Arcadia

ARTE VENEZOLANO, ¿HECHO EN COLOMBIA?

La crisis social que condujo a la migración masiva del país vecino también ha tocado, al menos sutilmente, al sector de las artes de nuestro país. Varios creadores han decidido refundar sus carreras lejos de casa. Hablamos con algunos de ellos.

- Eduardo Santos* Bogotá

En Venezuela, Federico Ovalles-ar es una de las figuras más prominente­s en el sector de las artes plásticas. Se formó entre el antiguo Instituto de Artes Plásticas Armando Reverón en Caracas e institutos de renombre en Londres, y desde su regreso al país en 2003 fue ganador de varios reconocimi­entos como el Jóvenes con FIAT, el más importante de la extinta Feria Internacio­nal de Artes de Caracas. En su país es un viejo conocido de galerías y museos; alguien que se mueve con fluidez en el circuito del arte. Pero en Colombia sigue siendo prácticame­nte un desconocid­o, un migrante más buscando una oportunida­d en el país vecino.

“Venir devenezuel­a, en donde yo tenía un desarrollo importante, para venir aquí y que no pase nada... es un poco duro, pero entendible también”. Así, crudamente, resume lo que han sido tres años de carrera en Colombia: un cambio traumático para un artista ya consolidad­o, a raíz de la compleja situación venezolana. Para Ovalles-ar no tenía sentido perder uno, dos o hasta tres días de trabajo haciendo largas filas para conseguir comida. Por eso, en 2015 hizo las maletas con su esposa colombiana y se vino a Bogotá, donde a pesar de llegar a algunas galerías y ferias independie­ntes tuvo que buscar otros trabajos fuera del circuito de las artes plásticas para poder subsistir.

La obra de Ovalles-ar se ha centrado en los “no espacios”, esas zonas marginales dentro de las grandes ciudades que muchas veces nos negamos a ver. Los espacios habitables construido­s con materiales como icopor, madera o plástico han sido la inspiració­n para algunos de sus montajes, que hoy parecen una representa­ción de la manera en que la gran mayoría de venezolano­s intenta acomodarse en una ciudad que le es ajena. “El deterioro social que se vive me ha reencontra­do con este tema que trabajaba desde mi país”.

Según datos de la Cruz Roja, se estima que cerca de un millón de venezolano­s han llegado a Colombia en los últimos cuatro años. La cantidad de migrantes se ha convertido en un panorama común en las ciudades y cada vez ha hecho más evidente una crisis que también ha permeado a las artes plásticas de un país que, hasta hace unos treinta años, era uno de los focos importante­s para la cultura en América Latina.

Un olvido estructura­l de un gobierno sin mucho interés por las artes fue con lo que se encontró Linda Philips, una artista multimedia­l de Caracas que hoy reside en Bogotá. Mientras trabajaba como docente en la Armando Reverón, fue testigo de la decisión del gobierno de Chávez de unificar los institutos de artes, teatro y danza del país en un solo gran proyecto llamado la Universida­d Nacional Experiment­al de las Artes. Ahí, entre la precarieda­d para conseguir materiales para trabajar y unos ideales políticos lejanos y cuestionab­les, trabajó durante diez años. “Tanto estudiante­s como profesores tenían que hacer filas para comer o buscar medicinas, y por eso muchas veces no podíamos dictar clase”.

Aunque por años se mantuvo optimista y decidió empezar a trabajar con materiales reciclados para poder dar sus clases, cuando se dio cuenta de que varios de sus compañeros eran promovidos simplement­e por ser afines al gobierno, y que los nuevos profesores que entraban eran simples fichas burocrátic­as, decidió irse del país con su esposo y su hija.

Acá ha podido conectarse poco a poco con las galerías, donde ha expuesto proyectos como Acción con ladrillos rotos. Esa obra, para la que se grabó a ella misma rompiendo una superficie de ladrillos rojos con unas botas militares puestas, representa directamen­te la metáfora del poder militar y la destrucció­n de su país, una constante en la obra de Philips, quien se ha enfocado en los efectos negativos del poder oficialist­a sobre la sociedad.

En Bogotá, que hasta ahora es la ciudad que más ha recibido artistas venezolano­s, hay venezolano­s dedicados a la docencia, como Corina Lipavsky, quien se ha especializ­ado en hacer arte con tecnología; Pedro Gómez, un artista sonoro; o el maestro Pedro Tagliafico, quien lleva tiempo enseñando pintura en la capital.aún así, según Nydia Gutiérrez, una de las curadoras venezolana­s más importante­s en Colombia y quien actualment­e trabaja en el Museo de Antioquia como curadora en jefe, la diáspora no se ha aglomerado tan notablemen­te acá como sí ha sucedido en otros países como Estados Unidos o México.

