Arcadia

El museo como espejo

En el pabellón 20 de Corferias, en un área de 1200 metros cuadrados, se construirá una réplica del Museo Nacional de la Memoria Histórica, que abrirá sus puertas en 2020. Como una especie de laboratori­o, la exposición pondrá a prueba públicamen­te, por pri

- Mauricio Builes* Bogotá

Corría la época de combates y masacres en el Bajo Atrato Chocoano. Principios de milenio. Una comitiva de defensores de derechos humanos visitó Jiguamiand­ó y Curvaradó para constatar cuántas familias habían tenido que desplazars­e. Mientras caminaban, vieron lo que parecía ser una casa de madera en medio de la maleza. Decidieron llegar hasta ella y tocar a la puerta. Nadie contestó. Se asomaron por una de las ventanas y vieron una hilera de utensilios de cocina colgados en las paredes. Casi todos estaban perforados por proyectil es. vieron algunas muñecas sucias tiradas en el piso y restos bélicos sobre una mesa. Algunas paredes también estaban perforadas. Más que una casa abandonada, el lugar parecía una metáfora de la guerra chocoana que pocos conocían. Nadie supo nunca si los dueños dejaron esos objetos como evidencia de abandono o de muerte. La imagen para aquellos que llegaron hasta la casa de madera fue más una muestra de resistenci­a al olvido.

En parte, esa es la intención del Museo Nacional de la Memoria Histórica (CNMH) cuando, en el marco de la Feria Internacio­nal del Libro de Bogotá, presente su primera gran exposición, Voces para transforma­r a Colombia. Un pabellón exclusivo para el Museo y su nueva apuesta narrativa por contar el conflicto armado, la manera como las víctimas han resistido a él y las rutas a través de las cuales cada uno de nosotros podemos contribuir a cambiar la historia para que todos, con nuestras diferencia­s, por fin quepamos en este país.

Es un relato en construcci­ón. La guerra y sus memorias aún no terminan, siguen asesinando líderes, y ese es, precisamen­te, el reto del Centro Nacional de Memoria Histórica que, por mandato, ha liderado la construcci­ón física y social del museo. A diferencia de otras guerras, los actores involucrad­os en Colombia son múltiples, a veces difusos; las raíces son sociales, económicas, étnicas, ideológica­s, de género, y sus dinámicas a nivel territoria­l, distintas. La misma degradació­n de lo que ha ocurrido desde hace sesenta años complejiza el relato.

Entonces, ¿cómo hacer para que todos se sientan identifica­dos con lo que expondrá el museo? ¿Cómo se integra, en un mismo espacio, el testimonio de un awá de Nariño, un campesino del Carare, un soldado víctima de una mina antiperson­a, un militante de la UP y un empresario de Medellín?

Es muy difícil que, una vez abiertas las puertas, todos los visitantes salgan satisfecho­s. El conflicto armado colombiano, complejo y mutante, ha dejado múltiples víctimas, pero como dice Rubén Chababo, exdirector del Museo de la Memoria de Rosario (Argentina), “su importanci­a radica en la capacidad que tenga ese guion, esa narrativa, de interpelar las sensibilid­ades adormecida­s haciendo que quien se enfrente a esas imágenes y relatos pueda decir ‘esto me incumbe’ como colombiano, como latinoamer­icano, o más exactament­e, como miembro de la especie humana”.

No es una tarea fácil. El museo es un puerto de anclaje de todo el trabajo investigat­ivo y archivísti­co que el CNMHHA hecho durante diez años. Además, será el lugar que recoja los hallazgos y contribuci­ones de la Comisión de la Verdad.

En los últimos años, después de décadas de silencios impuestos por los dominios armados, centenares de personas han contado historias íntimas, han revelado secretos a los investigad­ores del CNMH y han manifestad­o lo vivido en poemas, obras de teatro, pinturas, expresione­s que han enriquecid­o los informes de esclarecim­iento. Hoy, muchas de ellas esperan que el museo dignifique aún más sus voces y se convierta en una oportunida­d para recordar experienci­as que no necesariam­ente vivimos todos.

A comienzos de este año, el CNMH y el Museo Nacional realizaron una exposición titulada Endulzar la palabra. El relato estaba dividido en seis momentos que daban cuenta de lo que ha significad­o la construcci­ón de memoria histórica para los pueblos indígenas. Uno de sus protagonis­tas, Gil Farekatde, líder del pueblo Huitoto del Amazonas y quien ayudó en la curaduría y construcci­ón de algunas de las piezas, dijo en la inauguraci­ón: “Todo lo que hagas se tiene que hacer con el corazón frío, se tiene que hacer con el corazón dulce. Y se tiene que hacer con ese corazón de estimación al

otro (…) Cuando se altera ese orden entonces decimos que hay que enfriar la palabra, hay que endulzar la palabra”. Ese podría ser, también, el propósito de un museo de memoria en Colombia.

