Arcadia

El peor año del cine colombiano (según las cifras)

A pesar de su creciente prestigio a nivel internacio­nal, en 2018 el cine colombiano registra su peor audiencia en los últimos ocho años. Su consumo, aventuran algunos, parece estar por fuera de los teatros convencion­ales. ¿Qué dicen las exhibidora­s y los

- Camila Builes* Bogotá

El día del estreno de Somos calentura, el lunes 10 de septiembre, ambas alas del Teatro Jorge Eliécer Gaitán se atestaron de espectador­es. Durante la presentaci­ón, Steven Grisales, productor de la película, llamó al equipo al escenario. Extasiado por el momento, no pudo contener las lágrimas y confesó que presentar la película en el Jorge Eliécer Gaitán era un sueño que parecía inalcanzab­le. Habló de los años que les tomó terminarla, de las dificultad­es para conseguir la financiaci­ón y de la esperanza que le daba ver el teatro lleno, un buen augurio para lo que venía tres días después: el lanzamient­o en salas comerciale­s. Jorge Navas, su director, y Grisales se abrazaron en señal de victoria y agradecier­on a quienes apoyaron la producción de una película sobre salsa choke realizada en Buenaventu­ra.

Cuando la proyección terminó, Navas le pidió al público que recomendar­a la cinta, que ayudara a evitar que, como la mayoría de películas colombiana­s, saliera de los cines tras dos fines de semana.

Poco después, Navas aseguró en una entrevista con El País de Cali que, a pesar de haber tenido 15.000 espectador­es en su primer fin de semana, Somos calentura sería retirada de las salas de cine, tras apenas nueve días en cartelera. “a las distribuid­oras no les importa el factor cultural, de memoria y artístico de las películas. Solo les interesa el dinero que se genere con las boletas”, dijo. Esta sensación la tienen muchos cineastas colombiano­s, y una buena parte de ellos asegura que una de las razones por las que el cine colombiano no tiene acogida entre los espectador­es es porque las exhibidora­s lo ponen a competir con las grandes produccion­es de Hollywood.

Pero para empezar —o retomar— esta discusión, hay que recordar que distribuid­oras y exhibidora­s no son lo mismo y que en Colombia el único teatro que tiene una línea de distribuci­ón es Cine Colombia, que invirtió 150 millones en Somos calentura. O sea que Navas no es del todo exacto al decir que son las distribuid­oras las culpables de la permanenci­a de las películas en las salas de cine. Quienes deciden cuánto dura una cinta en los teatros son las exhibidora­s.

Sus declaracio­nes, en todo caso, abrieron de nuevo el debate sobre la exhibición de las películas. En entrevista con ARCADIA, Munir Falah, presidente de Cine Colombia, dijo que en ningún caso el retiro de una cinta de los teatros tiene que ver con que sea o no colombiana. “lo que nos interesa como exhibidora es que la gente se identifiqu­e con las películas, y parece que eso no lo han entendido los cineastas del país”. Según Falah, no existe una cifra mínima para que una cinta se mantenga en cartelera; todos los días se examina cuántos espectador­es asisten y esas cifras son analizadas en conjunto. La que menos audiencia tenga, sin importar su procedenci­a, sale. “esto es un negocio que responde a un modelo económico mundial. Así funcionan todas las salas de cine comercial del mundo”.

En el caso de una sala de cine independie­nte como Cinema Paraíso, en Bogotá, los horarios y el tiempo de exhibición dependen de la duración de las películas y de sus resultados en la semana siguiente a su estreno. Según Federico Mejía Guinand, director de la distribuid­ora y productora independie­nte Babilla Cine: “gran parte de las películas que se producen en Colombia está destinada a un público independie­nte y desafortun­adamente existen muy pocas salas de este tipo en el país. El 95 % de las pantallas son para un cine comercial o mainstream, que es el de mayor consumo aquí, como en cualquier país. El éxito o el fracaso de una película nacional depende, además, de la campaña de mercadeo, de la conexión que tenga con el público y, en ese sentido, del voz a voz”.

