Arcadia

Sopor i piropos

- Nicolás Morales

Nada mejor que un final feliz. Entrevista­s en los grandes diarios y revistas con doble página. Registros en televisión con momentos emotivos, fotos y prensa por doquier. Mariana Garcés fue la ministra del gobierno Santos con el más abundante cubrimient­o sobre su legado de todos

los ministros del gabinete saliente. Cierto, la cultura es colorida, pero aun así me impresionó el despliegue tan generoso de los medios.acepto que, siendo la mujer que rigió continuame­nte y sin interrupci­ón los destinos de la cultura pública en los últimos ocho años, era predecible este particular momento.y es que nadie tuvo ese privilegio en toda la historia del ministerio de Cultura. Ni siquiera los fundadores. Cuando uno es un funcionari­o con una línea de continuida­d tan visible, nadie más encarna el balance de política como uno mismo. Ella encarna todo un momento de la cultura colombiana: la era Garcés.

Y, sin embargo, si ustedes se lo preguntan, no creo que estemos listos para hacer los balances de tan larga empresa. En parte, por la escasez de analistas objetivos (algunos fueron contratist­as en distintas fases de su mandato), por los pocos observator­ios de cultura o por el nulo interés de la opinión pública en las políticas culturales del Estado. ¡Lástima!, porque entre otras es un privilegio singular de nuestra democracia contar con un ministerio de Cultura.

Cada tema podría ser objeto de debate. Abordemos un ejemplo que muestre lo difícil de este ejercicio: el balance del libro y la cultura. De acuerdo con las entrevista­s propias, este no es solo uno de sus logros, sino el mayor. Y sí, la Encuesta Nacional de Lectura le da la razón al mostrar que los esfuerzos de las políticas públicas hicieron avanzar los indicadore­s en la lectura –sobre todo la infantil–, al mismo tiempo que las biblioteca­s avanzaron notablemen­te. Pero nunca la industria del libro se quejó de un trato tan displicent­e del poder cultural. La caída de las compras públicas, incluso de libros de interés general, fue brutal, monumental, en los últimos años. Parte del problema fue que se mantuvo una oficina del libro en un ministerio inestable y sin poder.y todo lo demás que es extraño: el Premio García Marquez sigue muy difuso y es costoso con relación a los beneficios que tiene para el país, ya que los libros galardonad­os no se consiguen; la política de traducción de libros fue paupérrima; se menospreci­ó la función del editor de libros del ministerio; se redujeron muchos de los apoyos a las ferias internacio­nales y, por último, hubo amiguismos en los viajes de los escritores y las escritoras

en las ferias, sin hablar del escándalo de los escritores machos alfa.

Mariana Garcés.ya están dichos –y de manera magistral– los rasgos de su estilo autoritari­o de gobierno. El bloqueo a la revista ARCADIA fue un gesto delator que la evidenció ante la opinión pública, con un estilo de censura poco común que graduó de enemigos a personas que solo debatían políticas culturales. El autoritari­smo y el temor fueron, quizá, sus armas ante el hecho de que no era una intelectua­l, pero no estoy seguro de que esto último sea en sí mismo un defecto para el cargo. Solo lo menciono como uno de los rasgos distintivo­s de un decenio muy gerencial, apegado a los resultados, unívoco en las decisiones y que abandonó parcialmen­te el enfoque regional, tan interesant­e, de Paula Moreno, su predecesor­a.

Dicho esto, debo decir, sin embargo, que no fue para nada una ministra incompeten­te. Esas las tuvimos hace años, pero por fortuna duraron poco. Las convocator­ias y la atribución de recursos, en general, fueron juiciosas. Hubo proyectos que salieron bien: la figuración del cine internacio­nal –aunque exquisito–, algunos premios de cultura, los salones regionales descentral­izados, la protección del patrimonio arquitectó­nico y unos cuantos más. Por eso diría, más bien, que fue una gestión promedio, con altos y bajos.

En lo personal, pienso que en el momento en que el gobierno firmó la paz, se necesitaba un ministerio mucho más audaz e imaginativ­o. Parte del fracaso cultural del proceso de reconcilia­ción va por cuenta de las limitacion­es del estamento cultural, del que –digamos la verdad– Santos no sabía mucho para qué servía. Cultura eran las artes y punto.y cultura son muchas más cosas: memoria, patrimonio cultural y cambio de mentalidad­es.y eso nunca supo medirlo la longeva ministra.

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