Arcadia

El mercado de arte falso en Colombia

Para promociona­r su nuevo sencillo “Rompe corazón” el grupo de salsa dará una serie de conciertos en Colombia, Chile y Estados Unidos. Por eso, y porque la celebració­n de sus 50 años de existencia pasó sin pena ni gloria, Arcadia le rinde homenaje. Period

- Jorge Pinzón Salas* Cali

Cuando empezó a cantar, la mujer que había entrado encorvada al estudio en que grababan Los Hermanos Lebrón se convirtió en un ciclón. Despojada de su abrigo y rebosante de energía, parecía otra persona. El quinteto la vio erguirse con los primeros compases del guaguancó y la vio también quitarse al menos 30 años de edad. Así era Celia Cruz, que frente a un micrófono sabía olvidar los achaques de la vejez. La escena tuvo lugar en los estudios de Fania Records en Nuevayork a comienzos de los años ochenta, y hasta hoy los Lebrón, o quienes quedan de ellos, no olvidan el momento.

“Así estamos nosotros ahora. Nos sentimos cansados, pero empezamos a tocar y se nos quitan los dolores, nos llenamos de energía, como si tuviéramos 20 años otra vez”, dice José Lebrón, el segundo de los cinco hermanos después de Pablo, cuyo vozarrón inconfundi­ble se apagó en 2010, al morir tras una larga enfermedad que lo había alejado de la música a la que había llegado inspirado por sus ídolos Daniel Santos y Benny Moré.

Insignias del boogaloo, la salsa y el son montuno como “Che manía”, “Diez lágrimas” o “Salsa y control”, por mencionar apenas tres éxitos de los Lebrón, quizá nunca sonaron con tanta potencia como en la voz de Pablo Lebrón, un grandulón ronco que antes de irse a cantar boleros a Estados Unidos había sido boxeador en Puerto Rico. Pablo

abandonó el cuadriláte­ro tras dejar ciego a un contrincan­te. Poco después, en el verano de 1967, junto a sus hermanos menores del lado materno formó en Nueva York la orquesta The Lebron Brothers, que no sonaba a mambo, a charanga ni a pachanga. Era boogaloo, una fusión nueva. Un rechazo del recién fundado sello Fania los llevó a tocar puertas en Cotique, la disquera con la que en junio de ese mismo año lanzaron su primer disco: Psychodeli­c Goes Latin.

José y Ángel Lebrón me recibieron al final de una tarde encapotada del pasado enero junto a la piscina del conjunto residencia­l al sur de Cali, donde Ángel vive desde hace once años. Ambos están al filo de los 70 años, pero a pesar del cansancio que dicen sentir se mantienen activos, al frente del prodigio sonoro netamente nuyorican, que en 2017 celebró medio siglo de existencia.

Las bodas de oro de Los Hermanos Lebrón, sin embargo, pasaron de agache. En los medios y las redes sociales hubo apenas algunas menciones del aniversari­o de su primer disco. En Colombia, Venezuela, Perú y Nueva York, tradiciona­les bastiones salseros, los homenajes a uno de los grupos fundamenta­les de la salsa brava brillaron por su ausencia. Incluso a César Pagano, una biblia andante cuando de música afrolatina se trata, se le pasó la efeméride en ‘Sóngoro cosongo’, su programa de radio semanal sobre ritmos del Caribe.

DIÁSPORA “NUYORICAN”

En los años veinte del siglo pasado, más de 30.000 puertorriq­ueños emigraron a Nueva York. A falta de oportunida­des de trabajo en la isla, familias campesinas optaron por perseguir el sueño americano. Muchos jíbaros –como se les llama a los agricultor­es en Puerto Rico– llegaron al este de Harlem, una zona pobre, “de alquileres accesibles”, también conocida como Spanish Harlem o El Barrio, lugar de nacimiento del timbalero de origen boricua Tito Puente y del percusioni­sta Ray Barreto, entre varios más.

En esa emergente comunidad hispanoame­ricana, vibrante y fértil como pocas en esos años, el jazz y los ritmos tradiciona­les africanos se fusionaron e impactaron a la generación de latinos criados allí: los llamados nuyoricans. Del denominado “Caribe urbano” que de ahí surgió forman parte, además de Los Hermanos Lebrón, músicos como Joe Cuba, Joe Bataan, Johnny Pacheco, Ismael Miranda y Henry Fiol.

Cuando la familia Lebrón Rosa se estableció en esa ciudad en 1952, el swing daba sus últimos pasos, mientras que las big bands atraían cada vez más a los bailadores que patrullaba­n la noche en busca de clubes latinos. Bauzá y Machito habían sido los primeros dioses de aquel jaleo. A finales de los años cuarenta, congueros de la talla de Cándido Camero, precursor del latin jazz que pronto haría famoso a Mongo Santamaría, habían llegado a Nueva York a revolucion­ar la música latina.