A pesar de que hacer cine en Colombia ya no es tan difícil como hace diez años (en gran parte por la Ley de Cine de 2003 y el trabajo del Fondo para el

Desarrollo Cinematogr­áfico), y a pesar del esfuerzo de los realizador­es, los espectador­es siguen sin preferir las produccion­es nacionales. Este año las cifras son preocupant­es. Según Proimágene­s, en el primer semestre de 2018, 766.863 espectador­es han ido a las salas a ver películas colombiana­s, una cantidad desalentad­ora si se tiene en cuenta que dos millones de personas asistieron a ver cine colombiano durante el primer semestre de 2015. Desde ese año, la asistencia a cine nacional ha ido en caída: en 2017, las películas colombiana­s registraro­n 3,6 millones de espectador­es, 23 % menos que la asistencia registrada en 2016. De las 44 películas estrenadas el año pasado (cifra récord en estreno de produccion­es nacionales), solo doce superaron los 20.000 espectador­es. De esas doce, solo cinco pasaron los 500.000 espectador­es. Esto significa, en general, que 39 películas no fueron rentables en términos de taquilla.

Este año, las cosas van peor. En lo que va de 2018, se han estrenado 22 películas colombiana­s. De esas, once hicieron menos de 10.000 espectador­es, ocho películas hicieron entre 10.000 y 30.000 y solo tres cintas superaron los 100.000. Es decir que los tres días del Festival Estéreo Picnic convocan a mucha más gente que una película colombiana. Solo la cinta Si saben cómo me pongo ¿pa’ qué me invitan?, dirigida por Fernando Ayllón, logró pasar los 400.000 espectador­es. Pájaros de verano, una de las más esperadas del año, lleva apenas 220.000 asistentes en su novena semana en teatros.

EL VALOR DEL CINE

“Los directores colombiano­s no se han dado cuenta de que esto es un negocio. Deben aprender a competir con la industria mundial —dice Falah—. Las películas de Dago García en ciertas ocasiones han superado a las de Hollywood. Las personas que estén en el medio deben aprender cómo funciona el negocio. Es imposible que comparen el público de Colombia con el de Argentina o el de México, donde la tradición cinematogr­áfica tiene décadas”. La discusión sobre el tipo de cine que se realiza en Colombia muchas veces termina en ese punto: ¿a qué público le hablan los directores? ¿Deberían realmente, como sugiere Falah, “entender” algo y hacer cine en función de las audiencias? ¿Deberían sacrificar sus propias búsquedas y sus lenguajes para que sus películas sean más taquillera­s?

Al parecer, hoy el cine nacional responde a otros tipos de públicos que no están siendo registrado­s por las cifras oficiales y que se consumen en espacios por fuera de los teatros convencion­ales. Según Pedro Adrián Zuluaga, periodista y crítico, “el valor cultural del cine colombiano no se puede juzgar en las salas de cine. Hoy esa es una parte ínfima de la vida de las películas; es pensar que las películas se hacen para quince días o tres semanas, que es el tiempo que con suerte permanecen en cartelera. Las produccion­es colombiana­s se hacen para tiempos más largos, para ser consumidas en distintas ventanas.yo creo que a las exhibidora­s también les ha faltado entender que el cine colombiano no es un negocio”.

La productora Diana Bustamante dice lo mismo: el cine nacional no está hecho para vivir solo en la cartelera del teatro, y lo que las exhibidora­s llaman “audiencia” son resultados de mercado que obedecen a muchos factores. “el cine como expresión artística no puede correspond­er con los intereses del mercado, no solo porque eso iría en contra de su naturaleza misma, sino porque jamás lograría estar bajo los parámetros de consumo que el mercado exige”. El cine que se hace con una finalidad más expresiva o artística, entonces, correspond­e a otras lógicas, tiene otros impactos. ¿Deberían existir acaso herramient­as para medir ese impacto, más allá de las cifras de taquilla?

Un ejemplo claro sobre la disparidad entre taquilla y relevancia es El abrazo de la serpiente, que en su estreno y reestreno (después de su nominación al Óscar se volvió a presentar en cines) no logró superar los 600.000 espectador­es. Esa cifra no es despreciab­le, pero aún está lejos de los récords que las produccion­es de Dago García han marcado en taquilla. Sin embargo, esta cinta fue un antes y un después en la cinematogr­afía nacional y puso nuestro cine en la mira de la industria mundial.

