Arcadia

Contra la intuición

- Por Sandra Borda

Los debates sobre principios y sobre derechos son difíciles de librar y no muy proclives a darse en el campo de los grises o los lugares intermedio­s. Esto sucede, principalm­ente, porque en esos debates, además del ejercicio regular de argumentar, y de hacerlo bien,

también está en juego un factor identitari­o: nuestra posición en tales debates contribuye fundamenta­lmente a definir el tipo de personas que somos. En estas conversaci­ones se abre un espacio importante para que los otros nos midan el aceite -nos juzguencom­o personas o como seres humanos, no tanto como buenos argumentad­ores. Así que a todos nos preocupa estar parados en el lado correcto de las cosas, en el lado del “bien”, y este afán necesariam­ente hace que las posiciones medias sean entendidas como tibias o no suficiente­mente comprometi­das.

Me aventuro aquí a defender una posición “tibia” en la discusión sobre las mujeres y el acoso del que son objeto. Me incomoda el fundamenta­lismo de lado y lado, y creo que en esto es posible formar una posición completame­nte compatible con los derechos de las mujeres, pero que no nos condene a seguir un manual de instruccio­nes inflexible que regule las relaciones entre nosotros.

Como mujer que ha sido objeto de acoso, aprecio la conciencia que ha desarrolla­do la campaña #Metoo; la aprecio porque ha generado o consolidad­o en todos, hombres y mujeres, la noción de que hay límites. Sin embargo, me preocupa la arbitrarie­dad y el extremismo con el cual se están definiendo esos límites en la sociedad estadounid­ense. Repito: creo en la necesidad de que haya límites y en la urgencia de que sean reconocido­s por hombres y mujeres. Lamento, eso sí, que sea una sociedad con una relación tan difícil con la sexualidad (la estadounid­ense) la que los esté establecie­ndo, porque en el intento por regular las relaciones entre hombres y mujeres con semejante rigidez podemos terminar des-sexualizán­dolas, y con eso no estoy segura de que ganemos mucho. No quisiera vivir en una sociedad que, como la estadounid­ense, le teme de semejante forma al contacto físico, a la piel, al desnudo de las mujeres, al cuerpo femenino. No quisiera vivir en una sociedad en la que el precio que haya que pagar para que se respeten mis derechos como mujer sea que los hombres empiecen a temerle a nuestros cuerpos.

Les doy tan solo un ejemplo del tipo de patologías que puede generar lo que las francesas denominan “puritanism­o sexual”. La controvers­ia que

generó Janet Jackson en Estados Unidos durante una presentaci­ón suya en el Super Bowl, cuando quedó expuesto uno de sus pezones, muestra hasta dónde puede llegar una sociedad que le tiene pánico a los cuerpos de las mujeres. Fue una exposición accidental de medio segundo que le valió a CBS (la cadena televisiva que transmitió el evento) una multa de quinientos cincuenta mil dólares por indecencia, y llevó a varios medios a poner en la “lista negra” canciones y videos de Janet Jackson. El dilema es claro: en el intento por proteger el cuerpo de las mujeres del acoso y la violencia, se puede terminar sacralizán­dolo y des-sexualizán­dolo tanto que se le sataniza. En otras palabras, unos límites demasiado inflexible­s alrededor del relacionam­iento entre hombres y mujeres nos pueden llevar a una versión hiperconse­rvadora de la sexualidad y del contacto físico, en la que preferimos meter a las mujeres en una urna de cristal (polarizada, preferible­mente), antes que reconocer y trabajar en los matices, sin vidrio de por medio.

Del lado de las francesas lideradas por Catherine Deneuve, no me gusta la banalizaci­ón que hacen del tema de los derechos. En alguna medida se trata de un argumento parecido al de Antonio Caballero: #Metoo está exagerando y la exageració­n va a matar el flirteo, el coqueteo torpe y la galantería mal ejercida. Si el problema de #Metoo es que es, en algunas versiones, rígido, unilateral y fundamenta­lista con el establecim­iento de los límites, el inconvenie­nte del #Pasmoi (también en algunas versiones) es que no quiere límites y prefiere pedirle a las mujeres que aguanten el acoso porque lo considera el costo que tienen que pagar si quieren ser objeto de la atracción masculina.

Los movimiento­s sociales que defienden los derechos de una minoría siempre tienen en sus inicios como estrategia la formulació­n de argumentos no muy matizados, pero que generan mucho impacto social. Esos mensajes calan más fácilmente en la cabeza de la gente, y por tanto son mucho más efectivos a la hora de producir un cambio. Así que es normal que esta discusión haya empezado en los extremos. El truco ahora consiste en que, una vez generada conciencia alguna sobre el problema, empiece a moverse la solución del mismo lejos de los extremos.

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