DIVIDE Y REINARÁS: Brasil y la derecha
El filósofo colombiano Ricardo Vélez Rodríguez es el nuevo ministro de Educación de Brasil. La noticia es poco alentadora, pues sus ideas políticas y su falta de experiencia para el cargo son tan peligrosas como las del presidente que lo nombró. Una sembl
Esta es la historia de un hombre que, tras décadas de asfixia, es libre. O cree ser libre. Podría ser también la historia de un hombre marginal que llegó a ser influyente a los 75 años, y hasta sería una historia de emancipación si no fuera porque hoy esa libertad puede cercenar el proyecto educativo medianamente republicano que un país ha construido desde que acabó la dictadura, en 1985, hasta hoy.
Ricardo Vélez Rodríguez, el filósofo bogotano que desde el 2 de enero de 2019 es ministro de Educación de Brasil, vivió angustiado durante los años en que fue profesor de universidad pública en ese país. Así se lo contó a su antiguo alumno y actual jefe de prensa, Bruno Garschagen, en un podcast de poca difusión publicado en octubre de 2013 en el portal Mises Brasil.
En territorios donde la izquierda manda –decía entonces el hoy ministro–, un hombre de “ideas liberales” no puede hacer más que “aguantar insultos y caminar por los márgenes”. Atacó las ideas de sus colegas, defendió las suyas a raya, y dice que, por eso, debió pagar un precio. Asegura que fue “relegado” de los organismos de las universidades que financian investigaciones, de participar como jurado de tesis y de coordinar proyectos académicos. “Hoy existe en las universidades federales un clima comparable con la Revolución francesa. Muchos absolutistas cantan el himno de la revolución libertadora, pero nadie quiere instituciones que defiendan la libertad. Los alumnos quieren oxígeno, y el oxígeno es el liberalismo”. La noción de liberalismo de Vélez Rodríguez es distinta –casi opuesta– a la tradicional, como podrá verse en el resto de esta historia.
En ese mismo podcast, el entonces profesor jubilado le explica a su exalumno cuáles son, en su opinión, los fracasos históricos del liberalismo en Brasil, su corriente política. Empieza con la dictadura (1964-1985), los años en que los militares se tomaron el poder y rehuyeron a la par del marxismo y del liberalismo. “Yo me acuerdo de que en la época en que hacía mi doctorado en Filosofía, por allá en el año 79 u 80, estaba muy apretado económicamente y pensé: ‘Es increíble que los militares no financien el estudio del pensamiento brasileño, que se contrapone al intento de adoctrinamiento marxista’. Llegué a escribir una carta de mi puño y letra al general Figuereido diciendo: ‘General, yo salí de las entrañas del marxismo, me liberé de eso, y quiero hacer un estudio profundo del pensamiento político brasileño. ¡Ayúdeme!’. Nunca tuve una respuesta. Y las becas fueron dadas a quienes regresaron del exilio, esos izquierdistas que luego terminaron haciendo méritos en el exterior”.
Vélez Rodríguez cree que el liberalismo no pudo nunca construir “un movimiento nacional de ideas” por la repercusión minúscula que tuvieron obras críticas como La querella del estatismo (1978), de Antonio Paim, quien en 1982 orientó su tesis de doctorado en Filosofía en la Universidad Gama Filho, de Río de Janeiro, y quien, por sobre todas las cosas, jalonó su conversión definitiva del marxismo al liberalismo al presentarle dos personajes: Immanuel Kant y Alexis de Tocqueville.
Porque Ricardo Vélez Rodríguez, el ministro que piensa que los colegios deben enseñar contenidos y no tocar la política y el género, el filósofo que propone depositar la formación de la moral en la familia y en la Iglesia, el hombre llamado por el presidente Jair Bolsonaro a expulsar de las aulas al educador brasileño Paulo Freire, fue izquierdista durante los años sesenta.
