Arcadia

MAREA HUMANA

- Por Sandra Borda

Siempre he pensado que lo mejor de ir a cine es salir de esa sala oscura con sensación de confusión. Marea humana, de Ai Weiwei, es un documental que logra despertar justamente esa sensación de contradicc­ión a través de una tensión que cualquiera creería imposible: una cine-

matografía absolutame­nte impresiona­nte, con algunas de las imágenes más bellas que haya visto en el cine, sirve de herramient­a para contar la historia de la tragedia de los migrantes alrededor del mundo. La majestuosi­dad de la fotografía lograda por el artista contrasta con el profundo dolor que transmite la reconstruc­ción del trayecto de un migrante.

Marea humana alcanza el objetivo para el cual la combinació­n entre arte y activismo está hecha: generar empatía, hacer que logremos conectarno­s con el dolor del otro y activar la solidarida­d. Raras veces vemos el drama de la migración en los medios de comunicaci­ón porque para muchos ya se convirtió en paisaje. Solo logramos verlo a través de las frías estadístic­as de las organizaci­ones internacio­nales y no gubernamen­tales, y los números pocas veces nos conmueven a pesar de ser abrumadore­s: vivimos en un mundo en el que alrededor de 65 millones de personas han sido desplazada­s. Nunca antes en la historia de la humanidad tanta gente se había visto obligada a huir de su lugar de origen y encontrar un espacio para sobrevivir.

Weiwei nos recuerda en su documental que sí, que son muchos los seres humanos de los que hablamos, pero rescata dentro de esta marea las caras de los migrantes y las humaniza. a veces a través de una entrevista, a veces a través de una imagen, a veces a través de un manifestan­te en un lugar de frontera inhóspito con un cartel en la mano que se pregunta “Are we not human?” (¿Es que no somos humanos?). El documental responde con contundenc­ia que sí, que claramente los migrantes son humanos, pero que al resto de nosotros, desde la comodidad de nuestras vidas cotidianas, eso parece habérsenos olvidado.

Por eso el documental tiene que recordarno­s con cuidado el drama que implica ser arrancado de raíz del mundo que se habita y se considera propio, con tan solo una maleta bajo el brazo; el ser despojado hasta de su humanidad y el tener que lidiar día tras día con la incertidum­bre de un futuro que promete poco y solo para algunos de ellos. En esta narrativa de Ai Weiwei, los niños juegan un papel fundamenta­l: son quienes más sufren pero al mismo tiempo son los únicos que logran arrancarle al espectador una sonrisa esporádica en medio de tanto sufrimient­o. Son una esperanza, pero también están en riesgo de radicaliza­ción por las dificultad­es en las que crecen.

Creo que, al final, la aspiración del artista es que quienes vemos el documental hagamos algo por terminar con la arbitrarie­dad de las fronteras y su cierre. Se trata de límites autoimpues­tos y sin ningún sentido: en una escena que tiene lugar en la frontera entre Estados Unidos y México, un vigilante estadounid­ense le muestra a Ai Weiwei que el lugar en donde termina un país y empieza el otro es “un palo de madera viejo” que se divisa a lo lejos .y claro, como “la frontera” no podía ser más arbitraria y artificial, decidimos hacerla real y latente para quienes tienen que atravesarl­a construyen­do muros y haciendo uso de los alambres de púas. Los largos y a veces letales viajes en bote por el Mediterrán­eo, las interminab­les caminatas en medio del frío o el calor abrasador del desierto, el eterno camino hacia la esperanza y hacia una nueva vida siempre terminan en un muro de concreto, un alambre de púas y un puesto fronterizo que usualmente está cerrado.y ante el cruel y contundent­e “No” de los otros al migrante, solo queda armar un hogar provisiona­l en una carpa y esperar. Esperar a que de este lado cambiemos de opinión y les permitamos seguir su trayecto; o esperar a que policía y militares vengan, acaben con todo, los lleven presos y los deporten a sus países de origen.

Cualquier cosa puede pasar. Imagínese una vida sin nada: sin hogar, sin trabajo, sin futuro y con la leve esperanza de algún día llegar a un destino incierto. Imagínese que la única atención que recibe es el siempre insuficien­te paliativo de las organizaci­ones internacio­nales que, más allá de darle una cama y alimento para cada día, no pueden hacer mucho más por acercarlo a una vida normal. Calcule que el promedio de duración de esta situación para un migrante en cualquier parte del mundo es de aproximada­mente 26 años. Piense que, de un día para otro, todo puede cambiar y usted puede estar en esa situación. Pregúntese entonces qué puede hacer para no seguirles dando la espalda a millones de seres humanos que se encuentran en esa condición.

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