Arcadia

Mil palabras por una imagen

- Por Antonio Caballero

Me dicen que la serie de televisión The Crown, que sigue paso a paso la larga vida funcionari­al de la reina Isabel II de Inglaterra, es apasionant­e. No la he visto. Pero sinceramen­te no lo creo. Apasionant­e puede ser una película sobre la vida de su remota predecesor­a Isabel I, la “Reina Virgen”, con sus

amantes decapitado­s y sus fastuosos trajes renacentis­tas, sus piratas y sus guerras de religión. O sobre la de casi cualquier otra reina de la historia: Cleopatra de Egipto, Isabel la Católica, Catalina de Rusia. Pero ¿la de esta sosa reina insignific­ante de sombrerito­s redondos de colores pastel?

Creo que no han llegado todavía al episodio en que manda asesinar a su nuera, la princesa Diana, en París. A ver si lo muestran. Pero salvo ese detalle, lo más cinematogr­áficamente tremebundo que ha hecho Isabel II en su larga vida burocrátic­a ha sido el desnucamie­nto con sus propias manos de un faisán al que había herido de un tiro de escopeta en los bosques de caza de alguno de sus palacios, indiscreta­mente filmado con teleobjeti­vo por un paparazzi indiscreto. A ver si muestran eso también.

En un artículo entusiasta la revista Semana explica que lo más fascinante de la serie de televisión consiste en que demuestra que la reina Isabel habla perfecto inglés. Yo había oído decir eso mismo, como un elogio, de Juan Manuel Santos, presidente de Colombia, de Jawaharlal Nehru, primer ministro de la India, del rey Juan Carlos de España. Y sin duda es un mérito notable para cualquier extranjero. Pero ¿lo es para una señora nacida y criada en Inglaterra, y que cuando viaja a las excolonias británicas del Commonweal­th solo se expresa en inglés? Sinceramen­te tampoco lo creo. Creo que lo que pasa es que le admiran todo, los sombreros de flores, la cartera en la que según es fama no lleva nunca ni llaves ni dinero, el acento inevitable­mente inglés, por una sola razón: porque es reina. Es la última reina viva que queda en el planeta.

No hablo de reinas en un sentido metafórico: reinas de belleza, “reinas” de la cocaína, reinas del Carnaval de Barranquil­la. La única reina de verdad que queda es Isabel II de Inglaterra, dándole la razón póstumamen­te al rey Faruk de Egipto, que cuando fue derrocado vaticinó que pronto no quedarían en el mundo sino cinco reyes: el de Inglaterra y los cuatro de la baraja. Está, me dirán, la

de Holanda: pero es de nacionalid­ad argentina, y eso no es serio para una reina. La nueva reina de Tailandia, que va a las fiestas de su marido desnuda. La de Suecia, la de Jordania, la de España. Pero son reinas consortes. No son ellas las que llevan la corona, sino sus maridos. Ahí está el detalle. Si la serie sobre la reina Isabel II importa es porque no es sobre la reina, sino sobre lo que la reina encarna y representa: “the Crown”. La Corona. El mundo está sintiendo nostalgia de coronas.

Fíjense en esta foto: no solo en los brocados de seda escarlata de los tronos, ni en los cortinajes de terciopelo con borlas de pesado hilo de oro, y ni siquiera en la corona de diamantes de la reina: los fastos de la corona que impresiona­n al turista. Sino en la divisa del escudo real, con su león y su unicornio: “Dieu et mon droit”. Está en francés porque los monarcas ingleses no aprendiero­n a hablar inglés sino muy tarde, a mediados del siglo XVI: a lo mejor viene de ahí la reflexión de Semana sobre lo sorprenden­temente bien que lo pronuncia la de ahora, sin acento. “Dieu et mon droit”: “Dios y mi derecho”. Eso es lo que impresiona y atrae, no solo al turista, sino al ciudadano. Nada puede haber más contrario al principio democrátic­o que semejante afirmación arbitraria: un resonante “porque a mí me da la gana”, tomando a Dios por garante. Pero es precisamen­te esa arbitrarie­dad antidemocr­ática la que últimament­e se han puesto a añorar los pueblos, o por lo menos los televident­es.

De ahí el empeño por fundar nuevas casas reales: en el Kazajstán de los Nazarbáyev, en la Cuba de los Castro, en la Corea del Norte de los Kim, en el Congo de los Kabila, en el Perú de los Fujimori, en los Estados Unidos de las dinastías frustradas de los Kennedy y de los Clinton y de los Bush, y en donde ahora se cocina la candidatur­a presidenci­al de Ivanka Trump. Y en Colombia, por supuesto.

Muy pronto la Declaració­n de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de la Revolución francesa será sustituida oficialmen­te por la revista Hola.

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Claire Foy interpreta a la reina Isabel II en la serie The Crown
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