Y dejó de serlo, digamos, a punta de educación. Las ideas que defiende Vélez Rodríguez han congregado masas y despertado fanatismos no solo en Brasil. Si bien la derecha radical no es homogénea, y por lo tanto no conviene anclar sus diferentes vertientes en una sola raíz, hay un elemento que une a las sociedades que en Europa y América hoy ven erigirse una nueva versión de la derecha –el caso de Brasil, Estados Unidos, Alemania, España, incluso Colombia–: prometen llenar los vacíos existenciales y morales de los ciudadanos, no necesariamente sus carencias materiales, y ahí radica su éxito. Así lo considera Víctor Lapuente, politólogo español y colaborador de El País. En su papel de promotor de valores trascendentes, la nueva derecha alza como bandera de gobierno el combate a la llamada ideología de género y el debate sobre temas “progresistas” en los colegios. La educación no es una cartera más para estos gobiernos: desde allí pretenden imponer una mentalidad.
Formado en Filosofía en la Universidad Javeriana (1963) y en Teología en el Seminario Conciliar de Bogotá (1967), Ricardo Vélez Rodríguez debutó a los 25 años como profesor de Literatura y Filosofía en la Universidad Pontifica Bolivariana de Medellín. Después dictó clases en la Universidad de Antioquia y en Eafit. De vuelta a Bogotá, entre 1972 y 1973, enseñó Filosofía y Humanidades en la Universidad Externado de
Colombia y en la Universidad del Rosario. Durante sus primeros años de docencia, se topó con colegas activistas, algunos de ellos salidos de las filas tupamaras, que lo encaminaron a estudiar el marxismo latinoamericano. En 1974, por recomendación de su primera esposa, nacida en Brasil, realizó su maestría en Filosofía en la Universidad Católica de Río de Janeiro. Esa fue su primera inmersión en ese país.
De regreso a Colombia, se convirtió en vicerrector de posgrados de la Universidad de Medellín y fue profesor en la facultad de Derecho de la Universidad de Antioquia. Corría 1978, el año en que el presidente Julio César Turbay expidió el Estatuto de Seguridad –ese decreto que les dio permiso a los militares para desaparecer, torturar y asesinar a quienes disentían–, el mismo año en que la marihuana representó el 39 % de las exportaciones nacionales, y el año también en que asesinaron a 18 profesores de la Universidad de Antioquia. Este último hecho fue determinante para Vélez Rodríguez. Decidió irse. Le propuso a su esposa viajar a Brasil para hacer su doctorado mientras pasaba la ola de violencia. En 1979, se radicaron en São Paulo, y como la violencia en Colombia se recrudeció, en 1997 decidió nacionalizarse brasileño. Al país solo regresaría de vacaciones.
ÍDOLOS DE LA NUEVA DERECHA
Las cuatro décadas que Vélez Rodríguez lleva viviendo en tierras brasileñas pueden resumirse así: ha sido profesor de Filosofía y Pensamiento Ibérico y Brasileño en ocho universidades; dos de ellas muy destacadas: la Universidad de São Paulo (1979-1980) y la Universidad Federal de Río de Janeiro (1986-1989). En 2003, se convirtió en profesor emérito de la Escuela de Comando y del Estado Mayor del Ejército. Es autor de más de treinta libros, algunos publicados por editoriales universitarias y otros por editoriales más bien desconocidas. Su hoja de vida registra 764 artículos publicados, la mayoría colgados en su blog (pensadordelamancha.blogspot) o divulgados en revistas de facultades universitarias y en periódicos que no resisten el rótulo de publicación científica, como el Boletín del Consejo Técnico de la Confederación Nacional del Comercio. Poco antes del cierre de esta revista, el portal periodístico UOL reveló que Vélez Rodríguez fue profesor en 1996 y 1997 de dos programas de posgrado mal calificados y cerrados por el ministerio de Educación.
El 22 de noviembre de 2018, ya pensionado por su labor universitaria, Ricardo Vélez Rodríguez fue llamado por Bolsonaro para materializar su proyecto educativo. La reacción fue de sorpresa y desconcierto, pues su nombre no sonaba ni de lejos en el círculo académico ni político brasileño. Fábio Takahashi, reportero de educación en el diario Folha de São Paulo, al enterarse de que en la prensa colombiana no había rastros suyos antes de la elección, dice: “Estamos iguales. Para este gobierno, la prensa es enemiga del pueblo. Por eso se comunica directamente por redes sociales”. A diferencia de otros ministros de Bolsonaro, Vélez Rodríguez ha guardado absoluto silencio hasta hoy. Desactivó sus redes sociales hace años y no concede entrevistas a medios colombianos. Después de tres semanas de llamadas e intercambios de correos con su equipo de comunicaciones, ARCADIA, lamentablemente, no pudo entrevistarlo para este perfil.