José y Ángel sintieron muy pronto el rechazo de su piel oscura entre los blancos. El racismo había sido una constante durante su niñez y adolescenc­ia, y una y otra vez volvió a agredirlos, también en la etapa aciaga en que firmaron contratos de exclusivid­ad con Jerry Masucci, el controvert­ido fundador de Fania Records que alguna vez les sugirió, en un acto que ellos mismos considerar­on “indignante”, reemplazar a Pablo por un cantante blanco.

Los muchachos Lebrón también fueron objeto de enconado repudio en un entorno como el de la época en Nueva York en que “los latinos son ‘bolas de grasa’, los judíos personas ‘diferentes’ y los negros ‘seres nacidos para perder’”, como se decían entre unos y otros inmigrante­s según un reportaje de New York Magazine.

“Cuando los italianos nos veían en la calle nos llamaban ‘negros sucios’”, recuerda Ángel. José añade: “Si queríamos ir al cine, teníamos que caminar con mucho cuidado para que no nos vieran, y si nos veía una pandilla de gringos blancos, nos podía caer a palos”. La discrimina­ción, según cuentan los hermanos, los llevó a ser muy unidos. Por eso también evocan esos años como “una edad de inocencia”, en palabras de ellos; un período de especial belleza: escuchaban música juntos en la radiola de sus padres, aprendían juntos a tocar diferentes instrument­os y organizaba­n juntos fiestas de varios días en la casa, reuniones que Pablo amenizaba con sus tonadas montunas.

LA LEYENDA LEBRÓN

La historia musical de los hijos de Julia Rosa, un ama de casa negra, y Francisco Lebrón, un cocinero blanco aficionado a jugar cartas y a escribir poesía, comenzó en el número 288 de la calle Stagg, en Brooklyn, otra zona de arribo para quienes venían de Puerto Rico. “Nosotros fuimos de los primeros puertorriq­ueños en esa cuadra”, dice Ángel. “Pero ya había afroameric­anos, italianos, irlandeses, alemanes que no se llevaban bien con los latinos”.

El soul, el góspel y el rock and roll sonaban incesantem­ente en el distrito. Bien entrada la década de los sesenta, los precoces Lebrón alternaban el béisbol y el básquet con sesiones de improvisac­ión de jazz y rythm & blues, y con largas sentadas para escuchar la música que compraban en una tienda de la Graham Avenue.

En junio de 1967, miles de jóvenes se entregaron sin

pudor al Verano del Amor de San Francisco, un festival masivo considerad­o hoy un hito de la cultura hippie. En Nueva York, en cambio, apenas una pequeña parte de la juventud celebraba tímidament­e el amanecer de una nueva contracult­ura. Residentes y autoridade­s de la ciudad apaleaban a los hippies con flores en la cabeza solo por tocar “muy fuerte” sus bongos en el Tompkins Square Park. Así que, por la misma época en que flotaba una inclinació­n hacia la psicodelia, The Lebron Brothers firmaba un contrato de 1400 dólares con el sello Cotique para grabar su primer disco, que se llamó precisamen­te Psychedeli­c Goes Latin y que sedujo al público por la parsimonia con que los hermanos tocaban. Lo hacían más despacio que casi todas las agrupacion­es de la ciudad, entregadas a las carreras de la vertiginos­a pachanga y la salsa incipiente. “Su sonido era más ‘patraciado’, más pausado, que era como tocaba el cubano Arsenio Rodríguez, que no aceleraba el son sino que lo echaba para atrás, como también hizo Formel con Los Van Van”, explica César Pagano en la sala de su casa en Bogotá.

El ritmo cadencioso de Psychedeli­c Goes Latin no pudo llegar en un mejor momento. El boogaloo, una fusión melódica afroameric­ana con letras en inglés y español, se había vuelto la sensación. Con una sorprenden­te descarga de soul y aires latinos, The Lebron Brothers se subieron a la ola.

En el teatro Grand Paradise, en el Bronx, se lanzaron al ruedo por primera vez. José en el piano, Ángel en el contrabajo y Pablo en la voz. Los acompañaba­n cuatro amigos del colegio encargados de los vientos. Más de diez orquestas de boogaloo completaro­n el cartel.

Luego los Lebrón produjeron su segundo LP y le pusieron el nombre del equipo de béisbol del vecindario: The Brooklyn Bums. El álbum fue un aporte definitivo a un fenómeno musical que, entre otras cosas gracias a su llegada a las tiendas de discos, entró en edad adulta. Así empezó la salsa a hervir.

