Un héroe del común.
Este 25 de enero se estrena este documental que relata la vida de un colombiano testigo y víctima de todas las partes del conflicto armado de nuestro país durante dos décadas. Ciro Galindo es una de las 8 millones de víctimas de una guerra que no ha padec
Ciro & Yo, de Miguel Salazar.
Ciro & yo es quizá una de las piezas más significativas que se han producido en Colombia en la época del posconflicto: además de condensar en una hora y cuarenta minutos el contexto brutal de la guerra interna, desde la violencia de los años cincuenta hasta la firma del acuerdo de paz en 2016, el documental narra en detalle los avatares de la vida de un hombre testigo y víctima del conflicto. Ciro es, por antonomasia, el guerrero. El hombre que a pesar de padecer las injusticias de una guerra, a pesar de soportar los maltratos del Ejército, de la guerrilla, de los paramilitares y del Estado –representado en la burocracia y la letra menuda de las instituciones del gobierno de turno–, ha sido siempre capaz de sostenerse, de reinventarse, de migrar, de aceptar, de enterrar a sus hijos y a su esposa, y aun así, continuar en la búsqueda de su propia salvación y la de Esneider, el hijo que logró rescatar de una guerra sin tregua.
La historia de Ciro es tal vez una entre miles que ha dejado el enfrentamiento armado entre el Estado y los grupos subversivos en Colombia; sin embargo, esta es una historia íntima que se relata desde una cronología del dolor de una familia campesina, una familia que lentamente es desmembrada, abatida y puesta al azar de la ruleta de los hechos políticos de cada década, dejada en vilo por un gobierno incapaz de responderles a sus víctimas. Acostumbrados a representar la guerra a través de imágenes de noticieros, de archivos vistos y revistos que hoy en día son paisajes convencionales de la realidad de un país; acostumbrados a recurrir a estereotipos del conflicto que se han construido a partir de relatos segmentados, desprovistos de rigor, de crónicas periodísticas que surgen con los afanes de cada redacción, este documental es un valioso trabajo de investigación y seguimiento durante dos décadas a un personaje que les da nombre a las barbaridades que sufrió. Con su relato, Ciro & yo acerca al espectador a las entrañas del conflicto con una mirada pausada, serena, responsable y a la vez descarnada; donde se encuentran detalladas las estaciones y los tránsitos que Ciro visitó para responder a la demanda que le imponía la violencia, al tratar de huir de la constante amenaza de muerte que le suponía vivir en medio de una zona de guerra. Se trata de un documental que pone énfasis en el dolor, en descifrar de qué se compone el hecho de ser un doliente de la guerra, de revisar en detalle cómo las consecuencias de la violencia ponen de manifiesto que es necesario reconstruir el diario del dolor de cada una de las víctimas. No para evidenciar –o seguir enunciando– una narrativa del lamento y del victimismo, no para revictimizar a personas como Ciro, no para hacer un retrato miserabilista de un país y de una sociedad; sino para verbalizar el terror, reconstruir el sufrimiento, comprender el pasado. Se trata, en palabras de Miguel Salazar, su director, del nacimiento de un lenguaje: hablar del dolor de Ciro es también inaugurar una forma de lenguaje que le dé vocabulario a la sociedad para poder pronunciarse de otra manera frente al conflicto, de una forma quizá más sosegada, menos apasionada, que interpele otras instancias de la realidad para movilizar un cambio.
En este caso,la historia de Ciro venció las fronteras de su propia marginalidad y, por medio del Cine, su caso pasa a ser representado,idealizado y observado por los espectadores.ese es,en últimas,el sentido de un posacuerdo: tejer redes de ideas, de pensamientos y de lenguajes de distintos niveles y representantes del conflicto para construir una óptica diferente del presente.
El periodista y escritor estadounidense Gay Talese tiene por método de trabajo seguir por años, por décadas, a un personaje de su interés, porque al entrar en contacto íntimo con esa vida, al conocerla de verdad, al revisar y poder distinguir lo real de lo irreal es cuando se visibiliza la posibilidad de inaugurar una nueva mirada sobre la realidad. Es en esa misma línea que Miguel Salazar trabajó en su investigación de Ciro: una observación de un personaje que pone de manifiesto una amistad sellada, como lo dice al inicio del documental, por la muerte, pero que a la vez es la manifestación de un rigor que comienza a ser la constante de ciertas producciones cinematográficas colombianas.
