Sopor i piropos
Nada mejor que un final feliz. Entrevistas en los grandes diarios y revistas con doble página. Registros en televisión con momentos emotivos, fotos y prensa por doquier. Mariana Garcés fue la ministra del gobierno Santos con el más abundante cubrimiento sobre su legado de todos
los ministros del gabinete saliente. Cierto, la cultura es colorida, pero aun así me impresionó el despliegue tan generoso de los medios.acepto que, siendo la mujer que rigió continuamente y sin interrupción los destinos de la cultura pública en los últimos ocho años, era predecible este particular momento.y es que nadie tuvo ese privilegio en toda la historia del ministerio de Cultura. Ni siquiera los fundadores. Cuando uno es un funcionario con una línea de continuidad tan visible, nadie más encarna el balance de política como uno mismo. Ella encarna todo un momento de la cultura colombiana: la era Garcés.
Y, sin embargo, si ustedes se lo preguntan, no creo que estemos listos para hacer los balances de tan larga empresa. En parte, por la escasez de analistas objetivos (algunos fueron contratistas en distintas fases de su mandato), por los pocos observatorios de cultura o por el nulo interés de la opinión pública en las políticas culturales del Estado. ¡Lástima!, porque entre otras es un privilegio singular de nuestra democracia contar con un ministerio de Cultura.
Cada tema podría ser objeto de debate. Abordemos un ejemplo que muestre lo difícil de este ejercicio: el balance del libro y la cultura. De acuerdo con las entrevistas propias, este no es solo uno de sus logros, sino el mayor. Y sí, la Encuesta Nacional de Lectura le da la razón al mostrar que los esfuerzos de las políticas públicas hicieron avanzar los indicadores en la lectura –sobre todo la infantil–, al mismo tiempo que las bibliotecas avanzaron notablemente. Pero nunca la industria del libro se quejó de un trato tan displicente del poder cultural. La caída de las compras públicas, incluso de libros de interés general, fue brutal, monumental, en los últimos años. Parte del problema fue que se mantuvo una oficina del libro en un ministerio inestable y sin poder.y todo lo demás que es extraño: el Premio García Marquez sigue muy difuso y es costoso con relación a los beneficios que tiene para el país, ya que los libros galardonados no se consiguen; la política de traducción de libros fue paupérrima; se menospreció la función del editor de libros del ministerio; se redujeron muchos de los apoyos a las ferias internacionales y, por último, hubo amiguismos en los viajes de los escritores y las escritoras
en las ferias, sin hablar del escándalo de los escritores machos alfa.
Mariana Garcés.ya están dichos –y de manera magistral– los rasgos de su estilo autoritario de gobierno. El bloqueo a la revista ARCADIA fue un gesto delator que la evidenció ante la opinión pública, con un estilo de censura poco común que graduó de enemigos a personas que solo debatían políticas culturales. El autoritarismo y el temor fueron, quizá, sus armas ante el hecho de que no era una intelectual, pero no estoy seguro de que esto último sea en sí mismo un defecto para el cargo. Solo lo menciono como uno de los rasgos distintivos de un decenio muy gerencial, apegado a los resultados, unívoco en las decisiones y que abandonó parcialmente el enfoque regional, tan interesante, de Paula Moreno, su predecesora.
Dicho esto, debo decir, sin embargo, que no fue para nada una ministra incompetente. Esas las tuvimos hace años, pero por fortuna duraron poco. Las convocatorias y la atribución de recursos, en general, fueron juiciosas. Hubo proyectos que salieron bien: la figuración del cine internacional –aunque exquisito–, algunos premios de cultura, los salones regionales descentralizados, la protección del patrimonio arquitectónico y unos cuantos más. Por eso diría, más bien, que fue una gestión promedio, con altos y bajos.
En lo personal, pienso que en el momento en que el gobierno firmó la paz, se necesitaba un ministerio mucho más audaz e imaginativo. Parte del fracaso cultural del proceso de reconciliación va por cuenta de las limitaciones del estamento cultural, del que –digamos la verdad– Santos no sabía mucho para qué servía. Cultura eran las artes y punto.y cultura son muchas más cosas: memoria, patrimonio cultural y cambio de mentalidades.y eso nunca supo medirlo la longeva ministra.