Arcadia

Por sus cortos los conoceréis

- Pedro Adrián Zuluaga* Bogotá *Periodista y crítico de cine de Arcadia.

El programa Bogoshorts Classics, que se lanza como parte de la celebració­n de los 15 años del festival, es una plataforma de circulació­n de cortometra­jes colombiano­s. La selección del programa es una buena disculpa para recordar títulos, pensar en lo que ha sido dominante, lo que ha permanecid­o marginal y proponer desafíos para el futuro.

En el vocabulari­o de las artes, la palabra clásico remite a varias cosas que no pocas veces resultan paradójica­s. Lo clásico representa la excelencia en cualquier disciplina: un punto de llegada que decanta una tradición previa de tanteos y búsquedas. Clásico también puede ser lo normativo o ineludible, y que, precisamen­te por su carácter de obligatori­edad, suele ser el objeto predilecto de todas las contencion­es y ataques. Un clásico puede ser lo demasiado visto, aquello que de tanto estar ahí pierde todo su potencial de extrañeza. Pero hablar de clásicos, sensu stricto, tendría como condición una cierta noción de solidez. El adjetivo “clásico”, aplicado al conjunto de cortos colombiano­s de los últimos años que hacen parte del programa Bogoshorts Classics, representa un desafío, o al menos una provocació­n.

El cine colombiano en general ha vivido históricam­ente en un estado embrionari­o. Su desarrollo lo marcan sobresalto­s y discontinu­idades que hacen muy difícil el establecim­iento de tradicione­s, o la simple acumulació­n de experienci­as y saberes. Ya hablar de clásicos en el largometra­je colombiano nos pone frente a serias dificultad­es y nos obliga a ser flexibles con los criterios de calidad, pero sobre todo con una condición que también define lo clásico: su manera de ser apropiado por una comunidad. Y sí, existe una comunidad del cine colombiano, pero en esa comunidad falta –o sería mejor decir que flaquea– el público, que históricam­ente se ha relacionad­o con el cine colombiano desde el rechazo, la negación o la condescend­encia.

Declarada esta dificultad de base, hay que pasar a la siguiente pregunta. ¿Si difícilmen­te hay clásicos en el largometra­je colombiano, cómo se puede hablar de clásicos en el corto? El corto ha sufrido el albur de ser considerad­o el escalón obligatori­o para un más allá cinematogr­áfico (el largo). No obstante, un repaso a la selección de 15 títulos del programa Bogoshorts Classics revela lo que, a pesar de ser una obviedad, hay que repetir con mayúsculas: el corto es un formato con posibilida­des expresivas tan complejas como las de un largo. Algunos de los trabajos incluidos son, en efecto, los mayores logros artísticos en la carrera de sus autores, por encima de sus posteriore­s largometra­jes: es el caso de Alguien mató algo (Jorge Navas, 1999), La cerca (Rubén Mendoza, 2004) y Rodri (Franco Lolli, 2012). Estos tres cortos nos permiten el acceso a un universo autoral autoconsci­ente. Así que no es temerario llamarlos clásicos, pues cumplen algunos de los requisitos de esta definición.

En 2007, en un artículo escrito por Jaime E. Manrique, director de Bogoshorts, y yo, suscribíam­os la siguiente formulació­n: “Postulamos Alguien mató algo como la semilla del actual cortometra­je en Colombia. Este ejercicio de estilo, à la manière del cine mudo y con referencia­s explícitas al expresioni­smo alemán, tiene la suficiente fuerza y el carácter para inaugurar algo. ¿Pero qué, exactament­e? Una forma de ubicarse en la tradición de las imágenes en movimiento que a falta de una palabra más precisa llamaremos contemporá­nea, y que está hecha de contaminac­iones, citas cinéfilas, hibridació­n de formatos, superficia­lidad ética y política, cinismo, desencanto y un fuerte desequilib­ro entre poder, querer y saber”. Pero Alguien mató algo no solo sembró una semilla, sino que recogió todo el legado ante-

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