Vélez Rodríguez no había sido la primera opción de Bolsonaro. Tras bambalinas, el presidente había elegido otro nombre: Mozart Neves, director de Manos Unidas, una ONG de la Iglesia católica que ayuda a combatir el hambre en países en vías de desarrollo. La bancada de la Iglesia evangélica –con sus más de 42 millones de fieles, clave en la elección de Bolsonaro– se opuso. Pensaba que Neves no le daría el empujón suficiente a Escuela sin Partido, el proyecto de ley que hoy cursa en el Congreso y pretende que los colegios se olviden de las discusiones políticas, religiosas y de género.
En ese momento, Olavo de Carvalho, un hombre de 71 años que dicta clases de Filosofía por internet desde una cabaña en los bosques de Virginia, Estados Unidos, y guía ideológico de Bolsonaro, recomendó a Vélez Rodríguez para el cargo.
Tal vez sería más preciso definir a Olavo de Carvalho como el gran divulgador de las ideas de la derecha radical estadounidense en Brasil, un intelectual autodidacta caricaturizado por las fuerzas progresistas y marginado por la academia que ahora es ídolo de la nueva derecha. Pero un vistazo a los currículos de los ministros de
Ricardo Vélez Rodríguez fue izquierdista durante los años sesenta. Hoy piensa que los colegios deben enseñar contenidos y no tocar la política y el género, y propone depositar la formación de la moral en la familia y en la Iglesia Según el portal UOL, Vélez Rodríguez fue profesor de dos programas de posgrado mal calificados y cerrados por el Ministerio de Educación a mediados de los años noventa
Educación de Brasil permite afirmar que De Carvalho ahora también podrá ser recordado por haber recomendado al primer ministro de Educación sin experiencia en gestión pública en la historia democrática del país. Desde el fin de la dictadura y el inicio de la Nueva República, en 1985, hasta 2018, los jefes de esa cartera habían sido alcaldes, diputados, secretarios ministeriales, directores de universidades o miembros de consejos nacionales de investigación.
Hoy, el filósofo Vélez Rodríguez tiene frente a sí un sistema educativo con 48,8 millones de estudiantes y 2,2 millones de profesores, distribuido en 27 estados, un Distrito Federal y 5570 municipios. Con un presupuesto anual de 115.000 millones de reales (equivalente a 30.590 millones de dólares, el más alto de América Latina), el Ministerio de Educación debe proponer y gestionar las políticas públicas nacionales para la enseñanza básica y superior. Eso significa que tiene el papel tremendamente difícil de coordinar las acciones del ministerio con los sistemas de enseñanza de cada estado y de cada municipio.
Fernando Cássio, investigador y profesor de políticas educativas en la Universidad Federal ABC, en São Paulo, cuenta que el ministerio también es responsable de supervisar a las universidades privadas y de inducir políticas para modalidades de enseñanza específicas: educación para jóvenes y adultos, para el campo, para los indígenas, para los afrobrasileños, para las personas en situación de desplazamiento y privadas de la libertad, entre otras. Esto, según Cássio, exige especialistas que conozcan plenamente las particularidades de la oferta educativa y las desigualdades regionales de Brasil, el quinto país más extenso del mundo.
Cássio concluye: “La distribución de los recursos de la educación a través del Fundeb (el fondo que financia la educación pública básica) es una de las tareas más altamente especializadas que enfrentará el ministerio. Exige un conocimiento profundo sobre las políticas nacionales de fondos contables y sobre las fuentes de recursos, provenientes de fondos de participación de estados y municipios y también de impuestos varios. El conocimiento de la compleja estructura tributaria brasileña es crucial aquí. El ministro y sus secretarios ya percibirán que la estructura federativa del país no les permitirá apretar un botón que destruya todo el sistema educativo”.
