“La esclavitud no ha desaparecido”
¿Cómo deberíamos entender la historia de la esclavitud en Colombia a la luz de las conmemoraciones del Bicentenario de la Independencia en 2019? Una conversación con la arqueóloga Johana Caterina Mantilla O.*.
Cómo entender hoy la esclavitud? Quisiera hacer una aclaración. La esclavitud como fenómeno no ha desaparecido.al contrario, se ha agravado, pues el consumo exacerbado se sustenta sobre relaciones desiguales y de explotación. Pensemos, por ejemplo, en la ropa que usamos y su producción en una maquila. Hablar de “esclavitud” como un único fenómeno oscurece las relaciones de explotación de antes –Egipto, el Imperio romano, África precolonial– y aquellas que se mantienen hasta ahora. Sería más preciso hablar de “esclavitudes”, en plural.
¿Cómo entiende la esclavitud en el contexto de la Independencia y el año 1819?
Esta esclavitud tuvo lugar en un marco temporal particular de las relaciones entre Europa, África y América.tras el descubrimiento de América y el decaimiento de la población indígena local, las fuerzas imperiales procedieron a reemplazar la mano de obra local por una de origen africano. En una estimación general, las cifras sugieren que entre los siglos XVI y XIX, tomando en cuenta a toda América, cerca de trece millones de personas fueron deportadas como esclavas. Entonces, justo cuando este tipo de esclavitud estaba vigente, se dieron los eventos de 1819. Para los sujetos de entonces, esta esclavitud era parte de la vida cotidiana y tenía una larga historia. Por ello, eventos como la primera revolución de esclavos negros en Haití (1791-1804) y las independencias supusieron el surgimiento de incertidumbres en relación con el devenir de los nuevos ciudadanos de la futura república. ¿Qué hacer con los esclavizados? ¿Qué hacer con los indígenas y campesinos? Estos elementos permiten entender, en parte, por qué el desmonte oficial de la esclavitud colonial ocurrió de forma lenta y no sin tropiezos.
¿Cómo se dio ese desmonte?
Una tímida ley apareció apenas dos años después, estableciendo la libertad para los nuevos nacidos solo a partir de los 18 años. La abolición definitiva se dio en 1851, pero también con una implementación dificultosa. Esta no significó una ciudadanía plena para la población afrodescendiente. Los nuevos libres del siglo XIX debieron seguir trabajando en condiciones paupérrimas en las mismas haciendas, ciudades o minas. Las causas de la desigualdad no se transformaron de forma radical en la nueva república. Aquí uno puede ver la persistencia hasta el presente de contextos que han alimentado la desigualdad o han mantenido condiciones materiales desfavorables en la geografía nacional. ¿Ve al Bicentenario como una oportunidad para pensar la historia de la esclavitud colonial? Considerando nuestra historia marcada por la colonización y la esclavitud, hay todavía múltiples historias por contar. Me refiero a las historias de resistencia y reinvención, que solemos asociar a la presencia de palenques, dejando de lado otros actos de la vida cotidiana de quienes fueron esclavizados o de quienes convivieron en la esclavitud. ¿Qué pasaba con la población de negros libertos, mulatos, pardos? Necesitamos ahondar en las historias locales para entender la historia del poblamiento regional y para dimensionar los entramados sociales, económicos y políticos que sustentaron, entre ríos, ciénagas y montañas, la vida de los descendientes de quienes alguna vez fueron deportados de África. El Bicentenario nos permite volver la mirada hacia historias, tanto de sujeción como de lucha, que trascienden el perímetro de lo que hoy entendemos como nacional y nos introducen en una dimensión con conexiones de tipo global; producción de café, azúcar o tabaco. ¿Cómo ve a la academia en relación con la historia de la esclavitud?
El camino no ha sido llano. La invisibilización de la población afrodescendiente como actor de la historia, hasta bien entrado el siglo XX, traía el lastre deshumanizante de la esclavitud y la segmentación social de los siglos anteriores. Sin embargo, trabajos pioneros entre los años cincuenta y setenta marcaron un giro y abrieron puertas al diálogo. Otro giro importante ocurrió antes de que yo llegara a la universidad en 1999: la nueva Constitución y la Ley 70 de comunidades negras. Esto nos marcó como generación y auguró un mejor futuro. Como arqueóloga vengo de una disciplina en que el silencio sobre las materialidades de la población afrocolombiana ha sido la regla. Los arqueólogos se han enfocado en otros sectores de la población. Pero trabajos incipientes, posteriores a la Constitución del 91, ya empiezan a dibujar un panorama más esperanzador. Al menos a los arqueólogos colombianos nos hace falta aún ponernos unos lentes diferentes para comprender la diversidad y riqueza de la historia material que tenemos entre manos. Hay que ampliar la mirada para “poder ver” otras historias, contextos y acciones.
¿Cómo ve lo que se enseña en los colegios? Necesitamos crear canales de comunicación más fluidos con las comunidades. Vivimos un momento muy interesante, con académicos de varias áreas cuyos trabajos y compromiso están teniendo repercusiones. Pero se requieren otras medidas –por ejemplo, de tipo presupuestal– para que más jóvenes, no solo afrodescendientes, accedan a la educación superior. Necesitamos vernos más las caras, encontrarnos y dialogar. Sacar la universidad del aula y llevarla a la calle.también necesitamos pensar en formatos didácticos de comunicación y reflexión que acudan a lenguajes visuales, sonoros, que permitan y alimenten la sensorialidad como punto de encuentro.