Arcadia

El jazz: un género que se volvió híbrido

La imposibili­dad de definir una sola tendencia en el mundo sonoro de hoy también toca al jazz, en beneficio de un público que tiene más posibilida­des de elegir y unos compositor­es e intérprete­s con mayores libertades.

- Jaime Andrés Monsalve B.*

El 15 de marzo de 2015, fue lanzado en el mundo To Pimp a Butterfly, la tercera producción del rapero norteameri­cano Kendrick Lamar. Luego de dos álbumes olorosos a asfalto y smog, de estilo ríspido y sin concesione­s, Lamar volvía con sus notables letras, que han hecho que sea comparado con Bob Dylan en el mundo del hip hop –no por nada fue depositari­o del Premio Pulitzer este año–, y un componente adicional, no muy familiar para el amante del rap en su faceta más callejera: un indudable tufillo a jazz. Lamar depositó su confianza en jóvenes productore­s e instrument­istas como el bajista Stephen Lee Brunner, conocido como Thundercat; el pianista Robert Glasper en calidad de coautor; y un notable saxofonist­a de Los Ángeles llamado Kamasi Washington.

Mientras la luz de Lamar se hacía más brillante, casi un año después, el 8 de enero de 2016, una leyenda de la música popular ofrecía su canto de cisne. Blackstar, de David Bowie, fue lanzado el mismo día de su cumpleaños. Dos días después, el camaleón del rock fallecía víctima de un cáncer, haciendo parecer tanta casualidad como una urdimbre finamente planificad­a. Desde un principio, Bowie había decidido lanzar un trabajo para desmarcars­e del sonido del rock and roll, y para ello su productor,tony Visconti, convocó a figuras de reconocimi­ento en la escena del jazz como el pianista Jason Lindner, el saxofonist­a Donny Mccaslin, el baterista Mark Guiliana y el guitarrist­a Ben Monder, recordado en Colombia por haber formado parte del cuarteto del saxofonist­a Antonio Arnedo en cuatro revolucion­arias grabacione­s de la década de los noventa. Durante la elaboració­n de Blackstar, David Bowie no hizo otra cosa que escuchar To Pimp a Butterfly.

LA LIBERTAD, LA MULTIPLICI­DAD

Hubo un tiempo en que el jazz hizo verdadera justicia a su fama de música elitista y ultracereb­ral, pero de ello no queda sino un estereotip­o cada vez más débil gracias a los discos que, mes a mes, inundan las plataforma­s virtuales y que hoy hacen más borrosas las fronteras. Hace algunos años, ese preconcept­o hacía imposible pensar en la incorporac­ión de la electrónic­a en el género sincopado, de igual manera que una improvisac­ión de saxo en el rap tradiciona­l habría sido objeto de malentendi­dos, aunque efectivame­nte hubiera sucedido,

y sucedió: en lo primero fue pionero un referente, el pianista Herbie Hancock, que se anotaba su mayor hit comercial en 1983 con el sencillo Rockit, indudable himno del fenómeno del breakdance. En lo segundo, el siempre revolucion­ario Miles Davis dejaba en 1992 su álbum póstumo Doo-bop, con el que abría el camino, junto al productor de hip hop Easy Mo Bee, a un nuevo estilo de entre los tantos en que Davis fue pionero: el acid jazz.

La libertad, la multiplici­dad y los coqueteos con géneros no siempre afines parecen ser la rúbrica del jazz en estos tiempos.y si hablar de la cada vez más borrosa línea que separa los estilos mismos del género no fuera ya una situación inusitada, hoy la cosa es aún más sinuosa, pues el jazz se ha posicionad­o como un componente armónico, como una posibilida­d técnica, como un espíritu, en todos los géneros habidos y por haber, clásicos y populares.

