II. CONVERSAR Y SOÑAR
Tal vez el cambio más importante que debe hacer la sociedad antioqueña es el reconocimiento de las culturas diversas de la región, y de las que están llegando y llegarán con la integración de nuestra economía en el mundo.
La difícil geografía de los Andes antioqueños explica en cierta manera el aislamiento que vivió esta región durante mucho tiempo. La literatura del siglo xix relata una sociedad apacible dedicada a la minería y al intercambio comercial que se movía al paso del cascoteo lento de las mulas por caminos de abismos profundos, acechado por duendes, espantos, alentado por rezos. La construcción del ferrocarril, la conexión con el río jagdalena a la altura de Puerto Berrío, la llegada de la luz eléctrica, esa que desplazó el brillo único de la luna, fueron algunos de los hechos que pusieron a Antioquia en el contexto del país y confrontaron la idea del mundo que tenían los habitantes de esta región con el imaginario colombiano.
El encierro de aquellos años generó efectos que todavía se sienten en la forma de ser de los antioqueños. Sin embargo, no hay duda de que Antioquia está en un proceso de modernización y apertura que empieza a cambiar la manera de pensar de la gente. El afán de mostrar en el país que los problemas vividos durante la segunda mitad del siglo xx no nos definen como sociedad es, de algún modo, la necesidad de ponernos a tono con el presente en la industria, en la ciencia, en el urbanismo y en otras manifestaciones sociales.
Tal vez el cambio más importante que debe dar la sociedad antioqueña es el reconocimiento de las culturas diversas que existen en la región, y de las que están llegando y llegarán con la integración de nuestra economía con el mundo. La idea de que es una población homogénea en gustos, creencias, esperanzas esconde la verdadera riqueza representada en las particularidades de los pueblos que la conforman.
La influencia de los medios de comunicación en la vida cotidiana pone a prueba las certezas que la gente ha aceptado como un relato de su tiempo. En la conversación del comedor, en la sala de la casa, en el café, en el bus o en el metro se refleja el país que tenemos en la cabeza. Si la visión del universo de los contertulios es estrecha, entonces las conversaciones que se presentan en esos espacios son pobres, giran alrededor de los mismos temas y cierran el círculo del intercambio de opiniones tempranamente. Una comprensión amplia de la sociedad en que vivimos es la inspiración para que la conversación florezca y nos muestre posibilidades mayores de valorar la vida.
Hechos impensables hace cien años como la transmisión satelital de un partido de fútbol de nuestra selección Colombia en algún lugar del planeta nos han hecho reflexionar sobre la idea de país que teníamos en el pasado. Jugadores que nacieron en poblaciones desconocidas celebran los goles bailando y besando el escudo nacional. Con sus gestos nos dicen que ellos también somos nosotros. Es una señal de que la neblina que cubre la mentalidad de los colombianos empieza a desvanecerse.
El lenguaje simbólico de las expresiones culturales es fundamental en esta nueva época de las culturas en la región. El baile, el canto, el teatro, la pintura, el relato fundacional de una población, los lamentos ante la muerte (y aquí no termina la lista) son poderosos mensajeros de los anhelos de la gente. Se instalan en el pensamiento y animan las conversaciones que antes languidecían por la repetición de hechos conocidos desde siempre. Estas son razones suficientes para soñar con una región antioqueña que entra en el diálogo con el mundo y exhibe con orgullo el tesoro de nuestra diversidad cultural.