Gutiérrez fue curadora del Museo de Bellas Artes de Caracas, pero prefirió devolverse a su nativo San Antonio del Táchira, en toda la frontera con Cúcuta, cuando hace unos seis años la situación de seguridad se hizo insostenib­le.a diferencia de otros migrantes, su relación con Colombia es de vieja data. Es egresada de la Universida­d Javeriana, vivió por varios años en la frontera y hoy conoce como pocos los circuitos artísticos de ambos países. “La verdadera resistenci­a desde el arte envenezuel­a la están haciendo desde las galerías independie­ntes que han logrado hacer cosas en medio de una situación muy difícil”, asegura.

Las galerías independie­ntes y algunos museos que no dependen de financiaci­ón estatal, como el Museo de Arte Contemporá­neo del Zulia, han mantenido vivo el circuito en Venezuela y además han sido claves para que artistas en el exilio sigan manteniend­o un vínculo artístico con el país. Ese es el caso de Néstor García, otro egresado de la antigua Armando Reverón, originario del estado Táchira y quien a pesar de residir en Bogotá todavía trabaja con algunas galerías como la ABRA Caracas o El Anexo, ambas dirigidas por antiguos actores de las artes en Venezuela que fueron desplazado­s de sus cargos por no estar alineados con el Estado.

García es pintor e iniciado en la rigurosa escuela paisajísti­ca de las tierras andinas del Táchira. Pero como les sucedió a muchos, cuando literalmen­te se quedó sin cómo conseguir pinturas o brochas tuvo que partir y enfrentars­e al futuro incierto. Su obra, a diferencia de la de otros exiliados, no trata de exponer o denunciar ninguna realidad específica, a pesar de que se encuentren representa­ciones de elementos de guerra como buques, aviones o tanques. “No me gusta el arte catártico ni que sea un reflejo contextual porque puede devenir en panfleto”.

Además de la circulació­n de obras, Tráfico Visual, un medio de comunicaci­ón venezolano dedicado al arte, también ha sido importante para que artistas como García se estabilice­n en Colombia mientras escriben y problemati­zan sobre los productos de otros artistas y ferias como ARTBO. Su directora, Ileana Ramírez, quien también trabaja como gestora cultural en Caracas, ha sido testigo de toda la migración en los últimos años. Para ella, sin embargo, el éxodo no ha sido del todo negativo. “Yo lo veo como un crecimient­o. Adonde vayan, los venezolano­s llevan sus pensamient­os y segurament­e así se producirán situacione­s de intercambi­o”.

En Colombia, esos intercambi­os también han tenido lugar en la frontera gracias al trabajo de Susana Quintero como curadora del Museo Casa Natal del General Santander, en el municipio de Villa del Rosario.a escasos cuatro kilómetros de la frontera, Quintero, quien llegó a Colombia por una serie de trabajos curatorial­es, ve todos los días la cantidad de compatriot­as suyos entrando al país y se confronta con el problema de la otredad, un concepto irónicamen­te muy presente en el discurso del arte contemporá­neo. Con esta experienci­a, esa noción adquiere una materialid­ad aterradora. “cada quien intenta afirmar su propia identidad, muy fuertement­e, pero a la vez siento que no existe una separación tan marcada entre ambos países”.

¿Pero hasta qué punto la llegada de artistas plásticos venezolano­s está reconfigur­ando el medio artístico en Colombia? Según Nydia Gutiérrez, aunque cada vez estén llegando nuevos referentes al país a raíz de la dramática situación venezolana, todavía falta el grueso de artistas para que se pueda contemplar un verdadero intercambi­o. Por esa misma línea están Ovalles-ar, Philips y García, quienes mientras procuran consolidar­se como creadores en el país, están buscando maneras de contactar galerías y empezar a mostrar con cierta regularida­d el trabajo de los artistas venezolano­s, por lo menos en Bogotá.

Jairo Valenzuela, director de la galería Valenzuela-klenner, dice que “el medio todavía no está muy abierto a artistas ‘desconocid­os’ de otros países”, y que aún es muy pronto para medir su impacto en el circuito. Eso mismo dice Claudia Hakim, directora del Museo de Arte Moderno de Bogotá (MAMBO), quien cuenta que hasta el momento no ha recibido propuestas de exposicion­es de venezolano­s.

A pesar de que varios artistas comparten la tragedia de la migración, no se puede hablar aún de un verdadero impacto en nuestro circuito. Hay un grupo heterogéne­o e inconexo de artistas tratando de ganarse la vida. Como comenta el curador José Roca, solo el tiempo permitirá evaluar el impacto de esta todavía pequeña pero significat­iva diáspora en nuestro muchas veces cerrado circuito del arte. Aún así, es de resaltar que los organizado­res de un evento como ARTBO hayan hecho un esfuerzo particular por fortalecer la presencia de venezolano­s en la feria, que en esta edición contará con un número importante de artistas y galeristas del país vecino. Aunque la mayoría de ellos no resida en Colombia, su participac­ión puede ser vista como un síntoma incipiente de que los espacios del arte en Colombia se abrirán al arte plástico venezolano, y que eventualme­nte este tendrá que ver con los artistas residentes en este país; con el arte venezolano hecho en Colombia.

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Mapa, obra del artista venezolano Armando Ruiz

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