Contra la intuición
Que el centro no existe, que es tibio, que no dice nada, que no asume posiciones, que no es lo suficientemente arriesgado, que es cómodo, que no se compromete con nada ni con nadie. Todo esto y más he oído desde ambas esquinas del espectro político, desde la derecha y desde la izquierda. Claro, no hay que negarlo, con mucha más frecuencia, vehemencia y agresividad desde la izquierda.
Y eso sucede por razones poderosas: la izquierda ha ocupado un lugar de representación política muy marginal en este país gracias a que el establecimiento político colombiano se dedicó a construir (unas veces con sustento empírico y otras sin él) una asociación entre la izquierda política y la izquierda armada e ilegal. Ese manto de sospecha tuvo a la izquierda arrinconada por mucho tiempo y hoy, con el final del conflicto con las Farc, finalmente encuentran una dosis de legitimidad importante y un espacio considerable para hacer política como se debe. Así las cosas, se están peleando con uñas y dientes este recientemente adquirido lugar para hacer política (y están en su derecho de hacerlo) y su contrincante más cercano y amenazante no es la derecha, sino el centro.
La derecha está muy lejos ideológicamente y además está consolidada como fuerza política en este país. Años y años de dominio del aparato estatal le han permitido construir un electorado (en ocasiones clientela) relativamente estable y con un comportamiento electoral predecible y controlable. La izquierda sabe que no hay mucho terreno electoral que le pueda disputar a la derecha porque allí las preferencias políticas no son fácilmente transformables.
En cambio en el centro hay potencial. Está más cerca ideológicamente –en unos temas más que en otros–, y es además una fuerza que, como la izquierda, está apenas en proceso de consolidación; su potencial electoral es más frágil, más indeciso, más transformable. Por estas razones y para ponerlo simple, es más probable que un votante de centro cambie un buen día de opinión, por cualquier razón, y decida moverse a la izquierda a que lo haga un tradicional elector de la derecha.
Por eso, y un tanto contraintuitivamente, la izquierda y el centro tienen una relación de amor (porque sugieren algunos que si no se unen no llegarán a la presidencia) y de odio (porque son realmente las únicas dos fuerzas políticas que están en condiciones de sonsacarse votantes la una a la otra) que será difícilmente tramitada. Y mientras el centro, en su intento por convertirse en una alternativa que se pone moralmente por encima de la polarización (aunque la atiza soterrada o abiertamente cada vez que puede), enfurece a la izquierda cuando compara a Petro con Uribe y los pone al mismo nivel, la izquierda encuentra en el argumento de la supuesta inexistencia del centro su mejor herramienta para descalificarlo y deslegitimarlo.
Pero es preciso evitar trivializar: las diferencias entre centro e izquierda son más profundas que los ataques superficiales de líderes y seguidores que pululan en las redes sociales. El problema es que la discusión temática y de posiciones no se puede dar si la izquierda insiste en afirmar que el centro es light y no asume ningún tipo de posición, y el centro toma la decisión de calificar a la izquierda como extremista. Pero quiero ir más allá: yo no creo que de esa conversación vaya a salir un acuerdo sobre temas centrales porque las diferencias no son pequeñas y conciernen al fondo y a la forma. De hecho, preferiría que ambas fuerzas, la izquierda y el centro, se consolidaran separadamente y como alternativas políticas diferentes.
Superado el conflicto armado, no aprecio el intento de echarle leña al miedo, al extremismo de derecha o de izquierda, que obliga a un bando o el otro a armar unas coaliciones pegadas con babas que no van a durar mucho una vez lleguen al poder. Yo prefiero un panorama político diverso que presente alternativas de todo tipo, y que cada cual se ponga el reto de construir su electorado y retar a las fuerzas políticas dominantes, cualquiera que ellas sean. Eso implica, entre otras cosas, bajarse de esos esquemas personalistas y un tanto caudillistas en los que han caído tanto la izquierda como el centro, y ponerse a trabajar en armar partidos políticos con plataformas de verdad. En eso, el establecimiento político les lleva años luz.