Arcadia

Otra tierra

- Andrea Mejía

David y sus perros; está oscuro. Estoy segura de que los besó en la boca, y de que les dijo que lo sentía”. Es la imagen que la hermana de David Foster Wallace no pudo sacarse de la cabeza. Es como ella imagina los últimos momentos de su hermano, lo que él hizo justo antes de ahorcarse. Había dejado de tomar el antidepres­ivo que llevaba muchos años tomando.

Cuando las cosas se pusieron realmente mal, intentó volverlo a tomar, pero esta vez no funcionó. Simplement­e ya no hacía efecto. Su cabeza debió quedar atrapada en sí misma, escalando las cumbres del solipsismo desolador que debe llevar a un ser humano a acabar con su vida.

Foster Wallace fue un adorador incondicio­nal de Wittgenste­in. también a ratos me sorprende y me conmueve la soledad de Wittgenste­in, que alcanza el límite terrible de lo religioso, o de lo místico, como él lo llama. El Tractatus logico-philosophi­cus en todo caso me parece una expresión esplendoro­sa de esa soledad. “De lo que no se puede hablar es mejor callar”, la proposició­n que cierra ese libro tremendo y radical, más que una afilada crítica filosófica a los discursos sin sentido, es el enunciado de una soledad estrepitos­a, una soledad quewittgen­stein buscó después desterrar en las Investigac­iones filosófica­s, un libro que nunca he tenido el juicio de leer entero.

Como tampoco he tenido el tiempo, o la paciencia, o el buen juicio para leer La broma infinita. No soy lo suficiente­mente lectora para La broma infinita ni para las Investigac­iones, pero presiento, desde mi ignorancia, que son libros secretamen­te emparentad­os. En ellos el lenguaje lo cubre todo y no hay afuera del lenguaje. Los dos libros podrían ser un poco como un personaje de Foster Wallace en La escoba del sistema, su primera novela: un tipo que decide comer y comer para alcanzar un “tamaño infinito” y olvidarse así de la soledad.

Leí, eso sí, hice trampa, la última frase de La broma infinita: “Y cuando volvió en sí, estaba echado de espaldas en una playa sobre una arena muy fría y caía la lluvia de un cielo bajo y la marea estaba muy lejana”. Es una frase perfecta que se retrae del ritmo vertiginos­o de las exploracio­nes de Foster Wallace en la experiment­ación posmoderna, y se vuelve, me parece, desde su simplicida­d y su belleza sobria, hacia una experienci­a

real, quizá la más real de las experienci­as humanas, la más estructura­l y definitiva, la experienci­a de la soledad. Para aliviar un poco la soledad es que está a veces la literatura que, cuando resulta bien, es la infracción afortunada a la regla monástica impuesta por Wittgenste­in: de lo que no se puede hablar es mejor callar.

Foster Wallace trabajó un tiempo como conductor de un autobús escolar. Wittgenste­in fue maestro de escuela de niños de cuatro años. Foster Wallace fue guardia de seguridad en una empresa; cubría los primeros turnos de la mañana. wittgenste­in fue jardinero en un monasterio cerca aviena.

“Yo hubiera debido dirigir mi vida hacia el bien y convertirm­e en una estrella. Pero me he quedado sentado en la tierra y ahora me voy encogiendo poco a poco”, escribió Wittgenste­in en una carta de 1921. Dan ganas de echarse a llorar. Sobre las frases de Foster Wallace no dan ganas de echarse a llorar; uno casi siempre sonríe, porque su inteligenc­ia asombrosa está temperada en ellas por un humor dulce que la hace brillar más, exactament­e como una estrella. Desarmado muy pronto de la “ironía” posmoderna, desactiván­dola en su prosa y en su forma de vivir, en la conversaci­ón que quiso mantener con sus lectores a lo largo de su vida, supo evitar esas “fiestas de lástima”, ese odio hacia sí mismo que es una prolongaci­ón del hastío y de una sofisticac­ión saturada, aunque a veces, también, sin duda, él mismo estuviera muy triste.

Pero al final se quedó con sus perros en la oscuridad y les dio un beso en la boca.

Con todo esto solo me dio por pensar que debe ser algo muy cercano a la muerte tener definitiva­mente que callar, no poder detenerse ni retornar, no poder llamar a nadie, no poder hablar. Y no sé si estaríamos menos solos sin el lenguaje. Tal vez solo no seríamos consciente­s de la soledad, porque no experiment­aríamos nunca los límites de las palabras.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia