COLOMBIA INSULAR
Durante la Guerra Fría, en las cartografías norteamericanas se mostraba el territorio soviético más pequeño y angosto de lo que era en realidad. África, aún hoy, se representa como un apéndice del resto del mundo, aunque su extensión es colosal. En Colombia, por décadas y décadas, San Andrés, Providencia y sus islas aledañas han aparecido minúsculos en los mapas, encerrados dentro de un cuadrito en la esquina superior izquierda, como si los territorios insulares no fueran de las zonas más interesantes del país.
A la Colombia insular, tan vibrante, rica y diferente a la continental, el país andino poco la ha valorado. Por eso en la década del cincuenta la convertimos en un “legalizadero” de contrabando y, luego, en un sitio para visitantes, cuyos imaginarios del Caribe derivan de ideas muy precarias, de agencias de viajes. La imagen de arriba, en cambio, muestra a San Andrés en su dimensión más auténtica. Está llena de elementos patrimoniales: ante todo, la hilera de casas de arquitectura típicamente antillana. Atrás hay una inmensa coquera y, en el fondo, encima de una colina, sobresale un caserón, quizá la propiedad de algún comerciante colonialista británico del siglo XIX. Sería aún más interesante nombrar todo aquello que aparece tácitamente en esta postal: la lengua, la religión, la música. Pero un elemento fuerte le gana a todos y nos trae de vuelta a la realidad: el camino en tierra. Una nota al respaldo de la foto dice: “Esa carretera es la única calle que hay en la isla; no hay plazas ni calles transversales”.