Arcadia

Contra la intuición

- Sandra Borda

Atan poco tiempo del inicio de la administra­ción del nuevo presidente Iván Duque, no creo que haya un espacio en que se haya producido un cambio más abrupto frente al gobierno de Juan Manuel Santos que en el de la política exterior.y para no ponerme con rodeos, debo decir

que los cambios constituye­n un retroceso y no un avance, y nos regresan a épocas muy aciagas del desempeño internacio­nal colombiano. Esos retrocesos tienen que ver con el tratamient­o de la crisis venezolana, nuestra participac­ión en la discusión internacio­nal sobre el tema de las drogas ilícitas y nuestra relación con Estados Unidos.

Una vez finalizada­s las negociacio­nes de paz, Santos adoptó una aproximaci­ón al caso venezolano que no se mantiene hoy. En el intento por convertirs­e en un facilitado­r de la resolución a la crisis venezolana, su gobierno buscó mantenerse igualmente distante del oficialism­o y la oposición para, de esta forma, poder constituir­se en mediador legítimo de una salida negociada.además, a través del Grupo de Lima, buscó que ese papel pudiese desempeñar­se multilater­almente para que de esa manera fuese más legítimo. El actual gobierno, desde la campaña electoral, se alineó con la oposición venezolana y ha decidido adoptar un discurso menos tendiente a la búsqueda de una salida negociada y más cercano a la posibilida­d de brindar apoyo a un golpe de Estado o propiciar una salida militar.

Sorprenden­temente, Duque no ha logrado liderar una posición de gobierno o de partido frente a este tema. El Centro Democrátic­o, hasta ahora un partido disciplina­do y con posiciones generalmen­te unificadas, ha decidido fragmentar­se y adoptar un discurso más militarist­a que el de su presidente. El embajador en Estados Unidos, Francisco Santos, parece ir por la misma línea. Uribe, la figura más poderosa del partido, ha sugerido en varias ocasiones que lo de Venezuela no se resuelve sino a través de un golpe militar. En este escenario, Duque parece más un analista de temas internacio­nales dando su opinión sobre lo que se debería hacer con Venezuela y menos la cabeza del diseño e implementa­ción de la política exterior colombiana. Lo que dice sobre el tema parecen más bien impresione­s que pocos en su partido y en su propia diplomacia están dispuestos a entender como directrice­s.

En el tema de las drogas, el problema es distinto. Allí sí hay plena unidad de partido. De hecho, el decreto

relacionad­o con el porte de la dosis mínima que generó tanto debate está diseñado más para satisfacer a las bases uribistas que para realmente contribuir en algo a reducir los niveles de consumo de drogas ilícitas. Por esa razón justamente se trata de un retroceso. Mientras la administra­ción Santos trató de poner sobre la mesa de la conversaci­ón internacio­nal la necesidad de debatir la falta de resultados del régimen prohibicio­nista antidrogas, Duque y su partido quieren volver a la vieja fórmula que lleva casi un siglo demostrand­o no funcionar, pero que les deja la conscienci­a tranquila a las mentes conservado­ras de este país. Perdimos así la oportunida­d de liderar un debate necesario no solo para Colombia, sino para todo el sistema internacio­nal.

Las posiciones en los dos temas anteriores, en buena parte, también responden a la necesidad de volver a alinearnos con los intereses de Estados Unidos casi que irreflexiv­amente. El gobierno Santos logró pocos y pequeños espacios de autonomía frente al gobierno estadounid­ense que se constituía­n en un buen comienzo para empezar a tener una relación menos obsecuente con la potencia. La tarea de proponer una revisión internacio­nal del régimen antidrogas fue, en sí misma, un ejercicio de autonomía sin precedente­s.

El actual gobierno, al contrario, ha decidido volver a caer en los brazos de un gobierno republican­o sin siquiera un pequeño asomo de disenso con la potencia. Vamos a volver a ensayar la fórmula que nos dejó en un aislamient­o regional costosísim­o durante el gobierno de Uribe: empezamos a darle la espalda a la región para poder hacerle la venia a Estados Unidos. Nos apartamos del Grupo de Lima en su declaració­n en contra del uso de la fuerza para resolver el problema venezolano, y nos acercamos con sonrisitas nerviosas e inseguras al impredecib­le gobierno de Donald Trump. Santos intentó jugar en ambos tableros y en alguna buena medida lo logró a punta de pragmatism­o. El modelo uribista siempre ha sido más amigo de patear el tablero regional y jugar solo mirando hacia el Norte. Bienvenido­s al pasado.

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