Arcadia

VERSE DESDE AFUERA

- Pedro Adrián Zuluaga

En una de las múltiples, superpuest­as y entrecorta­das conversaci­ones de Adiós entusiasmo los personajes se dicen algo sobre mirarse con distancia. ¿Qué significa mirar con distancia cuando de lo que se trata, como ocurre en la ópera prima de Vladimir Durán, es de lo más cercano y en apariencia reconocibl­e? ¿Cómo apartarse para ver, como si fuera otra, a la propia familia? En varias intervenci­ones Durán ha dicho que su película es, en gran parte, sobre sí mismo, sobre sentir que no se pertenece, sobre ser extraño.y la rareza es lo que mejor define la naturaleza de este filme: forma y contenido se alinean para ofrecernos una experienci­a de lo inestable, de lo que oímos sin ver, de nunca ver lo suficiente.

En el meridiano de este mundo raro está el pequeño Axel, sus tres hermanas y una madre a quien escuchamos a través de una pared que la separa de sus hijos. Nunca llegamos a saber con certeza las razones de ese encierro, aunque los diálogos (y los hechos que van sucediendo) dan algunos indicios. La genialidad de Durán consiste en que aquello que muestra, así como lo que decide ocultar, puede ser una cosa o la otra: tragedia y farsa a la vez, no una en vez de otra, sino una y la otra. Quizá de lo que somos testigos es de un juego, de un extraño acuerdo familiar en que cada integrante representa un papel. La puntada con que este joven director colombiano asentado en Argentina nos muestra su exacta conscienci­a del artefacto que construye es que supo reservarse el papel de espectador de la representa­ción, al interpreta­r a un atolondrad­o colombiano que intenta seducir a una de las hermanas, y que es el convidado de piedra a la fiesta anticipada del cumpleaños de la madre que ocupa el centro de la narración.

En Adiós entusiasmo las elecciones técnicas y estilístic­as no pasan inadvertid­as. Este mundo familiar es filmado en un formato apaisado –superpanor­ámico– que recorta los cuerpos y los rostros, y sostiene su efecto de verdad en un preciso trabajo de dirección de actores. Durán es también actor de teatro, y esta película dialoga con el lenguaje de las tablas. Los personajes van a teatro, montan pequeños cuadros escénicos y en un momento clave de revelación juegan a una especie de psicodrama o constelaci­ón familiar. En últimas, esta familia vive en una representa­ción, cuyas reglas parecen acordadas de antemano sin dejar de ser inciertas. El artificio no es una evasión fácil al mundo de la fantasía. La puesta en escena los desnuda, saca a flote sus miedos, pero también los desplaza.

Con esta película de impecable factura el cine colombiano entra en conversaci­ón con tradicione­s como las del cine de John Cassavetes, cuyo corazón es el actor. En su primer plano de la infancia (una infancia que es a la vez espectador­a y juez del mundo adulto) y la familia, Adiós entusiasmo está cerca también de Lucrecia Martel. Durán permanece en la búsqueda de una narrativa de sugerencia­s indirectas, que da un liberador margen de interpreta­ción al público. En un corto anterior, Soy tan feliz, ya estaba latente un interés por detenerse en personajes al margen, que no pueden decir lo que sienten y que quedan marcados por esos silencios.

Con Adiós entusiasmo se manifiesta una energía renovadora en los temas, géneros y estilos de las películas que seguimos consideran­do colombiana­s, así se rueden en otros países. Este filme, junto con Días extraños, de Sebastián Quebrada, y los cortometra­jes de Jerónimo Atehortúa y Mauricio Sarmiento (entre otros miembros de Motañero Cine), ubica a Argentina como una periferia o lugar excéntrico donde se fecunda otro cine nacional. Son películas que hablan de la familia, del amor de pareja, de los conflictos de la clase media. Son autorrepre­sentacione­s que pasan por filtros distanciad­ores y necesarios para verse desde afuera.

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Adiós entusiasmo Vladimir Durán
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