Arcadia

Stielike cae

- Ángel Unfried* Bogotá Editor general del Estudio Editorial de Publicacio­nes Semana. Exdirector de la revista El Malpensant­e

El defensor alemán Uli Stielike acaba de fallar su tiro y apenas puede soportar mirar la tanda de penaltis. Su compañero de equipo Pierre Littbarski intenta consolarlo. Alemania finalmente ganó la semifinal de la Copa del Mundo contra Francia, en el estadio Sánchez-pizjuán, en Sevilla, en uno de los partidos más emocionant­es de la historia.

Un corrientaz­o de pánico recorre la curva de la espalda. Los brazos rodean un par de rodillas temblorosa­s, minutos después de haberse desplomado sobre el césped. La mirada húmeda se pierde en el rectángulo trazado por los tres palos, a la espera de que un error ajeno redima el suyo. Las puntas de los pies levantadas hacia el cuerpo intentan replegar toda su triste largura en unos pocos centímetro­s. Después de fallar el cuarto penalti de la serie, Uli Stielike se abraza a sí mismo en una posición fetal incompleta, como quien intenta regresar a la infancia, como un adulto sin derecho a dejarse caer para encontrar alivio.

Es el 8 de julio de 1982 y todos los ojos están clavados en el estadio Ramón Sánchez-pizjuán, en Sevilla, durante la semifinal de la Copa Mundo entre Alemania y Francia. Considerad­o por algunos expertos el partido más emocionant­e de la historia de los mundiales, tras un agónico empate 3-3 en los últimos minutos, es también el primero en el torneo en definirse con cobros desde el punto penal.

Antes de que establecie­ran este mecanismo de desempate, los dueños del balón llegaron a probar experiment­os extremos, como repetir el partido un par de días después o lanzar una moneda al aire para ver quién avanzaba. En algún punto incómodo entre el total agotamient­o de un nuevo juego y el violento azar de un cara y sello se ubica esta ruleta rusa de cinco disparos.

Según un ensayo del historiado­r francés Paul Dietschy, publicado en la revista L’histoire en 2010, una de las razones por las cuales a los gringos no les gusta el fútbol es precisamen­te el azar: ese amplio margen abierto a la injusticia, a la alta probabilid­ad que existe de que, a pesar de la destreza y el esfuerzo, no gane el mejor. Ese nivel de incertidum­bre, que acaba sometiendo el talento y la preparació­n a los más impredecib­les sucesos, habita en la naturaleza misma del fútbol y palpita con descaro en la definición por penales.

Aquello que durante los 90 minutos fue un castigo para quien cometiera una falta dentro del área, al finalizar el juego, fuera del tiempo, se transforma en una condena para ambas partes.ante la desventaja natural del portero, el cobrador tiene un margen estrecho para el heroísmo: anotar es cumplir con lo que le correspond­e, fallar es resbalar hacia la tragedia.y Stielike está cayendo.

Siempre vestido de blanco con la camiseta de la selección alemana o del Real Madrid, recio, sólido en la recuperaci­ón y con cara de pocos amigos, Stielike se había hecho un nombre como icónico patadura. La figura del tanque, el Panzer, como lo llamaba la afición, no parece correspond­er con el hombre doblado e indefenso de esta foto. La superficie verde de la cancha ofrece el privilegio de un escenario teatral abierto al drama, donde los actores pueden despojarse de sus máscaras. En pocos

EN POCOS LUGARES ES TAN FRECUENTE VER GIGANTES DESPLOMADO­S Y ES TAN SOCIALMENT­E APLAUDIDO EL LLANTO DE UN HOMBRE COMO EN UN ESTADIO DE FÚTBOL

lugares es tan frecuente ver gigantes desplomado­s y es tan socialment­e aplaudido el llanto de un hombre como en un estadio de fútbol.

Al lado de Stielike, un muy joven Pierre Littbarski (ocho años antes de marcar contra René Higuita en el partido de Italia 90 que inmortaliz­ó a Freddy Rincón) completa el abrazo propio del defensa con un afectuoso brazo derecho y algunas palabras al oído. Se llevan solo seis años, pero la calvicie mal disimulada de uno y el jovial mullet ochentero del otro los hacen parecer padre e hijo, fans de la misma banda de heavy metal.

Ambos esperan a que el sexto cobro alemán les dé la victoria. Están muy cerca uno del otro, pero sentados en orillas distintas: mientras Stielike estrelló el cuarto disparo contra las manos del portero francés, Littbarski anotó impecablem­ente el quinto penalti en el ángulo. La foto revela dos caras de cómo la responsabi­lidad de once jugadores recae sobre los hombros encorvados de uno solo. Juntos, Stielike y Littbarski componen una imagen que ilustra con violenta fidelidad la lapidaria frase escrita por Rudolf Arnheim sobre el contrapunt­o espacial: “La aproximaci­ón y el alejamient­o son fuertement­e dinámicos, como lo son el ascenso y el descenso. El espacio está lleno de sucesos dramáticos”.

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