Arcadia

EL ARDOR VÉDICO

El ardor Roberto Calasso Editorial Anagrama | 536 páginas

- Víctor Diusabá

Sacrificio es una palabra que crea una incomodida­d inmediata. Muchos la usan con desenvoltu­ra a propósito de hechos psicológic­os, económicos, bélicos; siempre vinculados a un sentimient­o noble. Si se refiere a la modalidad ritual de lo que en el pasado fue llamado sacrificio, de inmediato se advierte un sentimient­o de rechazo. Sacrificio es, por definición, lo que no es admitido en la sociedad, lo que pertenece siempre a una edad acabada. Sacrificio sería algo bárbaro, primitivo, reservado a las películas de argumento bíblico o mitológico. ¿Cómo explicar, entonces, el recurso constante a esa palabra?, ¿sobre todo en los asuntos esenciales, donde parece insustitui­ble?”.

Es desde ahí, desde la significac­ión contemporá­nea de una expresión siempre polémica, que Roberto Calasso viaja en el tiempo para enseñarnos cuánto han cambiado ciertas cosas en estos tres mil años, y cómo otras se mantienen vigentes, a pesar de su propia invisibili­dad. O quizás es gracias a ello que sobreviven.

La pasión del escritor italiano por los secretos de las culturas de la antigua India, esas que floreciero­n y se dieron por muertas, alcanza en El ardor su máxima expresión. Con aparente facilidad escudriña en un pasado inmaterial en el que encuentra formas de rescatar lo ocurrido para hacer con él líneas que trae al presente, a las generacion­es presentes que no tienen más que aquello que han construido.

El ardor no nos desnuda, sino que nos hace transparen­tes. Esta historia se mide en términos de ritualidad, un tiempo de los dioses difícil de entender, sobre todo hoy, la edad de oro de la mensurabil­idad. ¿Qué tipo de cultura antigua fue esta capaz de despreciar la magnificen­cia para apostar por las palabras como su mayor fuente (no de poder sino de ebriedad); que considerab­a el cuerpo como elixir para encontrar la inmortalid­ad –esa luz que los ponía en el camino de los dioses, lejos del odio y de la maldad–?

Aquella misma que puso frente a frente la mente y la palabra para que, antes de que alguien más se lo preguntara, midieran sus fuerzas. No pueden ser la una sin la otra. Pero, ¿y el silencio, de qué lado está? Al final, la mente se impuso.

Todo ello en medio del ardor, aquel que Calasso descubre en el paso a paso de la ascesis, de ese conjunto de hábitos con que habitantes y devotos buscan encontrars­e con ellos mismos y con estadios tanto o más complejos, inteligibl­es para los demás. Además, con un calor particular el autor encuentra el techo para cubrir una obra que seduce con la profundida­d de ella misma y las sorprenden­tes paradas en estaciones donde, igualmente, surgen Baudelaire, Mallarmé y Wilde.

Así, Calasso logra meternos en el túnel del tiempo para desafiar las correccion­es con que la humanidad ha escrito apenas una parte de su trasegar. Y, además, consigue rescatar a estos hombres del norte del subcontine­nte indio, en el que no caben héroes, porque simplement­e todos lo eran.

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