimiento de tradiciones, o la simple acumulación de experiencias y saberes. Ya hablar de clásicos en el largometraje colombiano nos pone frente a serias dificultades y nos obliga a ser flexibles con los criterios de calidad, pero sobre todo con una condición que también define lo clásico: su manera de ser apropiado por una comunidad. Y sí, existe una comunidad del cine colombiano, pero en esa comunidad falta –o sería mejor decir que flaquea– el público, que históricamente se ha relacionado con el cine colombiano desde el rechazo, la negación o la condescendencia.
Declarada esta dificultad de base, hay que pasar a la siguiente pregunta. ¿Si difícilmente hay clásicos en el largometraje colombiano, cómo se puede hablar de clásicos en el corto? El corto ha sufrido el albur de ser considerado el escalón obligatorio para un más allá cinematográfico (el largo). No obstante, un repaso a la selección de 15 títulos del programa Bogoshorts Classics revela lo que, a pesar de ser una obviedad, hay que repetir con mayúsculas: el corto es un formato con posibilidades expresivas tan complejas como las de un largo. Algunos de los trabajos incluidos son, en efecto, los mayores logros artísticos en la carrera de sus autores, por encima de sus posteriores largometrajes: es el caso de Alguien mató algo (Jorge Navas, 1999), La cerca (Rubén Mendoza, 2004) y Rodri (Franco Lolli, 2012). Estos tres cortos nos permiten el acceso a un universo autoral autoconsciente. Así que no es temerario llamarlos clásicos, pues cumplen algunos de los requisitos de esta definición.
En 2007, en un artículo escrito por Jaime E. Manrique, director de Bogoshorts, y yo, suscribíamos la siguiente formulación: “Postulamos Alguien mató algo como la semilla del actual cortometraje en Colombia. Este ejercicio de estilo, à la manière del cine mudo y con referencias explícitas al expresionismo alemán, tiene la suficiente fuerza y el carácter para inaugurar algo. ¿Pero qué, exactamente? Una forma de ubicarse en la tradición de las imágenes en movimiento que a falta de una palabra más precisa llamaremos contemporánea, y que está hecha de contaminaciones, citas cinéfilas, hibridación de formatos, superficialidad ética y política, cinismo, desencanto y un fuerte desequilibro entre poder, querer y saber”. Pero Alguien mató algo no solo sembró una semilla, sino que recogió todo el legado ante-