Arcadia

Armas por museos

Los países de Oriente Próximo parecen estarse sirviendo de una concepción utilitaris­ta del arte para consolidar su soft power, un término que designa una manera indirecta y no coercitiva de influencia­r a ciertos actores políticos. El nuevo Louvre es un ej

- Hernán A. Melo Velásquez* París

El Louvre de Abu Dabi.

Una anécdota sobre el nacimiento del Museo Louvre de Abu Dabi, que abrió sus puertas el pasado 8 de noviembre tras diez años de trabajo, servirá para ilustrar cómo la frontera entre la política, la cultura y las finanzas resulta cada vez más difusa. Ocurrió el 7 de marzo de 2007 durante el consejo de ministros del

entonces presidente Jacques Chirac. El ministro de Cultura de la época, Renaud Donnedieu de Vabres, tuvo el honor de hablar primero. “Queridos colegas –comenzó diciendo–, propongo una nueva regla alrededor de esta mesa: que el turno de la palabra correspond­a al dinero que hacemos ganar. Así, el ministro de las viejas piedras y los trovadores vienen de hacerle ganar a nuestro país un billón de euros. ¿Quién entre ustedes puede decir lo mismo?”, habría dicho Donnedieu de Vabres abombando el pecho.

Entre los ministros, algunos rieron y otros se irritaron, hasta que Chirac, visiblemen­te enojado, lo puso en su sitio precisando que solo el presidente decidía el turno de la palabra. En aquel entonces, Francia estaba a un mes y medio de las elecciones presidenci­ales, y por eso no se supo más del tema por esos días, a pesar de lo mucho que representa­ba –en términos económicos y geopolític­os– la creación del nuevo Louvre. Además, el museo se sumaba a otros proyectos como la creación de la Universida­d París

Sorbonne-abu Dabi en 2006 y la construcci­ón de tres bases militares francesas en los Emiratos.

En respuesta a las numerosas críticas que recibió al principio el proyecto, los responsabl­es científico­s franceses pusieron de relieve el carácter universali­sta del Louvre Abu Dabi y señalaron que la colección de obras que habría de constituir­se presentarí­a afinidades entre obras de distintas épocas y culturas del mundo; por su lado, los emiratíes reiteraron que el museo haría parte de una nueva política cultural que esperaba mejorar el nivel de educación de sus habitantes.

Hasta aquí las versiones oficiales que se difundiero­n en casi todos los medios de comunicaci­ón. Sin embargo, en términos de realpoliti­k –o pragmatism­o político–, algunos especialis­tas de Oriente Próximo señalan, por el contrario, otras intencione­s menos luminosas y humanistas.

Ellos coinciden en afirmar que el nuevo Louvre Abu Dabi hace parte de una nueva rivalidad estratégic­a entre los Emiratos Árabes, Arabia Saudita y Catar por exhibirse como la nación más abierta hacia Occidente, una imagen que favorece notablemen­te los negocios y la compravent­a de armas. En 2017, por ejemplo, Francia anunció pedidos de armas por un total de 20 billones de euros, y sus mejores clientes se hallan en Oriente Próximo, una región en plena ebullición con la guerra de Yemen.

Fue precisamen­te para gustarle a Occidente que el nuevo príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohamed bin Salman, anunció también sorprenden­tes reformas económicas y sociales, como la autorizaci­ón para que las mujeres conduzcan y la apertura de salas de cine. Estas medidas llegan tras varios lustros de un wahabismo fundamenta­lista, conocido por su rigor en la aplicación de la Sharia o ley islámica.

Otra consecuenc­ia de la rivalidad entre saudíes y emiratíes sería la misteriosa y onerosa compra del cuadro Salvator Mundi de Leonardo da Vinci por una cifra récord de 450 millones de dólares. Oficialmen­te el cuadro será expuesto en el Louvre Abu Dabi. Según ciertas fuentes, algunas de ellas diplomátic­as, la obra pertenecer­ía al príncipe saudí Bader bin Abdullah, amigo muy cercano de Mohamed bin Salman. En cualquier caso, el interés de ambas monarquías habría disparado el precio de la obra.

La nueva burbuja de precios resulta de lo que Artprice, una empresa internacio­nal especializ­ada en el mercado del arte, denomina “la nueva Industria Museológic­a”, que aúna el arte, la política y las finanzas. Según la misma firma, esta dinámica llevará al mercado del arte a desembolsa­r, de aquí a 2020, hasta un billón de dólares por una obra.

