Contra la pobreza
Este mundo hiperproductivo, hiperconectado y carente de utopías está descubriendo que la reducción de la pobreza y el abaratamiento de la vida material han llegado de la mano del incremento de la desigualdad. Esta es la propuesta de Bregman para enfrentar
El Banco Mundial estima que, para 1990, de cada 100 personas más de 35 vivían en condiciones de pobreza en el mundo. Hoy, ni siquiera 30 años después, menos de 10 de cada 100 viven en esas circunstancias. La tasa de pobreza (porcentaje de la población que vive con menos de 1,9 dólares diarios de ingresos) es la más baja desde que se tiene registro. Los avances tecnológicos, médicos, políticos y culturales de los últimos tres siglos son innegables y han tenido consecuencias inimaginables para quienes vivieron antes de la llamada Revolución Industrial, y sobre las condiciones de vida material de quienes gozamos de los beneficios de ese cambio tecnológico, económico y social. En promedio el mundo de hoy es, para los estándares de hace tres siglos, una utopía.
Estos avances, desde el final de la Guerra Fría y la caída del Imperio Soviético, han estado acompañados en el mundo occidental de un estado de ánimo político más bien apático o indiferente. Con pocos sobresaltos y mínimos ánimos revolucionarios, como si nada necesitara ajustes, como si todo estuviera funcionando, parece que nos acercamos a una forma de lo que, con triunfalismo, Fukuyama anunció como “el fin de la historia” en la última década del siglo pasado.
Y sin embargo, lejos de su fin, la historia sigue su marcha con la aceleración reciente de numerosas transformaciones tecnológicas y sociales; transformaciones que nos tienen ad portas de un mundo de ciencia ficción, donde los robots harán la mayor parte del trabajo físico e intelectual y en el que tendremos que repensar nuestra cotidianidad más allá de lo que por siglos consideramos como la esencia de los seres humanos: el trabajo como forma esencial de apropiación del mundo y de relación con los demás. En ese mundo que se aproxima, los costos de producción de los bienes de consumo básico serán los más bajos de la historia. Los sistemas de comunicaciones han permitido un acceso generalizado e inmediato a todo tipo de información y conocimiento, empezando por las noticias globales, por la universalización de las experiencias compartidas en las antípodas.y la sensibilidad a los problemas políticos, ambientales y a todas las formas de discriminación y opresión política y cultural se ha vuelto de consumo masivo.
Sin embargo, hoy en día, en medio de la abundancia, pocos se atreven a pensar en proyectos de sociedad ambiciosos y voluntaristas, más allá de la inercia del tiempo. Ese no es el caso de Rutger Bregman.
Bregman es considerado uno de los más influyentes pensadores jóvenes en Europa. La fama de este holandés de 29 años, quien se presenta a sí mismo como “autor e historiador,” ha trascendido el viejo continente, y su último libro, Utopía para realistas, ha sido traducido a varios idiomas y se encuentra en los primeros lugares de ventas en el mundo. No obstante, para alguien que se lamenta de una época que privilegia la cantidad sobre la calidad –cosas que encarnan, por ejemplo, las listas de popularidad en las que él aparece–, probablemente este no sea el rasgo más destacable de sí. Bregman podría describirse, más bien, como un catalizador de ideas, un observador de su tiempo con perspectiva de largo plazo, capaz de integrar el pasado para ofrecer puntadas hacia lo que viene. Asimismo, puede representar la renovación de la izquierda, una izquierda que reconoce los logros del capitalismo. Desde una posición optimista, nos invita a recuperar lo que nos hace verdaderamente humanos: la capacidad de imaginarnos lo imposible como camino hacia el futuro.
El optimismo realista de Bregman hace eco de una parte amplia del espectro liberal contemporáneo: desde Steven Pinker hasta Philippe Van Parijs; desde un liberalismo menos voluntarista y más inclinado hacia la confianza en el mercado, hasta un neomarxismo liberal y renovado.
