TIERRA BUENA Esteban Duperly*
Según una noticia de El Espectador publicada el pasado 11 de septiembre, una acción ciudadana apoyada por la Red de Colectivos Ambientales de Boyacá consiguió que el Estado terminara un contrato con una firma polaca que iba a adelantar “actividades exploratorias” para “extracción no convencional de hidrocarburos” en ese departamento. ¿Qué significa ese eufemismo técnico? Nadie lo sabe bien. Con el fracking pasa eso: no hay consenso. Se discute confusamente si es útil o no, si es limpio o no, si deja cicatrices o no.
Lo que resulta desconcertante es que esa discusión ocurra precisamente en Boyacá, que es una tierra fértil. Es obtuso que en un mundo que pide cada vez más espacio agrícola, la vocación del suelo se discuta en un lugar donde la gente ha vivido durante siglos de labrar la tierra y donde es posible hacer una foto como la de arriba, en la que las hortalizas rebozan el paisaje, como en los cuernos de la abundancia del escudo nacional.
Dijo Juan de Castellanos hace mucho tiempo, en los versos de Elegías de varones ilustres de Indias, que lo que hoy es la provincia boyacense era “tierra buena”: “Tierra con abundancia de comida, tierra para hacer perpetua casa”. Lo es. O como dijo Óscar Gómez en “El campesino embejucao” –un bambuco con aire a carranga en la voz de un labrador boyaco–: “Qué joda arrecha resulta querer vivir uno en paz”.