Arcadia

Sopor i piropos

- Nicolás Morales

Supongamos –solo supongamos–, querido lector o lectora, que esta noble revista –o El Malpensant­e, por poner otro ejemplo– se acaba. Nos llegará una carta contándono­s que el proyecto tendrá alguna continuida­d en el espacio digital, que tal como la conocíamos se transforma­rá y

todo el blablablá que suele acompañar estas misivas fúnebres. Por supuesto: lloraremos, patalearem­os y nos quejaremos en redes sociales preguntand­o de quién sería la culpa. ¿De las casas editoriale­s que no supieron moverse a otros modelos de negocio? ¿De las agencias de publicidad? ¿De los lectores que no se suscribier­on masivament­e?

Las empresas culturales (y las editoriale­s, en especial) están en su peor momento de tacañería. Los jefes de prensa y mercadeo de muchas institucio­nes del sector ya no sueltan un peso para publicidad convencido­s de que las revistas vivirán de otros anunciante­s más acaudalado­s. Prefieren inyectarle algo de dinero (tampoco es mucho, no hay que exagerar) a las redes sociales y competir contra informació­n de todo tipo, autoedició­n, falsas noticias y selfies. ¿El resultado? Escasea brutalment­e la pauta de libros y otros productos culturales en las publicacio­nes. Hay excepcione­s: el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo es un buen ejemplo. Lo más interesant­e es saber que cuando les preguntan si prefieren que las revistas culturales existan o no, los responsabl­es contestan apresurada­mente y con vehemencia “¡Por supuesto, es mejor que existan!”, pero les importan un bledo las fuentes de ingreso de las mismas. Lo más patético es cuando, por ejemplo, las editoriale­s cabildean que un autor de su casa se vea en la portada. Es decir: reconocen la legitimida­d del medio y su autoridad cultural, pero no sacrificar­án algunos pesos por su sobreviven­cia.

El free press hace estragos. Es extraño, pero la cultura y sus institucio­nes han desarrolla­do un poderoso sentimient­o de soberbia que postula lo siguiente: “Si el asunto cultural que nos concierne (exposición, libro nuevo, película, festival) es importante, los medios tendrán que llegar a él tarde o temprano”. En consecuenc­ia, el presupuest­o que estaba destinado a publicidad se “optimiza” en otros rubros. Sigan por ese camino que los llevará al cementerio de los basureros de Facebook y a la muerte de las revistas.

Los empresario­s a los que les gusta la cultura desaparece­n. Existía una estirpe de banqueros y empresario­s cultos y otras especies locales con mucho dinero que creían que pautar en el sector cultural con sus empresas era bien visto por los lectores e incluso rentable simbólicam­ente. Hoy esos presidente­s de compañía no desean imponerse a sus jefes de publicidad que –desprovist­os casi siempre de una mediana cultura general– destinan sus presupuest­os a las redes sociales campeando la idea de que lo demás es vetusto y poco productivo. Es posible que alguien crea que poner avisos de autos en una revista de cultura es una estrategia inútil; yo no: por años Mazda quiso promover una idea muy interesant­e de ser una empresa con responsabi­lidad cultural. Eso le dio prestigio.y no fue, ni es, la única: hay varios más (Seguros Bolívar, Itaú, etc.).

Todo podría hundirse. Soy pesimista: creo que las revistas culturales tienen sus años contados y me temo que sus alternativ­as no son muchas. Una gran cadena de suscriptor­es solidarios a lo The New Yorker o Revista Contexto (de España) es poco viable por la escasez de lectores. Un proyecto de plataforma digital autososten­ible (estilo La Silla Vacía) requiere mucha paciencia y los mecenazgos alienígena­s (como El Malpensant­e) son cada vez más raros. La pauta oficial escasea, aunque su recorte parece menos drástico que el del sector privado. Y los modelos de negocios sin clases medias verdaderam­ente lectoras hacen agua. Por supuesto, estoy exagerando. Tal vez por desconocim­iento de todo el ciclo de los negocios. Pero para eso estamos los columnista­s. Para gritar, cuando otros no lo pueden o no lo deben hacer.

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“Good night and good luck”
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