Durante los años que siguió de cerca a Ciro y su familia, hacer documental en Colombia era una elección de pocos. ¿Por qué eligió el documental y no la ficción?
Llegué al documental un poco por accidente. Desde joven trabajé como fotógrafo. En 1997, mientras estudiaba Historia en la Universidad de
los Andes, publiqué con Villegas Editores el libro Colombia panorámica. Después de graduarme como historiador, me fui a estudiar una maestría en Cine en la Universidad de Nueva York. Mi carrera giraba alrededor de la ficción, aunque había un par de clases y ejercicios de documental. Mi tesis de grado fue un corto de ficción, Martillo, que ganó el FICCI y otros festivales internacionales en 2005. Ese mismo año, y con esa carta de presentación, regresé a Colombia a buscar trabajo. Por esa época apenas empezaba la Ley de Cine y se hacían una o dos películas anuales. Las posibilidades laborales eran escasas con excepción de la publicidad o la televisión, y a mí ninguna me llamaba la atención. Benjamín Villegas me ofreció hacer otro libro de fotos panorámicas y yo acepté de inmediato. Mientras estudiaba Historia y leía a Heródoto en Leticia o en Puerto Carreño, veía que esas historias de hace dos mil años las estaba viviendo en vivo y en directo, a su manera, acá en Colombia: la historia estaba viva y sucedía ahí, frente a mis narices y gritaba “fílmame, grábame, nárrame, inmortalízame”.
Al mismo tiempo, un amigo me presentó a la periodista Margarita Martínez, que acababa de codirigir junto a Scott Dalton La sierra, el documental del barrio del mismo nombre. La sierra era de lejos la mejor película colombiana del año, un documental desgarrador de la vida de tres jóvenes en las comunas de Medellín durante la primera desmovilización paramilitar. Margarita buscaba a alguien nuevo con quién trabajar, hablamos de ideas, de proyectos y terminamos trabajando juntos. Sabíamos que queríamos hacer una historia de cine directo, o verité, sin artificios. Queríamos documentar la realidad tal y como era. Y así terminamos haciendo Robatierra, el documental sobre los Nasa y la recuperación de tierras en el norte del Cauca. Un proyecto que nos tomó cuatro años. Ahí me di cuenta de que la realidad era más fuerte que la ficción y que Colombia estaba llena de historias reales, de gente de carne y hueso que hacía cosas extraordinarias en lugares extraordinarios para sobrevivir. Después de eso terminé dirigiendo La toma, junto a Angus Gibson, y eso llevó a hacer Carta a una sombra… En fin. Diría que yo no elegí el documental, sino que el documental me eligió a mí. No me considero un documentalista. Soy un cineasta. Hago películas. Empleo la gramática cinematográfica para contar historias, ojalá entretenidas y conmovedoras para el público, pero que tengan fondo y nos hagan reflexionar sobre el lugar que habitamos y nuestro rol en la sociedad. Me gustan las historias en directo, sin artificios. Hoy el documental está llevando cada vez más espectadores a las salas. ¿Qué opina al respecto?
Creo que mucha de la ficción colombiana se ha centrado en narrar historias de personajes en los márgenes de la sociedad. Estas historias de personas extraordinarias han sido fuertemente estilizadas, generando en muchos casos una realidad impostada, maquillada, casi artificial. Por ello, muchas veces la comunicación con el público ha fracasado. El documental, por el contrario, narra historias de gente común y corriente que termina haciendo cosas extraordinarias. La dureza y particularidad de la vida en Colombia (y no solo por la violencia) hace que aparezcan historias extraordinarias de personas ordinarias. Esas son las historias que vale la pena contar. También esas son las historias que el público quiere ver, con las que se identifica. El documental permite acercarse a los personajes, conocerlos de verdad. Diría también que es el formato que más permite la experimentación.
