VERSE DESDE AFUERA
En una de las múltiples, superpuestas y entrecortadas conversaciones de Adiós entusiasmo los personajes se dicen algo sobre mirarse con distancia. ¿Qué significa mirar con distancia cuando de lo que se trata, como ocurre en la ópera prima de Vladimir Durán, es de lo más cercano y en apariencia reconocible? ¿Cómo apartarse para ver, como si fuera otra, a la propia familia? En varias intervenciones Durán ha dicho que su película es, en gran parte, sobre sí mismo, sobre sentir que no se pertenece, sobre ser extraño.y la rareza es lo que mejor define la naturaleza de este filme: forma y contenido se alinean para ofrecernos una experiencia de lo inestable, de lo que oímos sin ver, de nunca ver lo suficiente.
En el meridiano de este mundo raro está el pequeño Axel, sus tres hermanas y una madre a quien escuchamos a través de una pared que la separa de sus hijos. Nunca llegamos a saber con certeza las razones de ese encierro, aunque los diálogos (y los hechos que van sucediendo) dan algunos indicios. La genialidad de Durán consiste en que aquello que muestra, así como lo que decide ocultar, puede ser una cosa o la otra: tragedia y farsa a la vez, no una en vez de otra, sino una y la otra. Quizá de lo que somos testigos es de un juego, de un extraño acuerdo familiar en que cada integrante representa un papel. La puntada con que este joven director colombiano asentado en Argentina nos muestra su exacta consciencia del artefacto que construye es que supo reservarse el papel de espectador de la representación, al interpretar a un atolondrado colombiano que intenta seducir a una de las hermanas, y que es el convidado de piedra a la fiesta anticipada del cumpleaños de la madre que ocupa el centro de la narración.
En Adiós entusiasmo las elecciones técnicas y estilísticas no pasan inadvertidas. Este mundo familiar es filmado en un formato apaisado –superpanorámico– que recorta los cuerpos y los rostros, y sostiene su efecto de verdad en un preciso trabajo de dirección de actores. Durán es también actor de teatro, y esta película dialoga con el lenguaje de las tablas. Los personajes van a teatro, montan pequeños cuadros escénicos y en un momento clave de revelación juegan a una especie de psicodrama o constelación familiar. En últimas, esta familia vive en una representación, cuyas reglas parecen acordadas de antemano sin dejar de ser inciertas. El artificio no es una evasión fácil al mundo de la fantasía. La puesta en escena los desnuda, saca a flote sus miedos, pero también los desplaza.
Con esta película de impecable factura el cine colombiano entra en conversación con tradiciones como las del cine de John Cassavetes, cuyo corazón es el actor. En su primer plano de la infancia (una infancia que es a la vez espectadora y juez del mundo adulto) y la familia, Adiós entusiasmo está cerca también de Lucrecia Martel. Durán permanece en la búsqueda de una narrativa de sugerencias indirectas, que da un liberador margen de interpretación al público. En un corto anterior, Soy tan feliz, ya estaba latente un interés por detenerse en personajes al margen, que no pueden decir lo que sienten y que quedan marcados por esos silencios.
Con Adiós entusiasmo se manifiesta una energía renovadora en los temas, géneros y estilos de las películas que seguimos considerando colombianas, así se rueden en otros países. Este filme, junto con Días extraños, de Sebastián Quebrada, y los cortometrajes de Jerónimo Atehortúa y Mauricio Sarmiento (entre otros miembros de Motañero Cine), ubica a Argentina como una periferia o lugar excéntrico donde se fecunda otro cine nacional. Son películas que hablan de la familia, del amor de pareja, de los conflictos de la clase media. Son autorrepresentaciones que pasan por filtros distanciadores y necesarios para verse desde afuera.