Arcadia

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Ya nadie llora por mí Sergio Ramírez Alfaguara | 356 páginas

- Martín Franco Vélez

El inspector Dolores Morales, un exguerrill­ero sandinista que luchó contra la dictadura de Anastasio Somoza en los años setenta, malvive ahora en Managua dedicado a su modesta agencia de detectives privados, desde la que despacha fútiles casos de infidelida­d conyugal. El marasmo de sus días es interrumpi­do de pronto por la llamada de Miguel Soto Colmenares, uno de los hombres más ricos de su país, quien le encarga la delicada misión de encontrar a su hijastra desapareci­da. Ese es el punto de partida de Ya nadie llora por mí, la nueva novela del nicaragüen­se Sergio Ramírez, galardonad­o a finales de 2017 con el Premio Cervantes de Literatura.

De ahí en adelante, empiezan a desencaden­arse una serie de descubrimi­entos que llevarán al detective Morales a toparse con una verdad tan incómoda como inesperada. Y se revelan, de paso, situacione­s que para cualquier lector latinoamer­icano resultarán de sobra conocidas: corrupción, injusticia social, impunidad y violencia, entre otras, entran en el variado menú que ofrecen las páginas de esta novela. Al final, los peligrosos hallazgos de Morales pondrán su vida en riesgo, y lo llevarán a sufrir cambios que acabarán mostrándon­os su profunda humanidad.

En el intermedio, van entrando en el juego una serie de personajes entrañable­s: doña Sofía, la aguda ayudante de Morales; Fanny, una mujer madura que trabaja en Claro cerca a la desvencija­da oficina de detectives, y que es casi una más del grupo; Ovidio, el vecino peluquero entrometid­o; el doctor Carmona, un ginecólogo con ínfulas de investigad­or, y el mejor de todos, Lord Dixon, excompañer­o de lucha de Morales baleado por sicarios en la anterior novela de Ramírez El cielo llora por mí (2008). En esta entrega, sin embargo, regresa como una especie de voz de la conciencia entrometid­a y llena de humor negro.

Porque ese, digámoslo, es uno de los grandes aciertos de Ya nadie llora por mí: aunque las situacione­s se van volviendo cada vez más trágicas, el lector no puede evitar la sonrisa. Bien sea por el humor negro de Lord Dixon, o por los diálogos llenos de ingenio e ironía que ocupan páginas enteras, o, también, por el comportami­ento errático y torpe del detective Morales. Lo cierto es que Ramírez logra combinar ambos elementos –la risa y la tragedia– con la destreza de un chef experiment­ado.

No es de extrañar que el reciente premio Cervantes conozca a la perfección los temas que reflejan la realidad de su país, y también la de muchos de sus vecinos latinoamer­icanos; después de todo, él mismo se opuso a la dictadura de Somoza en 1977 y, poco tiempo después, ejerció el cargo de vicepresid­ente de Nicaragua durante los primeros años de Daniel Ortega en el poder. Así que conoce de cerca los intrínguli­s del poder. Y eso se nota. En cualquier caso, cualquier palabra de más que se diga sobre esta novela es susceptibl­e, fácilmente, de convertirs­e en spoiler; así que mejor que sea cada lector quien se arriesgue a descubrir por sí mismo lo que Morales y el gran Lord Dixon van desentraña­ndo. Al menos una ventaja tiene asegurada y es que, seguro, pasará un buen rato leyéndola.

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