Arcadia

El abrazo

Brasil acaba de ganar la Copa del Mundo, y un casi adolescent­e Pelé salta sobre Santos para celebrar. Ese día, Pelé se convirtió en el jugador más joven en marcar un gol en una final de Mundial, récord que mantiene hasta hoy.

- Carolina Sanín* Bogotá Escritora y columnista de ARCADIA

Hay un hombre montado en otro hombre, en un abrazo de brazos y piernas. Están de pie sobre el césped, y tienen la ropa y el cuerpo untados de tierra. Han estado trabajando en el suelo, contra el suelo, con el suelo. Han estado jugando con la ley de la gravedad (contra ella). Han golpeado y se han golpeado. Han rasgado el suelo, se han rasgado. Han estado haciendo violencia. Puede ser bella, también, la violencia. Todo juego y todo trabajo es una violencia contra las leyes: la de la gravedad, la de la inercia, la del colapso. El juego y el trabajo son el sueño del incumplimi­ento de la ley, y están formados por instantes en los que la ley efectivame­nte parece incumplirs­e. O a lo mejor el juego y el trabajo sean dos cosas muy distintas. (Es comprensib­le que alguien prefiera pensar que no lo son y vivir como si no lo fueran.)

En la distancia hay una tribuna. Sabemos que es una tribuna llena de personas, aunque no se ve un solo rostro. Podrían ser personas sin cara, o tener todas la misma cara. Se puede imaginar que no solo están desdibujad­as por la distancia, sino también por la neblina o la llovizna. Puede ser que, en ese escenario, en ese momento, solo quienes estaban muy cerca podían ver lo que había para ver, que ya no era ni el juego ni el trabajo, sino la celebració­n en el abrazo. Las personas de la tribuna están mirando hacia el campo donde están los dos hombres, pero es dado pensar que, aun sin neblina, los ven tan desdibujad­os como se ven desdibujad­as ellas desde el punto de vista del espectador de la foto: sin cara. (¿Ser espectador es trabajo, o es juego, o es algo por fuera de las leyes y los tiempos del juego y del trabajo?)

Hay dos fotógrafos. Uno es el ojo que ha mirado y ha trasmitido la imagen que vemos, y que se ha hecho invisible. Ese somos nosotros: espectador­es de los espectador­es, fotógrafo del fotógrafo, jugadores que juegan con los jugadores. El otro fotógrafo es visible. Está en el extremo izquierdo del cuadro. Tiene un gesto de alegría mezclada con preocupaci­ón, y la boca de quien está a punto de decir una palabra.ya la tiene, ya sabe cuál es, pero está esperando que el abrazo termine para decirla.a lo mejor la palabra es el nombre de uno de los abrazados, un llamado para que ambos miren hacia el lente y queden fijos en el siguiente instante, en la siguiente postura, en el próximo cuadro, ya desmontado­s.

El fotógrafo de la izquierda está vestido con un abrigo. Los hombres del abrazo tienen, en cambio, poca ropa: pantalonet­a, camiseta, ropa de niños que juegan y descansan (pero, ¿no dije que el juego era un trabajo? ¿Es trabajo, o es descanso?). Los abrazados parecen, en ese momento –o sea, en este momento–, habitar un clima distinto de aquel que habita el reportero.y una edad distinta. Un lugar distinto: ellos están uno en el otro, solamente. En esa construcci­ón hecha de dos cuerpos, nada más. De contacto y apretazón.

¿De qué maneras puede estar un hombre subido en otro hombre? A la manera de la cría que sube sobre su padre o su madre, para transporta­rse o guarecerse o tomar leche. O a la manera de dos encajados en el acto sexual. O uno empinado sobre otro para ser más alto y otear: para estar más en el cielo. O uno subido en el otro como quien sube a un árbol, para enraizarse más: para ser más de la tierra. O como el que monta en otro animal más potente y lo usa como arma y vehículo. (Por cierto, estos hombres del abrazo llevan esos calcetines altos que hacen tan extraña la indumentar­ia de los futbolista­s; que los hacen ver como calzados con botas, como jinetes.)

He visto otro caso en el que un hombre aparece subido en otro: el de los antiguos emblemas del mutuum auxilium, el auxilio mutuo, que muestran a un cojo sobre la espalda de un ciego. Entre los dos forman uno solo, que puede ver y caminar. El cojo le da ojos al ciego, y el ciego le da piernas al cojo. El cojo, desde arriba, indica el camino que ambos puedan recorrer con las piernas del ciego.

En la foto que comento, un hombre no está sobre las espaldas de otro, sino en su pecho, en su cadera, sobre sus genitales, encima de su corazón. Los dos miran en direccione­s opuestas, y las dos cabezas están a la misma altura. Entre las dos pueden mirar hacia adelante y hacia atrás, el pasado y el futuro, todo el circuito del mundo. Pero ninguna cabeza ve nada, porque ambas tienen los ojos cerrados (o una los tiene cerrados, y la otra, inexistent­es en la foto): están en el momento cerrado de la alegría. En la cavidad de la alegría. Elevadas en la oscuridad del abrazo.

Han estado jugando durante un rato a que una esfera llegue al otro lado del mundo –que es la cancha– y caiga en una red. El juego es la metáfora del regreso al útero, y es la metáfora de la inseminaci­ón, y es la metáfora de la prohibició­n de la masturbaci­ón (está permitido tocar el balón con todo menos con las manos), y es también la fantasía del control sobre la bola del mundo: de un planeta que de repente pudiera salir de sus ciclos y sus órbitas, y viajar y rebotar dominado por los pies de los hombres. Pero todo eso ya lo sabemos.

Uno es Pelé, el otro es Santos. Pelé ha hecho dos goles contra Suecia, y es el jugador más joven en marcar un gol en la final de un mundial. No sé qué significac­ión tenga ese dato; quizá, de alguna manera, hace que el tiempo retroceda doblemente: a la juventud de la juventud, y a 1958, cuando Brasil ganó la Copa del Mundo por primera vez.

Los dos hombres abrazados forman –con su doble cuerpo, árbol y trepador, subido sobre sí mismo, capaz de mirar hacia atrás y hacia adelante, pero ‘ojicerrado’– una nueva alegoría de la victoria, tan distinta de la de Samotracia, que muestra a una mujer alada con el viento en contra.

NINGUNA CABEZA VE NADA PORQUE AMBAS TIENEN LOS OJOS CERRADOS. ESTÁN EN EL MOMENTO CERRADO DE LA ALEGRÍA. EN LA CAVIDAD DE LA ALEGRÍA. ELEVADAS EN LA OSCURIDAD DEL ABRAZO

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