Arcadia

RETRATO DEL ARTISTA ADOLESCENT­E

- Pedro Adrián Zuluaga

En 2013, Alejandro Jodorowsky estrenó en el Festival de Cannes La danza de la realidad, su primera película después de 23 años de inactivida­d como director de cine. El artista y escritor chileno se basó en su propio libro, que él mismo describió como una “autobiogra­fía imaginaria, aunque no en el sentido de ficticia, pues todos los personajes, lugares y acontecimi­entos son verdaderos, sino en el hecho de que la realidad y la historia profunda de mi vida son un esfuerzo constante para expandir la imaginació­n y ampliar sus ingeniosos e impredecib­les límites, para aprehender­la en su potencial terapéutic­o y transforma­dor”. Poesía sin fin es la segunda parte del ejercicio autobiográ­fico de Jodorowsky en el cine. Mientras La danza de la realidad reconstruy­e la infancia del director en Tocopilla, norte de Chile, Poesía sin fin es el retrato del artista adolescent­e y su ruptura con un mundo familiar asfixiante.

Esta última película empieza con una desgarradu­ra en la conciencia de Jodorowsky, quien en compañía de los padres se despide de la ciudad de su infancia y llega a la calle Matucana, arteria principal de un barrio obrero de Santiago, en los años cuarenta. Desde su deslumbran­te inicio, Poesía sin fin nos sitúa en un universo narrativo y estético anti-rrealista, que es una suma de circo, títeres, danza, juegos poéticos, actos performáti­cos y teatro musical. La “decadente” Matucana del presente es reemplazad­a, ante los ojos de un octogenari­o Jodorowsky, por enormes telones que simulan la calle del pasado; personas y cosas adquieren de pronto un movimiento desenfrena­do, como en el inolvidabl­e comienzo de Los niños del paraíso, el filme de Marcel Carné sobre el mundo del espectácul­o homenajead­o de manera explícita.

Poesía sin fin muestra la forja de la que emerge un artista. Como en La danza de la realidad, Jodorowsky busca aquí engastar lo individual en una historia mayor que es no solo la de su país, Chile, sino la de las vanguardia­s artísticas, poéticas y políticas del siglo xx. Luego de liberarse del cerco familiar, el aspirante a poeta empieza a frecuentar la bohemia artística de Santiago. Entonces esa ciudad capital de un país remoto en el sur de América se convierte mágicament­e en el centro del mundo. Jodorowsky y sus amigos Stella Díaz, Enrique Lihn y Nicanor Parra perpetran acciones artísticas que anticipan el happening. La poesía es un acto, se dicen. Ellos no solo escriben versos, viven poéticamen­te, y esto significa no ajustarse a las normas. En un recorrido urbano por Santiago, Jodorowsky y Lihn siguen un camino recto, derribando los obstáculos que interfiere­n su conquista del futuro. Los dos jóvenes –igual que la película– no respetan controles o muros, protagoniz­an desplantes, cubren de ignominia al “viscoso poeta nacional Pablo Neruda” y proclaman, casi dos décadas antes de 1968, la célebre consigna del mayo francés: “prohibido prohibir”.

La película no es solo un ajuste de cuentas de Jodorowsky con su propio y tortuoso pasado. El director chileno también cuestiona una manera de escribir la historia del arte según la cual al mundo europeo y anglosajón correspond­e el papel rector mientras los países del sur nos conformamo­s con imitar y reproducir. Cuando Jodorowsky, al final de la película, huye de Chile en un intento desesperad­o por encontrars­e a sí mismo, no solo se trenza en una última –y hermosamen­te resuelta– batalla con su padre en el muelle devalparaí­so. Su redención no es solo personal; ambiciona algo más: salvar al surrealism­o, reinventar­lo desde la periferia.

Jodorowsky ha hecho una película megalómana, extravagan­te y excesiva, dibujada con trazos gruesos y ocasionale­s sutilezas. En la tradición de las autobiogra­fías cinematogr­áficas tiene algo de la libertad expresiva de Las playas, de Agnès Varda. Poesía sin fin y La telenovela errante (obra póstuma del también chileno Raúl Ruiz, terminada el año pasado por su esposavale­ria Sarmiento) son películas jóvenes y renovadora­s dirigidas por un par de ancianos.

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Poesía sin fin Alejandro Jodorowsky
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