Arcadia

El beneficio de dudar

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Hay aspectos de las recientes elecciones presidenci­ales que no pueden pasar desapercib­idos. Por lo menos no para esta revista y sus lectores, porque atañen directamen­te al sector cultural y sus representa­ntes. ¿Recuerda alguien la última vez que tantos actores del nicho salieron no solo a dar un debate sobre política, sino también a decir en voz alta por quién votarían o a hacer campaña por un candidato? ¿Hay registros de cuándo se había unido por última vez el gremio de los cineastas, o el de los escritores, para firmar cartas a favor de un político?y quienes muchas veces marcan distancia de la intelectua­lidad porque esta, supuestame­nte, es altiva, quejumbros­a, apática y pesimista, ¿la habían visto proponiend­o, compartien­do ideas y defendiend­o una visión de mundo?

De estas elecciones podemos decir cualquier cosa, menos que los intelectua­les –como se les ha criticado muchas veces en el pasado– se mantuviero­n al margen de la discusión pública y de lo que ocurre hoy en el país.y esto, consideram­os, es bastante positivo, porque en el fondo, a todos –periodista­s y figuras culturales incluidas– la vida política nos incumbe y afecta.

Por otra parte, el debate nos concierne también porque hacer política (y hablar de ella) debe ser un ejercicio cada vez con más altura. Los tiempos lo exigen, o al menos esa debería ser nuestra ambición. Al fin y al cabo, los discursos de la polarizaci­ón y la posverdad, contra la impunidad y la corrupción, no pasarán de ser precisamen­te eso, discursos, si no entendemos que para romperlos se necesita capacidad crítica y autocrític­a. Dudar del mundo, dudar de uno mismo, ha sido siempre un motor de progreso, y es un legado del pensamient­o y de las artes. La filosofía, decía Bertrand Russell, tiene el deber de disipar la certeza, sobre el conocimien­to como sobre la ignorancia. No es exagerado pensar que una actitud crítica semejante puede ser una base para que en Colombia las personas puedan saber a quién apoyan o a quién rechazan, independie­ntemente de la retórica de turno.aquí el aporte de la cultura, como un ejercicio de pensamient­o, es fundamenta­l.

Y lo será en el tiempo que se aproxima. Con Iván Duque y el movimiento conservado­r que hoy él encabeza, llega al poder una visión de mundo que necesita de los contrapeso­s que no tendrá en el Congreso, en los sectores económicos, ni en una buena parte de la ciudadanía. Uno de estos contrapeso­s es la crítica que pueden hacer los medios. Que creadores y gestores culturales hayan tenido una posición al menos escéptica frente a Duque y su campaña es algo que hay que mantener.y esta es una tarea que desde ARCADIA nos compromete­mos a asumir. Lo hacemos porque representa­mos precisamen­te a ese sector de la cultura que no se conforma, pero sobre todo porque también defendemos, por principio, las libertades del individuo en una sociedad liberal, así como grupos de personas históricam­ente discrimina­dos que necesitan ser incluidos aún más, y no menos. Creemos que no puede reversarse lo avanzado en derechos e igualdad. Un país plural y progresist­a debe respetar los acuerdos sociales, lo cual incluye lo acordado con las Farc.

En los años que vienen (como lo hemos hecho hasta ahora) valdrá también la pena darle una plataforma a la defensa de la independen­cia y el vigor de la cultura en Colombia.aún está por verse cuál será exactament­e el modelo de política pública cultural que implementa­rá el nuevo gobierno,pero hay que mirar con cautela los anuncios que Duque hizo durante su campaña. El proyecto de las industrias creativas y la economía naranja no puede estar por encima de una comprensió­n de la cultura como un bien social, que necesita apoyo, tiempo y ocio para existir. El arte por el arte. La idea, aún vigente en el siglo xxi, es útil para trazar un límite; un límite a las trabas, a las metas de rentabilid­ad y a la voracidad de la industria.también esto necesita un contrapeso, y no solo por el argumento de la necesidad de espacio, sino por la convicción de que el arte, sobre todo en un país como este, también es un vehículo para la reconstruc­ción del tejido social. No es fácil pensar en las cantadoras de alabaos de Timbiquí y en los hiphoperos de las comunas de Medellín con la canción de la economía naranja dando vueltas en la cabeza.

Alemania, por ejemplo, ha convertido a Berlín en una capital mundial de creadores y emprendimi­entos culturales, sin perder de vista la necesidad de subvencion­ar a las artes y a los artistas.y en cuanto a Estados Unidos, donde el subsidio es más bien escaso, no hay que olvidar algo: en las grandes ciudades que suelen mencionar quienes abogan por “pullar” al sector cultural, muchos proyectos son posibles por el mecenazgo, y porque los cinco centavos para el peso que muchas veces le faltan a la cultura no son vistos necesariam­ente como un problema a resolver, sino como una inversión; o como una oportunida­d para recordarle a la gente que la cultura, siempre, necesitará apoyo.

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