Este historiador, que construye sobre los hechos y las ideas, nos llama a asumir la responsabilidad de ser ciudadanos recuperando explicaciones y propuestas que nos han acompañado, al menos, desde la Ilustración. Bregman nos propone así construir sobre los enormes avances sociales y económicos logrados desde la Revolución Industrial.
Su libro contiene varias propuestas: ingreso básico universal, 15 horas de trabajo semanales o un mundo sin fronteras. Más que una elaboración o una guía de cómo lograr estos objetivos, Bregman lanza estas propuestas basado en la evidencia construida desde la historia y la academia, como una provocación o un desafío. ¿Somos capaces de imaginar un mundo más allá de nuestra realidad inmediata? ¿Somos capaces de retomar las riendas del progreso y guiar este mundo, cada vez más cercano a la ciencia ficción, hacia un proyecto de sociedad en principio irrealizable?
En este mundo hiperproductivo, hiperconectado y con un progreso material promedio, hacen falta utopías. Es decir, hace falta otra forma de progreso. Como lo define Rutger Bregman apoyándose en su frase de cabecera tomada de Oscar Wilde: “El progreso es la realización de las utopías”. Porque al lado de esos cambios estrepitosos en las formas productivas y en la “desorganización social” promovida por las redes sociales, el mundo occidental también está descubriendo que la reducción de la pobreza y el abaratamiento de la vida material han llegado de la mano del incremento de la desigualdad. Lo anterior con una concentración de la riqueza que se puede resumir en una cifra mediática difundida por Oxfam un año atrás: ocho personas poseen una riqueza tan grande como el 50% de la población más pobre del planeta; es decir, ocho son tan ricos como la suma total de la riqueza de 3,6 miles de millones de personas.
Por eso, la utopía que sintetiza Bregman es un llamado a compartir el progreso para liberar las posibilidades de una buena vida generalizada. El ingreso básico universal, en contravía de las recetas dominantes de las políticas públicas basadas en subsidios condicionados, promete un ingreso mínimo generalizado para todos los ciudadanos, ricos o pobres. Esa forma de hacer olvidar los afanes laborales cotidianos en busca de un nivel mínimo de vida material, combinada con una reducción del tiempo de trabajo, son fórmulas en apariencia irrealizables; pero son posibles gracias al progreso productivo acumulado por tres siglos. Es una manera de cosechar los frutos del progreso: dejar a las máquinas y a la inteligencia humana –condensada en la inteligencia artificial– hacer el trabajo para que, finalmente, el tiempo más importante sea el tiempo libre y no el tiempo de producción.
Su invitación hace eco de aquellas realizadas por los grandes pensadores liberales de la historia de Occidente: Hume,voltaire, Smith,tocqueville, Constant, Mill, Keynes y Berlin. Estamos frente a los retos que defensores de la economía de mercado y de las democracias liberales identificaron desde antes de la Revolución Industrial. En el progreso material corremos el riesgo de perder nuestra capacidad de construir un proyecto social compartido, de quedarnos en la exclusión, en lo privado, en la desconfianza, en el fanatismo de la igualdad y del individualismo, de delegar nuestra responsabilidad como ciudadanos y culpar al sistema por todos nuestros males; corremos el riesgo de renunciar a la libertad, a la verdadera, a la de escoger y realizar una vida digna de ser vivida. En otras palabras, de abandonar la pregunta que nos acompaña desde los inicios del pensamiento occidental sobre lo que constituye la buena vida.
De manera amable, documentada y entretenida, Bregman ha logrado lo que decenas de pensadores en el pasado y académicos en el presente sueñan: llamar la atención del público en general y sentar las bases para construir el espacio de un debate público basado en evidencias. En este sentido, Bregman ofrece la posibilidad de renovar no solo a la izquierda sino también al pensamiento liberal, ese que se aventura al cambio y se proyecta hacia una sociedad de individuos libres y responsables, capaces de asumir las consecuencias de sus elecciones y de su propia vida, la individual y la colectiva.
Esta es una forma de cosechar los frutos del progreso para que finalmente el tiempo más importante sea el tiempo libre, y no el tiempo de producción.
Rutger Bregman participará este mes en el Hay Festival