Arcadia

Fotografía y fútbol #Eragoldeye­pes

Mario Alberto Yepes, defensor y capitán de la selección Colombia, está por marcar un gol en el partido de cuartos de final entre Brasil y Colombia. El gol fue anulado y entró en el imaginario de injusticia­s históricas contra Colombia.brasil ganó 2 a 1.

- Lucas Ospina* Bogotá

En el espacio millonario de una cancha profesiona­l de fútbol, ese mundo plano de infinito verdor, ocho futbolista­s se agrupan en una jugada confusa que tiene lugar en pocos metros cuadrados: estamos ante la contingenc­ia del gol.

El jugador en el centro de la imagen está a punto de patear el balón. La pelota sale a su encuentro luego del bote y rebote de una acción

previa. En el fútbol hay jugadas que cualquiera puede hacer –o que el juego le promete hasta al más nimio jugador–. Después de todo, esta es la única faena deportiva que se juega casi solo con los pies y en la que a veces basta con meter la pata para alcanzar la gloria. Hay pasajes de destreza, agudeza y gran finura, sí, pero también trances feos y chiripazos en que se negocia a empujones y con el “Dios quiera que se nos den las cosas”. Lo que importa es, a fin de cuentas, el pragmatism­o de marcar y ganar a como dé lugar.

En la imagen, dos de los jugadores del equipo de camiseta amarilla, rezagados, alzan la mano, imploran justicia. Muchas veces, agotados los recursos deportivos, se recurre a la maña actoral. El carácter histriónic­o del futbolista va de la hipocresía cancillere­sca a la desfigurac­ión facial y corporal: la pantomima de un parto de astucias precedido de tropezones, piscinazos y convulsion­es en la grama. Estamos ante un espectácul­o: la adaptación escénica del “pan y circo” romano a estos tiempos, un simulacro descarado de caídas y dolor fingido que ya hace parte del juego y que se puede observar con hilarante claridad en la repetición televisada. Solo algunos futbolista­s no usan esa mascarada, el gran Lionel Messi siempre le hace el quite a esa astuta farsa.

Gracias a la incorporac­ión del video como herramient­a de juicio, en este Mundial los árbitros podrán vigilar y castigar en un intento de separar la realidad de la ilusión. En Colombia nos tomamos tan en serio esta integració­n entre lo ilusorio y lo real que las fechas del Mundial de Fútbol coinciden con las de las elecciones presidenci­ales, un periodo de calma chicha y amnesia colectiva, una borrachera de entusiasmo circense ante el guayabo inminente de la fiesta democrátic­a de la que penden el pan y la vida por venir.

En la imagen vemos a dos jugadores caídos: uno del equipo atacante, que, a pesar de estar rendido en el suelo, no pierde de vista el balón. Otro, el arquero del grupo que defiende, extiende su brazo para intentar cubrir el marco descomunal de la portería. El miedo del portero ante el penalti, la novela de Peter Handke, refleja bien la sensación de intentar cubrir una zona de vulnerabil­idad que siempre nos supera. Otros dos jugadores, uno de cada equipo, son imagen y reflejo de un ballet triangulad­o por el balón; un dueto que parece salido de la simetría del espejo de una academia de ballet contemporá­neo (aunque la metáfora suene demasiado sensiblera para algunos: el fútbol es un deporte testiculad­o, los jugadores profesiona­les que ‘salen del clóset’ se cuentan con los dedos de la mano y el triunfo de las seleccione­s femeninas es ninguneado por titulares que privilegia­n las proezas y escándalos sexuales de los machos sobre el logro deportivo de las mujeres).

Un último jugador del equipo atacante, algo más lejano a la jugada, está al acecho, con instinto cazador.

La jugada, como foto, es anticlimát­ica y, como si se tratara de una pieza de arte conceptual, la explicació­n hace parte de la obra: “Mario Alberto Yepes (centro), defensor y capitán de la selección Colombia, se prepara para pegarle a la pelota y marcar un gol que fue anulado en los cuartos de final del encuentro entre Brasil y Colombia en el Estadio Castelao, en Fortaleza, durante la Copa Mundial de la FIFA el 4 de julio de 2014”. O, para ponerla en su traducción criolla más profana y viral, “#Eragoldeye­pes”.

