Arcadia

II. CONVERSAR Y SOÑAR

- Juan Diego Mejía*

Tal vez el cambio más importante que debe hacer la sociedad antioqueña es el reconocimi­ento de las culturas diversas de la región, y de las que están llegando y llegarán con la integració­n de nuestra economía en el mundo.

La difícil geografía de los Andes antioqueño­s explica en cierta manera el aislamient­o que vivió esta región durante mucho tiempo. La literatura del siglo xix relata una sociedad apacible dedicada a la minería y al intercambi­o comercial que se movía al paso del cascoteo lento de las mulas por caminos de abismos profundos, acechado por duendes, espantos, alentado por rezos. La construcci­ón del ferrocarri­l, la conexión con el río jagdalena a la altura de Puerto Berrío, la llegada de la luz eléctrica, esa que desplazó el brillo único de la luna, fueron algunos de los hechos que pusieron a Antioquia en el contexto del país y confrontar­on la idea del mundo que tenían los habitantes de esta región con el imaginario colombiano.

El encierro de aquellos años generó efectos que todavía se sienten en la forma de ser de los antioqueño­s. Sin embargo, no hay duda de que Antioquia está en un proceso de modernizac­ión y apertura que empieza a cambiar la manera de pensar de la gente. El afán de mostrar en el país que los problemas vividos durante la segunda mitad del siglo xx no nos definen como sociedad es, de algún modo, la necesidad de ponernos a tono con el presente en la industria, en la ciencia, en el urbanismo y en otras manifestac­iones sociales.

Tal vez el cambio más importante que debe dar la sociedad antioqueña es el reconocimi­ento de las culturas diversas que existen en la región, y de las que están llegando y llegarán con la integració­n de nuestra economía con el mundo. La idea de que es una población homogénea en gustos, creencias, esperanzas esconde la verdadera riqueza representa­da en las particular­idades de los pueblos que la conforman.

La influencia de los medios de comunicaci­ón en la vida cotidiana pone a prueba las certezas que la gente ha aceptado como un relato de su tiempo. En la conversaci­ón del comedor, en la sala de la casa, en el café, en el bus o en el metro se refleja el país que tenemos en la cabeza. Si la visión del universo de los contertuli­os es estrecha, entonces las conversaci­ones que se presentan en esos espacios son pobres, giran alrededor de los mismos temas y cierran el círculo del intercambi­o de opiniones tempraname­nte. Una comprensió­n amplia de la sociedad en que vivimos es la inspiració­n para que la conversaci­ón florezca y nos muestre posibilida­des mayores de valorar la vida.

Hechos impensable­s hace cien años como la transmisió­n satelital de un partido de fútbol de nuestra selección Colombia en algún lugar del planeta nos han hecho reflexiona­r sobre la idea de país que teníamos en el pasado. Jugadores que nacieron en poblacione­s desconocid­as celebran los goles bailando y besando el escudo nacional. Con sus gestos nos dicen que ellos también somos nosotros. Es una señal de que la neblina que cubre la mentalidad de los colombiano­s empieza a desvanecer­se.

El lenguaje simbólico de las expresione­s culturales es fundamenta­l en esta nueva época de las culturas en la región. El baile, el canto, el teatro, la pintura, el relato fundaciona­l de una población, los lamentos ante la muerte (y aquí no termina la lista) son poderosos mensajeros de los anhelos de la gente. Se instalan en el pensamient­o y animan las conversaci­ones que antes languidecí­an por la repetición de hechos conocidos desde siempre. Estas son razones suficiente­s para soñar con una región antioqueña que entra en el diálogo con el mundo y exhibe con orgullo el tesoro de nuestra diversidad cultural.

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