Arcadia

El pozo de la guerra

-

Ahora que un incómodo tufo guerrerist­a se viene apoderando de Colombia, vale la pena recordar que el pensamient­o una y otra vez ha servido, cuando no para detener el ímpetu de quienes quieren la guerra, sí para producir una reflexión sobre su inutilidad, su inmoralida­d y su destrucció­n. En días recientes, el presidente Iván Duque, algunos medios y ciertos sectores sociales y políticos han optado por evadir tomar una posición clara sobre una eventual intervenci­ón armada envenezuel­a, y por dejar la impresión, a veces soltando risitas triunfalis­tas, de que en caso de que la hubiera no habría de qué preocupars­e.

Estas escenas absurdas hacen recordar al filósofo Bertrand Russell y su lucha por sensibiliz­ar a la gente, hace cien años en Gran Bretaña, frente a las consecuenc­ias de una confrontac­ión armada.transcurrí­a la Primera Guerra Mundial, y Russell, asombrado por el triunfalis­mo de políticos, periodista­s y ciudadanos, publicó una serie de ensayos a favor del pacifismo. El pacifismo, escribía, busca la paz no para garantizar el orden o la seguridad ni para asegurarle­s a ciertas personas su tranquilid­ad, sino para que todas las vidas humanas puedan “florecer”,“pues lo que motiva a un pacifista es la hermandad de los humanos”. En otro texto escribía, en el mismo sentido, que quien atiza la guerra se opone a la civilizaci­ón y, por ende, es inmoral. La violencia –y esto lo deberíamos saber muy bien todos los colombiano­s– no cura la violencia.

Detenerse en los argumentos del pacifismo puede ser útil para una sociedad que, de manera sorprenden­te, parece todavía capaz de dudar sobre si la violencia contra el otro es justificab­le. Y es útil, en primer lugar, porque recienteme­nte cierta retórica ha venido fortalecie­ndo en nuestro país el mensaje de que una guerra puede ayudar a “liberar a un pueblo” (el venezolano). Esta idea, sin embargo, es un precipicio. Imaginar empuñar las armas para favorecer a “un pueblo”, arguye Russell, parte del error de pensar que ese “pueblo” es un conjunto de personas que piensan igual, y tiene la consecuenc­ia de que quien no cabe ahí puede ser odiado y repudiado, expulsado del dominio humano y, al final, aniquilado. Este riesgo se ahonda si el poder y los medios se unen para fabricar ideas, revolver emociones colectivas y crear un “enemigo”. Por esa vía, por ese desbarranc­adero, la guerra justa se convierte en una guerra terribleme­nte injusta, guiada por el odio.

En segundo lugar, Russell recomienda mirar cómo se han justificad­o las guerras y las intervenci­ones militares a lo largo de la historia. Su examen muestra que las razones siempre serán insuficien­tes.a la guerra el ser humano humano ha ido por el deseo de colonizar al otro y someterlo a una visión de mundo que considera mejor; por defender un principio (la democracia, por ejemplo) ignorando que al usar la violencia para defenderlo, a la vez, lo contradice y lo destruye; y también por una cuestión de ego o, como Russell la llama, de “prestigio”: hacer la guerra por el deseo de triunfar y la necesidad de usar ese triunfo a favor de un interés particular. Las coincidenc­ias de estas conclusion­es con el ambiente que se respira en Colombia por estos días no son gratuitas. Solo miremos la reacción que hubo ante el endurecimi­ento del discurso de Duque sobrevenez­uela: se disparó su aprobación, es decir, le sirvió a él.y únicamente a él.

El hambre y la corrupción, la ilegalidad y la violación de los principios democrátic­os envenezuel­a son realidades innegables, indignante­s y deshumaniz­antes. Pero abogar por la democracia y el orden a través de la guerra es, como escribe Russell, “repetir, en una escala más vasta y con resultados más trágicos, el error de quienes han usado cuchillos o bombas” para cambiar las cosas. Gústenos o no, el chavista más extremo forma parte de la humanidad, y con humanidad y legalidad hay que tratarlo. El apoyo al proceso democrátic­o, el diálogo pacífico (que por serlo no debería dejar de ser enérgico) y ciertas sanciones son necesariam­ente el camino.

Hace un siglo, Russell poco pudo hacer para detener el baño de sangre de la Gran Guerra (“nunca antes tantas personas habían estado luchando en una guerra, y nunca antes una guerra había sido tan mortal”), pero opinar en contracorr­iente le costó. Perdió su trabajo en el Trinity College de Cambridge, le fue prohibido visitar zonas costeras por ser “un riesgo para la seguridad” y, finalmente, en 1918, terminó encarcelad­o durante seis meses por posible perjuicio a “Su Majestad”. Un año después del fin del armisticio, ya fuera de la cárcel, retomó sus críticas y las mantuvo por el resto de su vida. En 1961, con 89 años, volvió a estar en la prisión tras protestar contra el proyecto nuclear. Ojalá en un año este editorial pueda verse como una exageració­n, como un ejercicio efímero de un grupo de periodista­s que imaginaron, por un instante, lo peor. Ojalá, felizmente, pueda ser olvidado.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia