EL FILÓSOFO DEL HORROR
Sus rituales multitudinarios mostraban a los nazis como superhombres dispuestos a regir a la humanidad por miles de años.tal vez por ese imaginario aterrador, y por sus crímenes inimaginables, el nazismo permanece envuelto en una atmósfera de conspiración diabólica y apocalíptica. Por eso produce un contraste tan fuerte observar la prosaica realidad de quienes condujeron al mundo a su peor tragedia.
Ahí reside el mayor valor de El diario del diablo,alfred Rosenberg y los secretos robados deltercer Reich, escrito por el exagente del fbi Robert K.wittman y el periodista David Kinney: revela las intrigas, los chismes, las envidias y las disputas de la corte de Adolf Hitler, integrada por personajillos que luchaban como ratas hambrientas por el favor del líder.
Alfred Rosenberg era uno de ellos, y lo dejó todo consignado en el diario que escribió entre 1936 y 1945. Desde que conoció al excabo austríaco en Munich en 1919, entró a su círculo cercano. En 1923 asumió la edición del periódico del partido, el Völkischer Beobachter, y se posicionó como el ideólogo oficial. Proveniente de una comunidad alemana del imperio ruso, había sufrido la Revolución Bolchevique. En el diario cuenta cómo se convenció de que el comunismo era parte de una conspiración judía mundial; cómo convenció a Hitler de que los hebreos eran una amenaza para Alemania y de que había que exterminarlos, así como a todas las manifestaciones del cristianismo, al que consideraba una patraña inútil para la futura patria germana.
Desde que Hitler alcanzó el poder, Rosenberg llegó a las altas esferas, pero su diario muestra a un hombre inseguro y amargado por no recibir el reconocimiento que creía merecer.a fin de cuentas escribió El mito del siglo XX (1930),un libro poco original y de prosa ininteligible en que pretendía sistematizar el pensamiento nazi, como una especie de complemento de Mi lucha (1925), el manifiesto de Hitler. Este era el único que parecía simpatizar con él. Rosenberg no tenía amigos ni aliados. Sus competidores, entre ellos Göring, Himmler, Goebbels o Bormann, se burlaban de él y lo llamaban “el filósofo”, más con ironía que con admiración.
Su vida se tornaba cada vez más patética. Al ser más un autoproclamado teórico que un hombre de acción, solo encontró espacio al formar un equipo que dirigió el saqueo de las obras de arte de los países ocupados. En la culminación de su carrera, Hitler lo nombró administrador de los territorios orientales, esto es, de la Unión Soviética. Aunque ordenó la muerte de miles de judíos, su absurdo cargo fue quedando vacío a medida que las tropas rusas recuperaban su país. Tras la derrota, murió en la horca en 1946.
Esa historia daría para un libro extraordinario. Pero Wittman y Kinney decidieron narrar, en la primera parte, la hazaña del primero, quien localizó el diario de Rosenberg, perdido desde los Juicios de Nuremberg en 1946.Y eso les da para contar, en paralelo con la historia nazi, la vida del hombre que “robó” el documento, Robert Kempner, un excéntrico abogado judío que se exilió en Estados Unidos antes de comenzar la guerra “con su esposa, sus dos hijos y su amante”. El jurista se había posicionado en Washington por sus conocimientos del régimen nazi, y lo enviaron de vuelta a Alemania para asesorar a fiscales norteamericanos.allí guardó ese documento, con la idea de escribir unos libros que nunca escribió.
El libro desconcierta al principio con la historia detectivesca, y luego, con el tratamiento poco amable a Kempner, quien no merecía que pusieran su historia en paralelo con la del criminal. Pero en perspectiva, la obra tiene méritos suficientes para superar un título efectista, una prosa algo exaltada y una presentación que resulta injusta para uno de sus protagonistas.