Arcadia

PREMIO DE CONSOLACIÓ­N

- Emilio Sanmiguel

Amí también me da miedo. Me da verdadero terror la lista de los precandida­tos a la presidenci­a de la República. No porque la mayoría sean de derecha, ultraderec­ha o del lado que sea, o porque vayan a cometer perjurio al jurar por los clavos de Cristo que no harán una reforma tributaria.

Me da miedo que cada uno de ellos tiene señora –bueno, las candidatas tienen su marido–, y no se sabe mucho de ese medio centenar de señoras que aspira a ocupar el trono de la “primera dama”.

Es decir, el futuro de la música – el de la música clásica, o académica, o como se la quiera llamar– depende de esa señora de la cual no se sabe nada. Porque para los presidente­s de estos países, la música, y la cultura en general, son poco menos que nada. Son un fastidio con los que hay que cargar, como si fueran un lastre, y por eso le trasladan esa responsabi­lidad a su señora.

Esa señora, por lo general, sabe menos de música que su “excelentís­imo” marido, y eso no es delito. Lo grave es que así, de la noche a la mañana, como por arte de magia, la descubre; descubre un mundo que desconocía, el del medio musical, que es más o menos glamoroso, con las comodísima­s poltronas doradas del placo presidenci­al del Teatro Colón, que parecen dos tronos reales. Y está en Nostradamu­s que el descubrimi­ento tardío de la cultura es sumamente peligroso.

Efectivame­nte, sobre la primera dama va recayendo, poco a poco, casi todo el poder del medio musical, de cuya ejecución se encarga la ministra de Cultura, quien desde luego es una de sus amigas, y quien se encarga de armar el ajedrez musical. Eso no es poco, porque ese ajedrez incluye teatros, orquestas, fundacione­s, festivales y un largo etcétera.

Esa primera dama que nos depara el destino –¿el sino?–, y que va a sentarse en el palco presidenci­al del Colón en la segunda o tercera semana de agosto de este año, tendrá que mirar en el círculo de sus íntimas y sobre la más “culta” de ellas –siempre hay una que es “cultísima”– recaerá el cetro del ministerio.

A ella le correspond­erá –qué faena tan incómoda– desmontar el andamiaje de poder erigido a lo largo de ocho años por la actual rectora de los destinos culturales y musicales del país. Es decir, le tocará empezar a hacer rodar las cabezas de semejante maquinaria, cuyos tentáculos han llegado hasta el último rincón de este país.

Ese es el dilema: como en Colombia ser mujer es ser un ciudadano de segunda, y dadas las cuotas de género que hay que llenar en el gabinete ministeria­l, las probabilid­ades de que el ministerio quede en manos de una mujer son muy altas; y las de que al ministerio llegue una mujer con calidades culturales –que las hay, y muchas– son sumamente bajas.

Regreso, pues, al inicio de esta perorata: a la fecha, ninguno, absolutame­nte ninguno de los precandida­tos ha hecho una sola declaració­n con respecto a la cultura, y muchísimo menos a la música. Segurament­e más adelante, cuando las aguas se decanten y las maquinaria­s de la segunda vuelta se monten, aparecerán los comités culturales, presididos por las correspond­ientes señoras de los candidatos, cuyo discurso es de sobra conocido, con las propuestas de una cultura musical inclusiva para todos los niños y las niñas, la utilizació­n de la música como un instrument­o de paz y convivenci­a y, de pronto, hasta el ofrecimien­to de la creación de una orquesta sinfónica en todas las ciudades del país.

Pero no va a ocurrir nada, porque estamos lejos, muy lejos de los antiguos griegos, para quienes la música era una de disciplina­s fundamenta­les de la educación. Y no va a ocurrir porque a duras penas parece que va a regresar la enseñanza de la Historia a las aulas de los colegios.

De manera pues que queda encomendar­nos a Santa Cecilia, patrona de la Música. ¿O mejor a Santa Rita de Casia, abogada de imposibles?

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