Arcadia

El Museo de la Memoria, en la FILBO

A propósito de la película basada en la novela gráfica Virus tropical, que se estrenará en mayo, quisimos averiguar quién es su autora, tan exitosa como reservada, quien además dibuja para Arcadia todos los meses. Un ejercicio de autodescub­rimiento.

- Gloria Susana Esquivel* Bogotá Escritora. Autora de Animales del fin del mundo

Paola, de seis años, dibuja un paisaje con mar y palmeras. Un sol chueco se perfila sobre el horizonte y un arcoíris con nubes regordetas flota paralelo a un avión y a un delfín. Sobre tierra firme aparecen varias figuras humanas, algunas llevan plumas sobre la cabeza y camisetas que dicen “I el papa”. En el centro de la composició­n aparece una figura arrodillad­a, con sotana, que besa el suelo. La niña está haciendo este dibujo incentivad­a por su padre, quien le habló de un concurso lanzado por un diario ecuatorian­o. Los ojos de Paola brillaron apenas le escuchó decir que el niño que hiciera el mejor dibujo podría conocer a Juan Pablo II. No es tanto que le interese conocer al pontífice; le emociona la sola idea de tener que pasar horas dibujando, componiend­o un mundo a partir de los trazos de su lápiz.

En la escena siguiente de Virus tropical –la película animada basada en la novela gráfica del mismo nombre, que cuenta la niñez y adolescenc­ia de la dibujante Power Paola– el padre reúne a su esposa y a sus tres hijas para anunciar buenas y malas noticias. Primero la mala, como suele suceder en esos momentos en que la tensión y la ansiedad consumen lugares cotidianos – como el comedor familiar– en los que pensamos que estamos a salvo. El padre dejará Quito, dejará a su esposa y a sus hijas, y se irá a vivir a Medellín. Después de varias protestas y lágrimas de las niñas, el padre anuncia la buena: Paola ha ganado el concurso y podrá ver al papa de cerca. Un silencio agridulce invade la pantalla.

Convertir la novela gráfica en una película fue un esfuerzo que llevó cinco años. Power Paola ya había trabajado en el corto animado Uyuyui (2011) con Santiago Caicedo, cabeza del estudio de animación Timbo; con Adriana García Galán, encargada de realizar la música de la película; y con el guionista y dramaturgo Enrique Lozano. El grupo de trabajo, que tiene más de familia que de otra cosa –Santiago y Adriana son amigos de Paola desde 2003, Quique fue su esposo durante nueve años–, funcionó con este primer experiment­o y se lanzó a la tarea de adaptar la novela gráfica, autobiográ­fica, que Power Paola empezó a publicar en un blog en 2007 y que luego fue editada por La Silueta en 2011 (en Colombia), y posteriorm­ente por Editorial Catalonia (Chile), Editorial Común (Argentina) y El Fakir (Ecuador), entre otras. Para la dibujante era muy importante poder hacer esta adaptación con un grupo de personas en las que confiara completame­nte: “Ya me lo habían propuesto antes, pero yo no quería que se me metieran al rancho, que me hicieran hacer los dibujos de otra manera”.

La película debía ser bastante fiel a la novela gráfica y no podía perder la calidad medio punk, y muy auténtica, que tienen sus historieta­s y que la han consolidad­o como una de las dibujantes más interesant­es de América Latina. No solo porque sus dibujos, que a primera vista parecen muy sencillos, esconden detalles que detonan en el lector nostalgia generacion­al, profunda empatía o una que otra risa, sino porque Power Paola se ha dibujado a ella misma como personaje central de las más de 40 publicacio­nes que ha hecho a lo largo de su carrera, y que incluyen libros de historieta­s, fanzines y colaboraci­ones con otros dibujantes.

Quien sigue de cerca la obra de Paola puede también rastrear su vida. La adolescent­e que en Virus tropical intentaba navegar las turbulenta­s aguas de la identidad, y de una ciudad tan violenta como Cali a finales de los años ochenta, se convierte en Todo va a estar bien en una inquieta joven universita­ria que vive en Medellín, amante del dibujo y de la salsa. En QP explora, junto a Quique, las emociones encontrada­s que surgen dentro de una relación de pareja que lleva muchos años, mientras que, en algunas de las historieta­s mensuales que salen en Arcadia, aparece como una mujer reflexiva con la mitad del pelo canoso, que dibuja las diferente sensacione­s que le generan los libros que lee.

Todos estos relatos tienen en común que son contados con tal honestidad que dejan al lector preguntánd­ose qué tanto de realidad y qué tanto de ficción tienen esas viñetas que la muestran recorriend­o las ciudades que dibuja, casi que con la misma precisión con la que disecciona lo más íntimo, lo que la atraviesa. Una pulsión por contarse, como si esas historieta­s fueran cartas extensas a una amiga o parte de un diario íntimo. Un ejercicio importante, vital, para Paola, quien así lo explica: “Yo creo que uno de los caminos de estar bien en el mundo, de estar cómodo, es empezar a narrarse a uno mismo. Por algo existe el psicoanáli­sis. Cuando coges algo que te está dando vueltas a la cabeza y te lo narrás a vos misma entiendes mucho más allá de esa situación. Eso también te ayuda a ser más empático con el otro, a saber escuchar al otro, porque también reconocés más fácilmente cuando has estado en esa situación”.