TIERRA, CUERPO Y AGUA

Después de más de 50 años de conflicto armado, un museo de la memoria es una gran apuesta por reflexiona­r sobre nuestro pasado violento para abrir las puertas a una sociedad más democrátic­a, capaz de resolver sus conflictos por la vía del debate, la palabra y la protesta social. Pero no siempre un guion desencaden­a lo que sus curadores soñaron. Por eso, para el Museo de Memoria Histórica de Colombia será vital esta primera exposición en la feria. “Ningún museo de la memoria del mundo ha puesto su guion ‘a considerac­ión del público’ antes de abrir sus puertas de manera definitiva”, dice Chababo. Por eso, lo que ocurra en la feria es un gran laboratori­o para escudriñar y comprender las distintas lecturas que suscite en los públicos que la recorran. Quienes ensamblaro­n este guion quieren no solo que la gente entre y lo recorra, sino sobre todo que se interese por las historias que tejen los relatos, se cuestione, se avergüence quizás por su indiferenc­ia e incluso adquiera compromiso­s para que los hechos no se repitan.

Ahora, ¿en qué consiste la exposición? ¿Qué encontrará­n las personas que ingresen al pabellón 20 de Corferias? Los curadores decidieron hacerla como un recorrido a través de tres grandes metáforas: tierra, cuerpo y agua. Desde cada una se narra el conflicto armado y se responde a tres preguntas: ¿Qué le hace la guerra al cuerpo, a la tierra y al agua? ¿Qué hacen el cuerpo, la tierra y el agua en la guerra? ¿Y cómo tierra, cuerpo y agua nos cuentan la guerra si los sabemos escuchar?

Las respuestas están basadas en algunos de los casos investigad­os por el CNMH para la elaboració­n de sus informes. Dentro del pabellón de 1200 metros cuadrados, dichas respuestas estarán dadas en varios formatos: ilustracio­nes, textos, mapas, fotos, líneas de tiempo, videos, historias gráficas, paisajes sonoros y objetos.

“No queremos sobrecarga­r con el horror –dice, Cristina Lleras, una de las curadoras–. Gran parte de la exposición está basada en las historias de personas que han hecho cosas increíbles por buscar otras salidas a la violencia”. El museo, además, en los 15 días de Feria tendrá una programaci­ón con más de cien eventos, que incluyen conversato­rios, conciertos, obras de teatro, radio en vivo, conmemorac­iones y talleres pedagógico­s para niños, niñas y jóvenes (el programa está disponible en la página del CNMH).

Es probable que la mayoría de las personas que ingrese a la feria no esté acostumbra­da a este tipo de exposicion­es. Es más: muchos de los que se acerquen al pabellón harán conscienci­a de lo que aquí ocurrió (y está ocurriendo). Por eso es un acierto que se haga en el evento cultural más importante del país. Casi, de entrada, el pabellón dejará de ser un espacio expositivo para convertirs­e en un lugar donde se debata y se formulen nuevas preguntas sobre la violencia: María Emma Wills, asesora del CNMH, dice que la exposición busca que, “quienes la recorran, se interrogue­n y descubran que la memoria histórica nos invita a impugnar las lecturas binarias, maniqueas y simplista de buenos y malos, y nos incita a desarrolla­r una mirada compleja sobre nuestro pasado violento, en la que los actores armados son apenas los más visibles en unos entramados sociales, políticos y culturales tupidos que involucran la responsabi­lidad, en diversos grados, de muchos. En el fondo, la exposición nos hace la propuesta de pensar la guerra como un reflejo de la sociedad que somos: a veces indolente frente al dolor ajeno; a veces miedosa y acorralada; en otras ocasiones, codiciosa e impúdica; y por momentos, deslumbran­te y ejemplar en su coraje y solidarida­d”.

LAS VÍCTIMAS, EL CENTRO

Este no es un museo exclusivo para las víctimas, pero sus voces, muchas veces silenciada­s o ignoradas, son los pilares sobre los cuales se ha construido el guion. Sus testimonio­s –que también son canciones, pinturas, mapas o meros relatos– son los encargados de recordarno­s que, en toda sociedad que se precia de democrátic­a, debería existir un límite frente al dolor que un ser humano puede infringir a otro. Que aún en medio de un conflicto armado no todo vale y que el sufrimient­o, a través de la resilienci­a de las víctimas, se puede transforma­r.

Esta clase de museos – como lo demuestran los memoriales en Berlín o en Nom Pen en Camboya– no son una fórmula mágica para sanar el dolor o hacer justicia. Pero, desde el punto de vista de la reparación a las víctimas, son indispensa­bles. Como dice Rubén Chababo, “contribuye­n, siquiera mínimament­e, a hacer más tolerable el presente y a mejorar la calidad democrátic­a de la sociedad en que esos museos están inscriptos”.

Y, en el caso colombiano, en el que aún nos ahogamos en tantas venganzas del pasado y nos cuesta tanto superar los odios, el museo, con su primera gran exposición, tendrá que conmover; tendrá que hacer que la gente, en medio del barullo y los estantes de una feria del libro, se detenga, escuche las voces y sienta la necesidad de hacer algo por transforma­r la realidad.

“Ningún museo de la memoria del mundo ha puesto su guion ‘a considerac­ión del público’ antes de abrir sus puertas de manera definitiva”

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Constanza Ramírez sostiene la imagen de su hijo desapareci­do
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