MARX Y GRAMSCI: CHIVOS EXPIATORIOS
A falta de experiencia, menos experiencia. Tres de los seis secretarios que Vélez Rodríguez eligió para su cartera fueron alumnos suyos en cursos de Filosofía en la Universidad Federal Juiz de Fora. Dos de ellos no tienen recorrido en gestión pública ni en las áreas asignadas. El alumno que sí tiene experiencia, Bernardo Goytacazes, liderará la nueva Secretaría de Modalidades Especializadas, que reemplazará al Secadi, encargada de velar por la educación étnico-racial y los Derechos Humanos. “Dar fin al Secadi deja ver que este gobierno combatirá enérgicamente todas las políticas educativas dirigidas a la diversidad y las minorías. ¿Por qué el gobierno utiliza como chivos expiatorios a Marx, Gramsci y Freire, y los culpa por la situación de la educación del país? Porque es más fácil atacar los valores seculares –aquellos que se han construido desde el respeto a la diversidad y la inclusión de lo diferente– llamándolos marxismo cultural o comunismo”, dice la doctora en Educación Márcia Jacomini, hoy coordinadora de una investigación sobre las políticas educativas aplicadas en São Paulo durante los últimos 23 años.
Ante el silencio del ministro, la única manera de llenar los puntos ciegos de su historia es basándose en su obra, su discurso y la base ideológica de su gobierno. Durante años, el hilo que unió el discurso de Vélez Rodríguez fue su aversión al llamado “marxismo gramsciano”, esa narrativa que se convirtió en su principal promesa de gobierno. “Vamos a limpiar todo el escombro marxista que se ha apropiado de las propuestas educativas y que ha desmontado los valores tradicionales de nuestra sociedad”. Vélez Rodríguez cree que, como le sucedió a él o como dice que le sucedió, los alumnos brasileños han sido rehenes de profesores adoctrinados por la izquierda durante los trece años que el Partido de los Trabajadores (PT) estuvo en el poder, de 2003 a 2016.
Para este artículo, Márcia Jacomini, quien utiliza a Marx y a Gramsci como referentes teóricos para sus estudios, analizó un texto de Vélez Rodríguez que puede leerse como su manifiesto: “El marxismo gramsciano, plan de fondo ideológico de la reforma educacional petista” (revista Ibérica, 2006). Según Jacomini, el ministro no presenta hechos para sostener la afirmación del título. Más bien, recurre a escritos de pensadores de forma selectiva y, a partir de eso, hila una interpretación que favorece sus posturas políticas. Para desarmar la falacia, Jacomini recuerda que el marxismo tuvo mayor influencia en la universidad brasileña, como referente teórico para el análisis de la realidad, en los años sesenta, setenta y principios de los ochenta. A partir de la década de 1990, dice, perdió espacio en las instituciones de enseñanza superior, y hoy corrientes de pensamiento como el posestructuralismo y la posmodernidad tienen mayor peso en la formación de los estudiantes. “Como dijo un amigo, si usted desea hacer una tesis teniendo como referente teórico el marxismo, tendrá gran dificultad para encontrar un profesor que lo oriente”.
Jacomini piensa que hoy en las universidades y los colegios brasileños conviven diferentes visiones
“Es increíble que los militares no financien el estudio del pensamiento brasileño, que se contrapone al intento de adoctrinamiento marxista”
del mundo y diferentes posiciones políticas que se disputan la hegemonía. Una investigación que hizo para su posdoctorado parece avalarla. En 2017, estudió cómo se apropiaba y utilizaba el pensamiento de Gramsci, ícono del marxismo en el siglo xx, en trabajos de grado de maestría que investigaron políticas educativas. De los 1283 trabajos revisados, apenas 32 presentaron ideas del filósofo italiano como piso teórico.a la pregunta sobre si durante los tres mandatos y medio del Partido de los Trabajadores (pt) cambió la clase dominante del país, Jacomini responde: “La hegemonía que suelen atribuirle al pt es, en realidad, la de las clases que siempre estuvieron en el poder en nuestro país. Hubo reorganizaciones en las fracciones de la burguesía con mayor influencia política, sin que la burguesía hubiera dejado de ser hegemónica económica y culturalmente. En el gobierno de Lula, fue la gran élite brasileña la que ganó destaque”.
El puritanismo siempre ha latido en la sociedad brasileña. Pero el gobierno de Bolsonaro ha transformado esa manera de estar en el mundo en un proyecto político.y para mantenerlo vivo, ha movilizado una sensación: la de que solo un gobierno de mano dura será capaz de aplacar la corrupción y el miedo que sienten algunos brasileños ante el “avance” de las minorías. Si el feminismo logra legalizar el aborto y los afrobrasileños logran educarse en universidades de élite, la clase dominante pierde privilegios. ¿Qué significa que un gobierno se conciba como una reserva moral de la nación? ¿Qué significa que la derecha radical ya no se reprima?
