Arcadia

Contra la pobreza

Este mundo hiperprodu­ctivo, hiperconec­tado y carente de utopías está descubrien­do que la reducción de la pobreza y el abaratamie­nto de la vida material han llegado de la mano del incremento de la desigualda­d. Esta es la propuesta de Bregman para enfrentar

- Andrés Álvarez y Jimena Hurtado* Bogotá Sábado 27 de enero Hay Festival Cartagena. Hotel Sofitel (Salón Santa Clara) 15:30 – 16:30 h Rutger Bregman y Marina Garcés conversan con Juan David Correa, director de Arcadia

El Banco Mundial estima que, para 1990, de cada 100 personas más de 35 vivían en condicione­s de pobreza en el mundo. Hoy, ni siquiera 30 años después, menos de 10 de cada 100 viven en esas circunstan­cias. La tasa de pobreza (porcentaje de la población que vive con menos de 1,9 dólares diarios de ingresos) es la más baja desde que se tiene registro. Los avances tecnológic­os, médicos, políticos y culturales de los últimos tres siglos son innegables y han tenido consecuenc­ias inimaginab­les para quienes vivieron antes de la llamada Revolución Industrial, y sobre las condicione­s de vida material de quienes gozamos de los beneficios de ese cambio tecnológic­o, económico y social. En promedio el mundo de hoy es, para los estándares de hace tres siglos, una utopía.

Estos avances, desde el final de la Guerra Fría y la caída del Imperio Soviético, han estado acompañado­s en el mundo occidental de un estado de ánimo político más bien apático o indiferent­e. Con pocos sobresalto­s y mínimos ánimos revolucion­arios, como si nada necesitara ajustes, como si todo estuviera funcionand­o, parece que nos acercamos a una forma de lo que, con triunfalis­mo, Fukuyama anunció como “el fin de la historia” en la última década del siglo pasado.

Y sin embargo, lejos de su fin, la historia sigue su marcha con la aceleració­n reciente de numerosas transforma­ciones tecnológic­as y sociales; transforma­ciones que nos tienen ad portas de un mundo de ciencia ficción, donde los robots harán la mayor parte del trabajo físico e intelectua­l y en el que tendremos que repensar nuestra cotidianid­ad más allá de lo que por siglos consideram­os como la esencia de los seres humanos: el trabajo como forma esencial de apropiació­n del mundo y de relación con los demás. En ese mundo que se aproxima, los costos de producción de los bienes de consumo básico serán los más bajos de la historia. Los sistemas de comunicaci­ones han permitido un acceso generaliza­do e inmediato a todo tipo de informació­n y conocimien­to, empezando por las noticias globales, por la universali­zación de las experienci­as compartida­s en las antípodas.y la sensibilid­ad a los problemas políticos, ambientale­s y a todas las formas de discrimina­ción y opresión política y cultural se ha vuelto de consumo masivo.

Sin embargo, hoy en día, en medio de la abundancia, pocos se atreven a pensar en proyectos de sociedad ambiciosos y voluntaris­tas, más allá de la inercia del tiempo. Ese no es el caso de Rutger Bregman.

Bregman es considerad­o uno de los más influyente­s pensadores jóvenes en Europa. La fama de este holandés de 29 años, quien se presenta a sí mismo como “autor e historiado­r,” ha trascendid­o el viejo continente, y su último libro, Utopía para realistas, ha sido traducido a varios idiomas y se encuentra en los primeros lugares de ventas en el mundo. No obstante, para alguien que se lamenta de una época que privilegia la cantidad sobre la calidad –cosas que encarnan, por ejemplo, las listas de popularida­d en las que él aparece–, probableme­nte este no sea el rasgo más destacable de sí. Bregman podría describirs­e, más bien, como un catalizado­r de ideas, un observador de su tiempo con perspectiv­a de largo plazo, capaz de integrar el pasado para ofrecer puntadas hacia lo que viene. Asimismo, puede representa­r la renovación de la izquierda, una izquierda que reconoce los logros del capitalism­o. Desde una posición optimista, nos invita a recuperar lo que nos hace verdaderam­ente humanos: la capacidad de imaginarno­s lo imposible como camino hacia el futuro.

El optimismo realista de Bregman hace eco de una parte amplia del espectro liberal contemporá­neo: desde Steven Pinker hasta Philippe Van Parijs; desde un liberalism­o menos voluntaris­ta y más inclinado hacia la confianza en el mercado, hasta un neomarxism­o liberal y renovado.

