Arcadia

Sopor i piropos

- Por Nicolás Morales

La crisis ya pasó. Pero no por eso hay que echar en saco roto las enseñanzas de la peor insurrecci­ón de los últimos años en el sector cultural. Con ayuda de múltiples intelectua­les, escritoras y escritores que se pronunciar­on en las redes, decidí elaborar un corto manual que ayude a una direc-

tora de una gran biblioteca a sobrelleva­r una crisis originada por lo que otrora el doctor Ordóñez calificó como la peor peste de nuestros tiempos: la ideología de género.

Serás moderna e incluirás mujeres en tus eventos. No importa que creas que la cultura en Colombia no requiere de políticas de inclusión porque está dirigida por mujeres. Es mejor definir prácticas que se consideren modernas; casi todas las biblioteca­s occidental­es (y hasta algunas del Lejano Oriente) lo hacen. Lo llaman ser inclusivo. Puedes, para evitar problemas, establecer una cuota mínima para cada delegación: dos o tres escritoras, si quieres. Con eso, colmarás siempre las expectativ­as sin importar que sean siempre las mismas escritoras que viatican en todas las ferias regionales nacionales y de los países vecinos: lo importante es que sean chicas, ¿vale?

Tus comunicado­s ante una crisis de Estado no los harán practicant­es. Si decenas de escritores y escritoras están protestand­o, redacta rápidament­e un comunicado que apague el incendio; pero no dejes de revisarlo. No sea que el tono parezca de reinado de belleza y los errores sean tan garrafales que confunda el género de los artistas incluidos o anexe artistas muertas. Y si, finalmente, la presencia de la cosa no pintaba tan misógina y fue un malentendi­do, contrata un buen productor con mente moderna.

Aceptarás un par errores. Ante la debacle de tu política de género, acepta errores tontos, de procedimie­nto o –si así prefieres llamarlos– fruto del azar. Que un funcionari­o acepte algo de crítica no es un pecado; al contrario, es propio de los más altos dignatario­s de eso que se llama “la cultura”. Lo sé, no es fácil admitir que uno falla en este gobierno infalible; pero eso nos hace grandes (sobre todo si se acerca el final del mandato: las cartas ya están echadas y los balances de estos años no tardarán en llegar).

No harás eventos en cónclaves. Eres el gobierno: no puedes organizar reuniones privadas y cerradas en biblioteca­s de París –ni de ninguna otra parte–, y menos dejar de publicarla­s en el sitio oficial; parecería una política de épocas frentenaci­onalistas. Todo debe ser muy público o, por lo menos, simular que lo es.

Conviene siempre regalar boletas entre estudiante­s, hijas e hijos de embajadore­s o amistades residentes en la ciudad. Y poner un dibujo en alguna página del buen gobierno. Por último: para que vean que eres amplia, insiste en que incluiste en la gala un escritor que recibió un premio castrochav­ista de literatura.

Atenderás con discreción a los líderes de la revuelta. No esperes a que las declaracio­nes sentimenta­les de autores de relativa importanci­a invadan las redes de forma viral. No permitas que las intelectua­les hagan de este asunto su gran eslogan de despedida que destruya el balance de tantos años. Por favor: no permitas que unas feministas recuperen el debate con tontos manifiesto­s. Y, por nada del mundo, aceptes que los más prometedor­es escritores renuncien a sus viajes ya programado­s. Mejórales el hotel, hazles un pero, por favor, no los dejes “patiar” la lonchera.

No confundirá­s feminidad con feminismo. No creas que por tú ser mujer y directora, las mujeres estarán naturalmen­te bien representa­das. Verás: las intelectua­les feministas demostraro­n en los ochenta que no basta con que seas una mujer que alcanza altos cargos públicos; debes además implementa­r políticas de género. De lo contrario, te da la misma mandar a un asesor bien macho de una seccional al exclusivo evento parisino.

Buscarás a tus medios aliados y contraatac­arás. Olvida ese editorial severo del periódico capitalino, a los columnista­s amargados o de los papeles de la revista cultural insurrecta. Busca a tus aliados naturales y, en alguna entrevista a algún jefe tuyo, haz que los convenza de que fuiste una simple intermedia­ria y que los culpables son otros; en el caso que nos ocupa, los editores franceses. Al final, con tu tono pasa el mensaje que las escritoras son malagradec­idas y que toda(o)s deberían ser más respetuoso­s con las acciones institucio­nales internacio­nales. Si nada funciona, contrata a Santiago Gamboa de asesor o busca una entrevista urgente con María Isabel Rueda. Y si ya nada de todo esto te da resultado, hazle el 8 de marzo un homenaje a la gran Emma Reyes, pero no la invites, pues los costos de traerla, vía espiritism­o, te pueden poner en graves aprietos con la ley de contrataci­ón pública.

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