Significa, por un lado, la garantía de un ambiente reaccionario en las calles. Desde que Bolsonaro inició su carrera presidencial, las agresiones físicas y verbales a personas lgbti crecieron en Brasil, el país con más asesinatos a esta población en el mundo. Las barras de los equipos de fútbol crearon cánticos para alertar a los adversarios de que Bolsonaro mataría a los homosexuales. Según el Manual de Defensa contra la Censura en las Escuelas (2018), muchos profesores se sienten acosados y temerosos de mencionar nombres o hechos históricos porque les asusta la posibilidad de que decir “Marx” o “dictadura” les traiga una sanción disciplinaria. Al envenenar las discusiones públicas con llamados a la moral (una moral, por cierto, cuestionable), el gobierno podría terminar por estimular la desconfianza en las familias con fantasmas marxistas y por gestar, quizá sin ser del todo consciente de ello, un clima cada vez más hostil, incluso guerrerista.
El miedo y la paranoia son siempre un combustible de la guerra.
CULPA DE LA DEMOCRACIA
El retorno de la derecha radical como ley, la elección de Vélez Rodríguez como ministro, encarna otro peligro: el de estigmatizar a los estudiantes que quieren vivir una vida política intensa. El activismo político puede representar mejores colegios, universidades y comunidades. Esto ya lo mostró la llamada “primavera secundarista”, un movimiento de estudiantes de bachillerato que en 2015 impidió el cierre de centenares de colegios públicos en São Paulo al ocupar sus aulas de día y de noche. “¿Alguien puede decir que la experiencia de las ocupaciones escolares en Brasil no fue beneficiosa para las escuelas públicas, a pesar de que una parte de la sociedad siempre consideró que estas eran depósitos de personas predestinadas al fracaso profesional y la marginación social?”, se pregunta el investigador Fernando Cássio.
Encima de todo esto, Vélez Rodríguez también ha elogiado la labor militar durante la dictadura y ha clamado por el retorno de la autoridad a la sociedad. De esta manera, también él se une a quienes culpan a la democracia de la crisis brasileña, un señalamiento falso si se considera que precisamente en tiempos democráticos se creó, por poner un solo ejemplo, una rama judicial independiente que puso en la picota a cientos de políticos corruptos.
Vélez también ha buscado apalear al pt por sus escándalos de corrupción y, así, justificar la necesidad de un gobierno que “limpie” el sistema con “mano dura”. Ese discurso parece alentar el sueño de una parte de los brasileños: el de un caudillo que elimine la podredumbre y que, una vez hecha esa tarea, se retire del cargo. La última persona que encarnó ese sueño fue el dictador Humberto de Alencar Castelo (1964-1967), que desmanteló la oposición en el Congreso y persiguió a los periodistas.
Para Fernando Cássio, las ideas de Vélez Rodríguez no remueven un centímetro de los problemas estructurales de la educación brasileña: “Si vamos a hablar de las causas de la baja calidad de la educación, sería bueno concentrarse en lo que ya conocemos bien: desvalorización profesional docente, precaria infraestructura de las escuelas públicas, ausencia de políticas públicas para la garantía de acceso y permanencia en las escuelas, oferta insuficiente de formación docente en instituciones públicas”. ¿Tiene Vélez Rodríguez la capacidad y los conocimientos que exige su cargo para, por ejemplo, remediar la subfinanciación del sistema educativo brasileño? ¿Será capaz de ponerle un contrapeso al ministro de Economía de Bolsonaro, el ultraliberal Paulo Guedes, que, si pudiera, quitaría incluso las vinculaciones presupuestarias constitucionales para Salud y Educación? Probablemente no. “Ante tanta demanda de soluciones a problemas concretos, hipótesis ad hoc como conspiraciones o enemigos externos –llámese pt o marxismo– seguirán siendo movilizados para justificar los fracasos del nuevo gobierno en la educación”, dice Cássio. “¿Para qué enfrentar los problemas si podemos luchar contra los molinos de viento?”.
Vélez Rodríguez todavía no ha presentado un plan de reformas concretas, pero, desde que se unió a la cruzada de Bolsonaro, quiere imponer su visión de mundo, su propia versión del liberalismo, su propio ideario de la libertad.