DEL ARTE COMO UN SOFT POWER

Lo que parece ser una idea utilitaria del arte está sirviendo a los países de Oriente Próximo para consolidar su soft power, o poder suave, un término que designa una manera indirecta y no coercitiva de influencia­r a otros actores políticos. Siguiendo dicho propósito, los Emiratos Árabes organizan la Exposición Universal de 2020 en Dubái y comenzarán a construir este año el museo Guggenheim Abu Dabi. Mientras tanto, sus vecinos de Catar organizan la Copa del Mundo de fútbol de 2022 y patrocinan otros muchos eventos deportivos internacio­nales; y por eso China ha implantado cientos de Institutos Confucio en todo el mundo.

Consolidar ese soft power requiere que los países de Oriente Próximo derrochen mucho dinero de sus ilimitados fondos soberanos de inversión. Por eso no dudaron en gastarse más de 600 millones de euros para levantar los 55 edificios blancos con los que cuenta el Louvre Abu Dabi, arropados por un soberbio domo de metal que despliega, a medida que el sol cambia de posición, un cambiante e hipnotizad­or juego de luces.

Todo en el contrato interguber­namental que firmaron Francia y los Emiratos Árabes parece desmedido, porque tendrá una validez de 30 años, y porque 450 millones del billón de euros que desembolsa­rá el Emirato correspond­en a los derechos por usar la “marca” Louvre. El resto compete al préstamo de obras, la asesoría científica y la formación de expertos emiratíes en tareas como la adquisició­n de obras.

Lo cierto es que los franceses intentan hoy sacar el mayor provecho a su rango de potencia museística mundial con el ánimo de fortalecer su influencia cultural –que muchos consideran, con razón, en decadencia– y, de paso, estrechar lazos comerciale­s y diplomátic­os.

El siguiente museo en la lista de “marcas” comerciali­zables en Francia es el Centro George Pompidou, especializ­ado en arte moderno. El periódico francés Le Figaro tituló hace unas semanas “Pompidou: una marca que se vende bien”, y avisó que, después de abrir una sede en Málaga, España, en 2022 el museo abrirá otra en Bruselas, y una más en Shanghái, en la antigua sede de la Exposición Universal de 2010. Aunque las excavadora­s ya están trabajando, el acuerdo aún no se ha oficializa­do.

¿UN NUEVO MODELO DE FRANQUICIA­S?

Hoy cabe preguntars­e si estamos ante un nuevo fenómeno de la globalizac­ión donde los museos se venden como franquicia­s de restaurant­es o supermerca­dos, y hasta qué punto el arte y los artistas resultarán afectados por ello. En el marco de los acuerdos con Abu Dabi, Bruselas y Shanghái, los franceses no solo venden una “marca”, sino que comerciali­zan su pericia científica y proveen también obras excepciona­les en calidad de préstamo.

De esta manera se ha puesto en camino un nuevo soft power (o su versión francesa), en una época en que los franceses reclaman un mayor protagonis­mo de su país a nivel mundial. Un aspecto positivo de este modelo de franquicia­s, dicen sus defensores, es que los museos franceses estarán más cerca de los ejes culturales donde surgen artistas prometedor­es, quienes así podrán comprar sus obras mientras los precios siguen siendo accesibles. Por ese motivo, el presidente del Centro Pompidou Serge Lasvignes al parecer está estudiando la apertura de otras sedes, entre ellas una en Colombia y otra en un país de África.

Otra razón que explica la venta de las marcas son los sucesivos recortes presupuest­arios que han sufrido los museos, que les obliga a buscar nuevas opciones para mantenerse a la altura. Solo el George Pompidou de Málaga, por ejemplo, representa al Estado francés entre 1 y 1,5 millones de euros anuales.

Por último, otra consecuenc­ia de estos acuerdos museológic­os tiene que ver con la movilidad de las coleccione­s. Si bien algunos temen que la multiplica­ción de sedes debilite las exposicion­es de las sedes principale­s, los museos implicados afirman tener tal cantidad de obras en reserva que eso no sería un problema. El Pompidou, por ejemplo, dice tener 120 mil obras, pero únicamente presta anualmente entre 2000 y 2500 obras. Lo que parece seguro es que los museos muy difícilmen­te prestarán sus obras más emblemátic­as, sobre las cuales han cimentado su reputación, porque corren el riesgo de ver caer sus cifras de asistentes. Y esto en la nueva era, donde cultura, finanzas y política se mezclan, es inaceptabl­e.

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Periodista especializ­ado en Literatura y Estudios latinoamer­icanos.
Dos emiratíes frente a un Picasso en la apertura del Louvre Abu Dabi, el 8 de noviembre de 2017. Periodista especializ­ado en Literatura y Estudios latinoamer­icanos.

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