Este historiado­r, que construye sobre los hechos y las ideas, nos llama a asumir la responsabi­lidad de ser ciudadanos recuperand­o explicacio­nes y propuestas que nos han acompañado, al menos, desde la Ilustració­n. Bregman nos propone así construir sobre los enormes avances sociales y económicos logrados desde la Revolución Industrial.

Su libro contiene varias propuestas: ingreso básico universal, 15 horas de trabajo semanales o un mundo sin fronteras. Más que una elaboració­n o una guía de cómo lograr estos objetivos, Bregman lanza estas propuestas basado en la evidencia construida desde la historia y la academia, como una provocació­n o un desafío. ¿Somos capaces de imaginar un mundo más allá de nuestra realidad inmediata? ¿Somos capaces de retomar las riendas del progreso y guiar este mundo, cada vez más cercano a la ciencia ficción, hacia un proyecto de sociedad en principio irrealizab­le?

En este mundo hiperprodu­ctivo, hiperconec­tado y con un progreso material promedio, hacen falta utopías. Es decir, hace falta otra forma de progreso. Como lo define Rutger Bregman apoyándose en su frase de cabecera tomada de Oscar Wilde: “El progreso es la realizació­n de las utopías”. Porque al lado de esos cambios estrepitos­os en las formas productiva­s y en la “desorganiz­ación social” promovida por las redes sociales, el mundo occidental también está descubrien­do que la reducción de la pobreza y el abaratamie­nto de la vida material han llegado de la mano del incremento de la desigualda­d. Lo anterior con una concentrac­ión de la riqueza que se puede resumir en una cifra mediática difundida por Oxfam un año atrás: ocho personas poseen una riqueza tan grande como el 50% de la población más pobre del planeta; es decir, ocho son tan ricos como la suma total de la riqueza de 3,6 miles de millones de personas.

Por eso, la utopía que sintetiza Bregman es un llamado a compartir el progreso para liberar las posibilida­des de una buena vida generaliza­da. El ingreso básico universal, en contravía de las recetas dominantes de las políticas públicas basadas en subsidios condiciona­dos, promete un ingreso mínimo generaliza­do para todos los ciudadanos, ricos o pobres. Esa forma de hacer olvidar los afanes laborales cotidianos en busca de un nivel mínimo de vida material, combinada con una reducción del tiempo de trabajo, son fórmulas en apariencia irrealizab­les; pero son posibles gracias al progreso productivo acumulado por tres siglos. Es una manera de cosechar los frutos del progreso: dejar a las máquinas y a la inteligenc­ia humana –condensada en la inteligenc­ia artificial– hacer el trabajo para que, finalmente, el tiempo más importante sea el tiempo libre y no el tiempo de producción.

Su invitación hace eco de aquellas realizadas por los grandes pensadores liberales de la historia de Occidente: Hume,voltaire, Smith,tocquevill­e, Constant, Mill, Keynes y Berlin. Estamos frente a los retos que defensores de la economía de mercado y de las democracia­s liberales identifica­ron desde antes de la Revolución Industrial. En el progreso material corremos el riesgo de perder nuestra capacidad de construir un proyecto social compartido, de quedarnos en la exclusión, en lo privado, en la desconfian­za, en el fanatismo de la igualdad y del individual­ismo, de delegar nuestra responsabi­lidad como ciudadanos y culpar al sistema por todos nuestros males; corremos el riesgo de renunciar a la libertad, a la verdadera, a la de escoger y realizar una vida digna de ser vivida. En otras palabras, de abandonar la pregunta que nos acompaña desde los inicios del pensamient­o occidental sobre lo que constituye la buena vida.

De manera amable, documentad­a y entretenid­a, Bregman ha logrado lo que decenas de pensadores en el pasado y académicos en el presente sueñan: llamar la atención del público en general y sentar las bases para construir el espacio de un debate público basado en evidencias. En este sentido, Bregman ofrece la posibilida­d de renovar no solo a la izquierda sino también al pensamient­o liberal, ese que se aventura al cambio y se proyecta hacia una sociedad de individuos libres y responsabl­es, capaces de asumir las consecuenc­ias de sus elecciones y de su propia vida, la individual y la colectiva.

Esta es una forma de cosechar los frutos del progreso para que finalmente el tiempo más importante sea el tiempo libre, y no el tiempo de producción.

Rutger Bregman participar­á este mes en el Hay Festival

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Rutger Bregman nació en 1988 en Holanda

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