“Siento que hay más razones para sentirme entusiasma­do en torno a la música improvisad­a hoy que en cualquier otro momento de los 41 años que llevo en el planeta”, dijo el crítico norteameri­cano Nate Chinen en entrevista con la revista Rolling Stone. Hace unos días, Chinen lanzó su libro Playing Changes. Jazz for The New Century, en el que pone de relieve el cruce de fronteras del género de los últimos años y realiza una serie de perfiles con esos nombres que, por diferentes razones, dejan ver la imposibili­dad para hablar hoy de escuelas, como lo fueron en los años treinta el swing, en los cuarenta el bebop, en los cincuenta el cool o en los sesenta el free jazz.

Las últimas grandes corrientes, en ese sentido, probableme­nte hayan sido las dos antípodas de la década de los noventa, ambas nacidas en Nueva York: la de los tradiciona­listas o neoclásico­s, comandados por un sempiterno Wynton Marsalis bajo el nombre de Jóvenes Leones; y la de los experiment­ales y vanguardis­tas músicos del downtown en Manhattan, en cabeza del revolucion­ario judío americano John Zorn. Mientras los primeros básicament­e desapareci­eron en tanto movimiento (Marsalis, a la cabeza del programa de jazz del Lincoln Center, sigue explorando la tradición, involucran­do a estrellas recientes del jazz con raíz étnica como el trompetist­a libanés Ibrahim Maalouf y apadrinand­o a prodigios como el pianista indonesio de quince años Joey Alexander), los segundos dejaron de pertenecer exclusivam­ente al ambiente undergroun­d y se descolocar­on en buena parte de su razón de ser.

“Si hubiera que caracteriz­arlo hasta ahora, el siglo xxi sería el de las muchas formas de hibridació­n. Eso incluye no solo idiomas globales y lenguajes estilístic­os, sino también ideologías híbridas. Ahora es más difícil trazar una línea entre un experiment­alista y un tradiciona­lista, y creo que eso es genial”, aseguró Chinen en otra entrevista, esta vez con la revista Pitchfork.

NO TODO ES JAZZ, NO TODO ES NYC

Una realidad del jazz actual es su recurrenci­a a los elementos propios de cada lugar donde nace.“desde hace varios años, el jazz se ha estado nutriendo, alimentand­o, enriquecie­ndo de las músicas y géneros de otras latitudes”, dice Betto Arcos, periodista mexicano radicado en Los Ángeles, creador de podcasts para cadenas como NPR y BBC, y autor del podcast The Cosmic Barrio. “En casi todas las grandes ciudades del mundo, los músicos de jazz están creando nuevas sonoridade­s utilizando el lenguaje jazzístico, pero con melodías y ritmos propios”.

Si bien ese fenómeno podría enmarcarse en la lógica de las muchas hibridacio­nes del jazz que se vienen dando desde la década de los cuarenta, cuando el bebop se unió con la música afrocubana para crear el jazz latino, en la última década el asunto es diferente: si bien antes el jazz buscaba los elementos tradiciona­les de cada lugar, el proceso actual es el contrario: el elemento raizal es el que hoy se encuentra con la música improvisad­a. “Estamos ante la primera generación de músicos que no creció escuchando jazz como su música principal”, asegura Simón Calle, etnomusicó­logo de la Universida­d de Columbia y aficionado al jazz. “Son músicos que están cerca de los cincuenta años, que no vieron a los grandes maestros, con influencia­s de otras músicas, que llegaron al jazz durante la universida­d”.

Ahí volvemos a la obra de un saxofonist­a nacido en medio de las influencia­s. Con apenas dos discos en su haber (cada uno de ellos de más de un cd, huelga decirlo), la propuesta de Kamasi Washington ha alcanzado increíbles cotas creativas, con el apoyo de una big band y una sección coral con la que se pasea con igual holgura entre el acid jazz y Debussy, entre los elementos del hip hop y las búsquedas espiritual­es de John Coltrane.y lo ha logrado con una ambición tenaz, aunque no

Hoy el jazz no es menos fructífero, pero a veces seguirle la pista es imposible. Muchos escuchan jazz, sin saberlo, de un disco de Kendrick Lamar o David Bowie

deje de ser objeto de profundas críticas de quienes lo juzgan de faraónico.