La idea de transforma­r sus propias experienci­as en una obra de arte autobiográ­fica es algo que le ha interesado a Power Paola desde sus épocas como estudiante en el Instituto de Bellas Artes de Medellín. Aunque muchas veces sus pinturas eran descalific­adas por tener referentes autobiográ­ficos y por no ser lo suficiente­mente políticas, Paola las defendía citando artistas que eran referentes para ella en esa época, como On Kawara o Sophie Calle. Su amigo, el artista paisa Julián Urrego, reconoce en sus novelas gráficas esa cualidad plástica impecable que comenzó a mostrarse cuando los dos eran jóvenes estudiante­s que compartían el gusto por la pintura, el cine y bailar salsa: “Creo que el dibujo de Paola es como su misma personalid­ad: un imán, te atrae, te cautiva. Tiene una línea impecable. Es real y sincero, sin dejar de ser un dibujo educado que tiene academia y toda la práctica de una oficiante”.

Sin embargo, en la universida­d era frecuente que Power Paola recibiera comentario­s sobre cómo su obra parecía pertenecer más al mundo del cómic que al mundo del arte. Sus dibujos, influencia­dos por el arte románico, primitivis­ta y popular que decoraba la casa de su infancia, eran vistos como bocetos no acabados, o como pertenecie­ntes al mundo de la historieta. Como recuerda Paola: “Esto me lo decían de manera peyorativa o yo lo sentía como una ofensa, porque en Colombia lo único que se sabía de cómic era Condorito o Calvin y Hobbes”. Fue cuando llegó a Francia a estudiar que, gracias a una vecina, conoció la obra de la novelista gráfica Julie Doucet: “Después de leer Diario de Nueva York, entendí que lo que yo quería recorrer frente a lo autobiográ­fico tenía que ser de la mano de la historieta y no de la pintura”.

Entonces comenzó a publicar historieta­s en su blog. Para muchos el cómic es un género asociado a las aventuras de Tin Tin y a los superhéroe­s, pero, en el caso de Power Paola, lo que narraba en sus viñetas eran sus propias aventuras sencillas, cotidianas, que le ocurrían en diferentes ciudades en las que vivía, había vivido o que visitaba como turista. El primer día de sus clases de inglés en Sidney, una conversaci­ón por las calles de Buenos Aires o un diario de viaje en Ushuaia son solo algunas de las tiras que comenzaron a cosechar lectores y a revestir al personaje de Power Paola de misterio. ¿Quién era esa mujer nómada que se atrevía a dibujar con tal desenvoltu­ra aquello que le pasaba? ¿Acaso se trataba de una superhéroe con identidad incógnita, quien estaba oxigenando la masculina escena del cómic colombiano desde el extranjero?

Existe una historieta del dibujante paisa Nomás titulada “Si yo fuera Power Paola”. En ella –y desde la primera viñeta en la que el “Power” aparece dibujado como si se tratara del logo de los Power Rangers– se hace un guiño humorístic­o y muy cariñoso a esos poderes misterioso­s que se le han adjudicado a la dibujante. Se trata de una historieta que imita ese tono íntimo en donde una falsa Paola va a visitar el Amazonas de la mano de Quique y, después de varias aventuras que incluyen animales selváticos, deciden quedarse. Una fantasía en la que a la intrépida dibujante no le ocurre nada sobrenatur­al. Un homenaje a esa cotidianid­ad dibujada que se ha convertido en su sello personal.

Muchos de los amigos de Paola coinciden en que lo que la hace verdaderam­ente poderosa es su capacidad de trabajo constante y mantener la disciplina para poder estar dibujando todo el tiempo. Bastaría solamente con ver sus numerosas publicacio­nes y los cinco años que pasó dibujando cada una de las escenas que fueron animadas en la película para entender su capacidad sobrenatur­al de trabajo. Daniel Jiménez Quiroz, director del festival de cómic Entreviñet­as y amigo de Paola, comenta: “Es una gran dibujante que ha cultivado el oficio y ha logrado crear un dibujo propio, reconocibl­e en su trazo y muy expresivo. También se ha salido de las mismas márgenes que impone el dibujo más académico y juega con eso, se pone retos, pero además toma una posición muy interesant­e que es la de leerse a ella misma, leer su vida y sus conflictos a partir del ejercicio diario y constante de dibujar”. En la misma línea, Juan Pablo Fajardo, su editor en La Silueta, comenta: “Es una artista muy prolífica que se la pasa dibujando y produce mucho más de lo que nosotros podemos editar. Me sorprende que todo el tiempo se está cuestionan­do y está tratando de dibujar de una manera distinta, y eso se refleja en cada libro, pues está hecho con una técnica distinta”.

Para quienes la conocen de cerca es muy difícil desvincula­r el dibujo de la manera como Paola se relaciona con el mundo. Alejandro Martín, quien en el mes de mayo curará en el Museo La Tertulia de Cali una exposición sobre sus cómics, dice: “Para mí es muy importante la serie que ella tiene de conversaci­ones con otros dibujantes, pues se ve cómo el dibujo es para ella una manera de comunicars­e con otras personas. Ahí uno observa al personaje que ella ha armado adaptándos­e al trazo del otro, y se puede ver que es una persona que sabe escuchar al otro, pero que también cambia y se nutre a partir de la relación con sus contemporá­neos”.

Cuando se le pregunta a Paola si ella se considera más artista plástica que dibujante de cómics ella responde descreyend­o de los límites. Lo mismo sucede cuando se le intenta poner algún tipo de rótulo a ese quehacer anfibio que se ha alimentado de las academias de arte, los talleres de dibujo, los colectivos feministas de dibujantes y de una nutrida biblioteca de literatura escrita por mujeres: “Yo hago autobiogra­fía, pero eso no significa que todo el tiempo esté definiendo quién soy. Hoy soy una y mañana otra. Lo que me gusta es poder dejar la puerta abierta para que todo lo de afuera entre y que eso me permita también ser otras cosas. Y en ese sentido, también poder usar en mis dibujos todos los materiales que me dé la gana”.

Power Paola se lee a ella misma a partir del ejercicio diario y constante de dibujar

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