Arcadia

LA SOMBRA DEL AMOR

- Diego Castillo

El jaguar de Orfeo: poema escénico Hugo Chaparro Valderrama Tornamesa ediciones | 71 páginas

La palabra “Orfeo” evoca el nacimiento de la ópera como summa de todo lo disperso que precedió a Monteverdi, quien caminaba distinto en el patio de la costumbre, en vísperas de los carnavales del año 1607, en el palacio del duque de Mantua. Y la imagen, el símbolo que recoge la palabra “jaguar”, correspond­e al mundo del chamanismo en nuestra cultura indígena. El jaguar es el balam del maya, el ocelotl azteca o el yai de los makuna del sur del Vaupés, inherente a su cosmogonía.

En este caso las dos palabras van juntas. El jaguar de Orfeo: poema escénico de Hugo Chaparro Valderrama, con ilustracio­nes de Sandra Restrepo, es el libreto de una ópera colombiana que se estrenó en noviembre de 2014 en el Teatro Mayor, con Mapa Teatro en el montaje y el grupo L’arpeggiata, bajo la dirección musical de Christina Pluhar. Es un texto breve, en cinco actos, que tiene absoluta autosufici­encia como libro, y que se deja leer de una sentada, si se quiere.

Orfeo y el jaguar: el primero surge en la tinta invisible del mito y el relato, entre la luz y la sombra. Orfeo, hijo de Eagro y Calíope, salva a Eurídice del infierno con la música de su lira. Eurídice ha muerto por la mordida de una serpiente, perseguida por Aristeo, quien intentaba violarla. Hades y Perséfone lo dejan bajar a salvarla, a condición de no girarse ni mirarla antes de ascender a la luz del sol. De allí el origen egipcio y fenicio de su nombre: “aur”, que es luz, y “rophae”, que significa salud, curación. Orfeo les lleva a los hombres luz y verdad. Y el jaguar es un maestro del hombre, protector de los campos. Así, esta ópera traslada el viaje órfico al inframundo a la tradición amerindia, como sincretism­o. Quizá la novedad del libro sea el jaguar como sombra, doble o daimón de Orfeo; pues los dos nos transmiten el conocimien­to de la realidad última a través de la perdición del sujeto.

Desde otro ángulo, las versiones de Orfeo y Eurídice son numerosas: Ovidio, Pausanias o Rilke, entre las literarias; Durero o Delville en la pintura; Lully, Krenek y Offenbach, entre las musicales, o la trilogía órfica del cine de Jean Cocteau. En este sentido, un precedente clave es el Orfeu da Conceição, de Vinícius de Moraes, y su adaptación al cine, el Orfeo negro de Marcel Camus, con música de Jobim y Luiz Bonfá. Tanto en las dos versiones del Brasil como en la de Chaparro, la pasión de los protagonis­tas se da durante el carnaval, sugerido también por las máscaras de las ilustracio­nes. “Si una persona no se enmascara no logra detener la muerte”, dice Lezama Lima. La máscara se usa en el carnaval, donde se intersecta­n el mundo de los muertos con la visita de los vivos. Por eso la máscara del jaguar. Por ello el reconocimi­ento de Orfeo a Eurídice es una máscara ideal. Y por eso también la obra de arte como exhumación de Orfeo, y los Orfeos son variados y se renuevan.

Por otra parte, las líneas y diálogos del libro nos arrastran: imaginamos la selva y el carnaval, cada espacio de los personajes cuya palabra y acción exceden el mundo en que se mueven. El dúo de los protagonis­tas es notable, y las canciones del primer y cuarto acto relumbran, lo mismo que ciertos pasajes de Jasón y Aristeo. Ulises curiosamen­te aparece –otro cuasi-doble de Orfeo– con su victoria sobre el canto de las sirenas. Y en el cuarto acto se nos revela el poder del poeta Orfeo para descifrar el mundo con las palabras y la música.

Un tópico del libro es la vida como sueño. Su retórica tiraniza ciertos pasajes, acompasado­s por líneas agudas y expresivas. Y, como las buenas novelas, este libreto suspende la identidad del lector, franqueand­o los confines del verbo soñar.

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