Todo ello en coincidenc­ia, según Calle, con otro fenómeno notable de los últimos diez o quince años: la paulatina pérdida de la titularida­d de capital del jazz de Nueva York. “Todo el mundo miraba hacia allá a ver qué estaba pasando, pero su sonido se saturó”, dice. “Las escenas locales están tratando de generar sonidos diferentes”.algunos nombres se mantienen, en todo caso, entre los preferidos del público, como los pianistas Brad Meldhau y Vijay Ayer, el trío The Bad Plus y, por supuesto, el propio Wynton Marsalis.

Dentro de esas otras escenas locales, probableme­nte lo más interesant­e de la actualidad esté ocurriendo en Londres.la capital inglesa es sede de la generación conocida como jazz warriors, conformada por jóvenes músicos que han hecho evoluciona­r el sonido del jazz tradiciona­l, el free, el funk y en algunos casos del acid jazz. La saxofonist­a Nubya Garcia, una de las figuras más notables de la actual escena londinense, es a la vez la más clara representa­nte de una línea con fuerte influencia caribe. Ella, al igual que muchos de sus colegas, es hija de inmigrante­s (en su caso trinitario­s y guyaneses), situación imposible de soslayar a la hora de asumirse como músico.

La más reciente sorpresa de la escena londinense es la banda Sons of Kemet, al comando del saxofonist­a de ascendenci­a barbadense Shabaka Hutchings. Con un formato instrument­al absolutame­nte inédito de saxo, tuba y dos baterías, más una suerte de mirada militante del mundo, la llegada este año al sello Impulse! determinó su despegue absoluto. Su álbum Your Queen is a Reptile es una crítica a la mirada de la monarquía hacia la inmigració­n, y está compuesto por canciones en las que proclaman reinas a mujeres afro, defensoras de los derechos civiles como Harriet Tubman, Angela Davies y Albertina Sisulu. Otros nombres imprescind­ibles del Londres de hoy son Ezra Collective, dirigido por el pianista Joe Armon-jones; y el trío Yussef Kamaal, del tecladista Kamaal Williams.

Si los toques caribeños de esta segunda generación de migrantes son apenas un elemento más de todo el entramado, asombra la aparición de una reciente camada de músicos afroantill­anos, casi todos cubanos, que han decidido dejar a un lado la clave y el “tumbao”, en aras de que el elemento salsero sea apenas una presencia discreta. Para la muestra, la obra de los pianistas Roberto Fonseca, David Virelles y Harold López-nussa, así como la juvenil promesa del canto Daymé Arocena, directamen­te llevada hasta las grandes ligas del jazz actual bajo la mirada del dj y productor Gilles Peterson.

Las grandes casas discográfi­cas de siempre han buscado renovar sus catálogos con esas nuevas miradas.tal vez el caso más llamativo sea el del respetado sello alemán Edición de Música Contemporá­nea (ecm), que sin dejar de lado los grandes nombres que lo han hecho prestigios­o como Keith Jarrett, Joe Lovano, Bill Frisell, Carla Bley y Charles Lloyd, ha reclutado a una serie de noveles jazzistas como el trompetist­a israelí Avishai Cohen, el pianista suizo Nik Bärtsch, la saxofonist­a noruega Mette Henriette y el pianista británico Kit Downes.

En la era de la informació­n, el jazz no es menos fructífero ni trepidante, pero seguirle la pista a todo resulta imposible; más aún cuando muchos consumidor­es están escuchando jazz, sin saberlo, de un disco de Kendrick Lamar o David Bowie. Al menos hay de dónde elegir, algo que ocurre cuando, como hoy, la tendencia es que no haya una sola tendencia.

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A la izquierda, el saxofonist­a Kamasi Washington. A la derecha, el trompetist­a Avishai Cohen

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