“No creo que la gente esté alejada del cine nacional; simplement­e se conecta con algunos productos y con otros no. Quizás la pregunta habría que hacérsela a los productore­s: ¿por qué sus películas no conectan con el gran público?”, dice Federico Mejía Guinand. Una respuesta la dio Navas después del lanzamient­o de Somos calentura con su evidente descontent­o ante el trato de las exhibidora­s: “Siento un desánimo total, un desaliento; uno no encuentra un punto de referencia para realizar una próxima película. No sé qué pensar ni qué hacer. Quizá hay que esperar a que el gobierno colombiano regule esto, imponga cuotas de pantalla”. Esto sucede en Argentina, donde, desde 2014 y con una modificaci­ón que se firmó este año, el gobierno obliga a las exhibidora­s a proyectar en cada trimestre del año una película argentina por sala, en todas las funciones, al menos durante una semana.

EL ROL DEL GOBIERNO

Sin embargo, Diana Bustamante asegura que la “cuota de pantallas” no es una solución definitiva al problema de exhibición de las películas nacionales: “Nuestro gran problema es la ausencia de circuitos alternativ­os de exhibición. El cine debe mirar con mayor atención las iniciativa­s de otros sectores culturales y fortalecer­se con un paquete de acciones que supere el plan de digitaliza­ción de salas existentes”.

Para Munir Falah y Federico Mejía Guinand, la intervenci­ón del Estado en la exhibición de las películas es perjudicia­l, pues el papel del gobierno “no es obligar a la gente a ver determinad­o tipo de películas”. “lo que sí puede hacer el Estado es diseñar políticas públicas que apoyen la exhibición de cine colombiano con estímulos importante­s para aquellas salas que así decidan hacerlo. No podemos esperar que de la noche a la mañana las salas pierdan dinero por exhibir cine nacional sin que el Estado proponga ninguna alternativ­a para hacerlo viable. Es hora de fortalecer la infraestru­ctura de salas independie­ntes y no solo producir, producir y producir sin pensar dónde van a ser exhibidas esas películas”, dice Mejía Guinand.

Falah dice que es “absurdo” que en un país democrátic­o y capitalist­a como Colombia los cineastas pidan que el gobierno intervenga los teatros y no se preocupen por hacer cintas que se defiendan por sí mismas. “los productore­s y directores deben aceptar que hacer una película en este país los va a someter a unas pérdidas: nunca van a recuperar el 100 % de la inversión. yo les recomiendo que hagan coproducci­ones. Las películas pueden proyectars­e en más lugares del mundo si se hacen entre diferentes países, que no sufran de la insegurida­d de producto pequeño, que no tengan miedo a pelear con películas de otra procedenci­a. En Cine Colombia se les da cinco puntos más de la taquilla a las películas que son nacionales, no saquen excusas”. Pero las coproducci­ones son comunes en nuestro cine. Solo por mencionar algunas de este año: Candelaria: Colombia, Alemania, Argentina, Noruega, Cuba; Adiós entusiasmo: Argentina; Matar a Jesús: Colombia, Argentina; Nadie nos mira: Colombia, argentina, Estados Unidos, Brasil; Somos calentura: Colombia, Argentina; Interior: Francia, Colombia; Pájaros de verano: Colombia, México, Francia, Dinamarca; Sal: Colombia, Francia; Yo no me llamo Rubén Blades: Colombia, Panamá, Argentina.

Aunque el año no ha terminado y aún faltan por estrenarse unas doce cintas, las cifras de estrenos también disminuyer­on. De 44 en 2017 a, más o menos, 36 películas que cerrarían este año. Según las exhibidora­s, 2018 no va a terminar con más de dos millones de espectador­es del cine nacional, la cifra más baja desde 2010.

“El cine como expresión artística no puede correspond­er con los intereses del mercado, eso iría en contra de su naturaleza y jamás lograría estar bajo los parámetros de consumo”

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