El público puede pensar que con su película verá otra vez las mismas imágenes y el mismo discurso de la guerra que tantas veces ha visto. ¿Qué nos dice Ciro & yo que no hayamos visto antes sobre la guerra, el conflicto armado y el desplazamiento?
Ajeno al sistema, pero víctima de él, Ciro ha liderado una heroica lucha anónima por vivir bajo sus propios términos. A través de la historia de Ciro se puede comprender la historia de Colombia. Él es un testigo privilegiado, en terreno, de una guerra que parece distante y confusa. Ciro es un héroe común, que a pesar de todos los obstáculos y golpes, nunca optó por la violencia, ni hizo parte de un grupo armado. Lo perdió todo y aun así, a los 60 años, sueña con una nueva oportunidad para él y su hijo. Ciro sueña con una casa, con un trabajo. Ciro está dispuesto a perdonar, pero no a olvidar. Mi amistad con Ciro me ha permitido registrar de cerca muchos momentos de su vida y reunir un material de archivo muy valioso: fotos familiares, una entrevista de hace diez años con Ciro y su esposa cuando aún vivía, un video que da cuenta de la forma como su hijo Memín fue utilizado para la guerra, otro video de cuando acompañé a Ciro a enterrarlo… Ese material, junto con el archivo noticioso, me permite contar la historia de Ciro desde una mirada muy particular. Es una mirada íntima y cómplice, respetuosa, pero a la vez crítica. Ciro & yo narra el viaje de Ciro al encuentro con su pasado, en la búsqueda por rearmar su vida y construir un futuro para él y su hijo. El de Ciro, como el de Colombia en tiempos de paz, es un viaje a la memoria que busca darle palabra al dolor, un viaje para recuperar su dignidad. Ciro & yo es también una historia de reclutamiento infantil. Esta película retrata un ciclo infernal, que se repite desde las Guerra de los Mil Días, hace más de un siglo, y es el de reclutar a los niños y a los jóvenes para la guerra.
¿Quién es el “yo” del título?
Creo que este documental muestra que esta sociedad necesita un pacto colectivo, una refundación. Todos los oprobios, injusticias y barbaries que puede padecer un ser humano los ha padecido Ciro. La película busca que el espectador sienta empatía por Ciro, que al menos se cuestione lo que le sucede a él e intente ponerse en sus zapatos. El yo de Ciro & yo no es solo Miguel Salazar, sino también el espectador. Creo que para aquellos que siguen creyendo en la guerra este es un canto pacifista. Es el gemido (pues ya no puede gritar) de un ser humano maltratado por otros seres humanos, quien dice ¡basta! y está dispuesto a perdonar, pero no a olvidar.
¿Qué fue lo más complejo que enfrentó como director al realizar este documental?
Narrar el dolor. La violencia, y en particular el terror político, busca destruir el relato, la historia del otro. Uno de los pasos iniciales del posconflicto es reconstruir la narrativa destruida por el terror. El dolor destruye el lenguaje. Por eso muchas víctimas lloran al contar su historia de horror, regresando a un estado sin lenguaje, a la barbarie. Lo que la violencia busca es hacer que el otro sea invisible, que su historia no exista. El poder contar su historia, el lograr poner el horror en palabras, empodera a la víctima, pues asistimos al nacimiento mismo del lenguaje. Así que en muchos casos mi primera tarea es reconstruir la narrativa, contar la historia, darle un principio, una mitad y un final, y hacer que la historia de dolor quepa en las manos de alguien, y la pueda llevar consigo. También fue un reto ser un personaje de la película. Retratarme. Literalmente salir a escena. La historia de Ciro es parte de mi historia, de quien soy. Nunca había estado frente a la cámara, siempre había estado detrás.
Ciro & yo parece ser el clímax o el punto de giro de una carrera como documentalista. ¿Es así? ¿Ahora qué sigue?
Quiero volver a hacer ficción. Estoy cansado de perseguir la realidad. Necesito inventar un mundo, soñar. Creo que eso también es parte del posconflicto. Narrar otras historias, construir otros sueños y otras realidades. Actualmente trabajo en la adaptación cinematográfica de la novela de Antonio Ungar, Tres ataúdes blancos.