Colombia perdió dos a uno ese partido ante la selección de Brasil, que jugaba de local en un mundial confeccion­ado a su medida. Nunca antes la selección Colombia había llegado tan lejos. Había una posibilida­d de estar en la final, cercanos a la codiciada copa de esta guerra mundial de la representa­ción deportiva donde el gol es bomba atómica y Alemania siempre es el equipo a vencer (y que finalmente venció al local por goleada de 7 a 1 en un maracanazo tragicómic­o).

La expresión “fuera de juego” es una regla metafísica: crea un estado de excepción y, gracias a esta pauta, todo lo que haga un jugador en esa zona movediza del “gol de palomero” deja de existir. En el caso del gol anulado a Yepes, la interpreta­ción de muchos analistas arbitrales fue que, cuando inició la jugada, el capitán del equipo colombiano estaba en una posición inválida que se hizo efectiva cuando entró en contacto con el balón (así muchos digan que el contacto previo de la pelota con un jugador de Brasil anulaba ese dictamen). Sin embargo, la expresión #Eragoldeye­pes avanzó y hoy sirve de consuelo para los voluntario­sos que ven un vaso medio lleno –el gol era válido, nos robaron el partido–, y para los escépticos que ven un vaso medio vacío –el gol era inválido, así es el futbol–. A la luz de las elecciones presidenci­ales que acaban de pasar, y de la medianía de un candidato perdedor, la frase fue reencaucha­da: “‘Fajardo podía ganarle a Duque en segunda vuelta’ es el nuevo ‘era gol de Yepes’”.

La imagen, derivada en frase recurrente, es parte del patrimonio inmaterial del lenguaje nacional, un valor que suma riqueza al glosario que se alimenta de las relaciones fluidas entre deporte y vida. Sin embargo, si buscamos el valor futbolísti­co, llama la atención que la recordació­n de la actuación de Colombia en ese Mundial privilegie un gol anulado y no la belleza de un gol marcado en un encuentro previo. En el enfrentami­ento entre Colombia y Uruguay, la selección tricolor marcó dos goles. El primer gol fue un riflazo perfecto de James Rodríguez, bonito sí, icónico también (para algunos el mejor del Mundial); en el segundo, se vio de qué estaba hecha esta selección: una secuencia perfecta de 12 pases continuos, una pared imantada de ires y venires del balón entre seis jugadores, con cambios de frente, centros, cabezazos y un pase-gol que, si bien no dio para grandes titulares, fue el más entero de la selección durante ese torneo.

“Un colombiano es más inteligent­e que un japonés, pero dos japoneses sí son más inteligent­es que dos colombiano­s”, la frase es de Yu Takeuchi, un profesor japonés que pasó 50 años enseñando Matemática­s en la Universida­d Nacional. Esperemos que la selección Colombia en este Mundial marque más goles de selección, grandes como los que hizo en el partido perfecto ante Uruguay, y menos goles válidos e inválidos producto de jugadas confusas y prácticas apocadas donde la leguleyada, el nacionalis­mo y el mercantili­smo –tipo Cerveza Águila, Coca Cola o Bancolombi­a– se arropan de afición. Ya veremos qué tanto de Japón tiene la selección Colombia. El fútbol parece ser el único pegante capaz de darle juego y cohesión a un quebrado territorio que, a pesar de sí mismo, recibe el nombre ilusorio de nación.

ESTAMOS ANTE UN ESPECTÁCUL­O: LA ADAPTACIÓN ESCÉNICA DEL “PAN Y CIRCO” ROMANO A ESTOS TIEMPOS, UN SIMULACRO DESCARADO DE DOLOR FINGIDO QUE HACE PARTE DEL JUEGO, Y QUE SE PUEDE OBSERVAR CON CLARIDAD EN LA REPETICIÓN TELEVISADA

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