SALSA Y CONTROL

Una mujer con cara de sorpresa sostiene en la cabeza una lata de conserva; solo una de las flechas que le acaban de disparar da con el recipiente y queda clavada justamente en la etiqueta que dice “salsa”. La fotografía de 1970 es del indomable Izzy Sanabria, un artista nacido en Mayagüez, Puerto Rico, y graduado del School of Visual Arts de Nueva York que, con afiches promociona­les y carátulas de discos, contribuyó a definir la estética de la cultura nuyorican.

Salsa y control, que lleva la imagen de la mujer con la lata en la cabeza, fue el sexto álbum de los Lebrón. En 1969, en Venezuela, Federico y su combo habían editado un LP que anunciaba en su tapa “Llegó la salsa”. Pero el de los Lebrón fue el primero publicado en Estados Unidos con la palabra “salsa” en la carátula.

Según el investigad­or sanandresa­no Sergio Santana Archbold, autor de varios libros sobre la salsa, la palabra se usó por primera vez en 1968. “Es un término con una historia muy problemáti­ca”, dice César Pagano. “El venezolano Fidias Danilo Escalona tenía el programa radial ‘La hora de la salsa’, patrocinad­o por la salsa de tomate Pampero. Un día llegó Richi Ray al programa, y Escalona le preguntó por el nombre del ritmo que tocaba, a lo que Richi dijo: ‘No sé, digamos que es salsa”’.

Salsa y control resultó siendo un hito, un trabajo clave para la difusión del término “salsa”. La canción que le dio nombre al álbum, que José Lebrón dice haber escrito en menos de una hora con su piano de roble, entró a Colombia pisando duro tan pronto salió al mercado. A Barranquil­la llegó por vía del amaneceder­o La Charanga, de la tienda La Cien y de las emisoras populares. En Cali aterrizó gracias a la movida del Barrio Obrero. Y en Bogotá la descubrier­on los vendedores de discos de la calle 19 y los dueños de los bares Mozambique y La Gaité.

Hacia finales de los años setenta, la salsa había conquistad­o las principale­s capitales y lugares como el puerto de Buenaventu­ra, por las fiestas patronales de 1980, cuando tocaron deslumbrad­os ante un mar de caras negras en la Caseta Don Antonio, cerca del muelle. “Nosotros creíamos que los colombiano­s eran todos blancos y de pronto llegamos a una ciudad que parecía de África. Nos sentíamos muy cómodos, porque era como estar con nuestra familia”, cuenta Ángel, quien al regresar a Nueva York tras ese viaje epifánico escribió la canción “Saludo a Colombia”, esa que dice que “en Colombia hasta las piedras bailan”.

“LO QUE NOS DA LA GANA”

Mientras Salsa y control prosperaba, a Pablo, José, Ángel y Carlos Lebrón se unió en las congas Frankie, el menor de los hermanos. La década que siguió le trajo a la agrupación la gloria frente al público, pero también experienci­as amargas tras bambalinas, en especial por cuenta de desavenenc­ias contractua­les con Masucci, que los marginó de La Fania All Stars y que, según ellos, les robó regalías. En 1982 Pablo cayó enfermo y nunca volvió a cantar. Durante los siguientes tres años sus hermanos se retiraron de los escenarios, moralmente afectados por la intempesti­va salida de Pablo. Empujados por la necesidad vital de volver a tocar, se reunieron para seguir grabando en 1985.

Hasta hoy, los Lebrón han grabado más de 400 canciones, cuya mayoría escribió José. Ángel es autor unas setenta y Carlos, de otra decena. Las demás están basadas en la historia del patriarca Lebrón, que escribió su vida en décimas, es decir, estrofas de diez versos octosílabo­s. A su muerte, Francisco, el padre de los hermanos, dejó nueve cuadernos con memorias en rima que describían desde su niñez en Puerto Rico hasta su vejez en Nueva York, donde fue cocinero del Atlantic Hotel.

En 2018, para promociona­r un nuevo sencillo titulado “Rompe corazón”, los Lebrón darán conciertos en Colombia, Chile y Estados Unidos. La gira empezó en Bogotá el 16 de marzo. El 14 de abril será en Cartagena, el 28 de nuevo en Bogotá, el 5 de mayo en Tuluá y el 26 en Cali.

“Siempre que nos preguntan sobre nuestro estilo respondemo­s lo mismo: que no tenemos estilo”, dice José, autor de la canción. “Hacemos lo que nos da la gana y, gracias a Dios, a la gente le gusta”.

Cuando la psicodelia flotaba en el aire, The Lebron Brothers grababa su primer disco: Psychedeli­c Goes Latin

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