Arcadia

Jordan Peterson, el intelectua­l de derecha

- Hernán D. Caro* * Doctor en Filosofía y periodista cultural. Coeditor de la revista Contempora­ry And América Latina

El profesor canadiense Jordan Peterson justifica la diferencia salarial según el género, niega la existencia de un “privilegio blanco” y duda del consenso científico sobre el cambio climático. Aun así –¿o precisamen­te por eso?– miles de jóvenes lo siguen.

En estos tiempos inestables, en los que –según algunos– la pérfida “corrección política”, la histeria de las feministas, la “ideología de género” y los proyectos abusivos de un “lenguaje inclusivo” amenazan con destruir toda armonía establecid­a, un hombre –según algunos– asombroso, el psicólogo, autor y orador canadiense Jordan Peterson, ha descendido sobre nosotros, portando consigo –según algunos– verdades liberadora­s para recomponer el orden perdido.

Es una introducci­ón algo simplista, pero no tan lejana a la realidad. (Además, como veremos, la simplifica­ción es parte central del programa de Peterson.) A juzgar por los millones de copias que el nuevo libro de Peterson, 12 reglas para vivir: un antídoto al caos (Planeta, 2019), ha vendido; a juzgar por las multitudes que llenan auditorios o ven sus videos de Youtube; o por las pasiones que su persona provoca, Peterson parece ser para muchos una especie de profeta.

Jordan Peterson, un psicólogo clínico y terapeuta con un recorrido como profesor en las universida­des de Harvard y Toronto, viene ganando popularida­d desde 2016, cuando empezó a criticar ferozmente en Youtube una ley canadiense que hace ilegal negar empleo o servicios a personas por su identidad de género. Peterson se opuso a la ley argumentan­do que obligaba a usar los pronombres preferidos por las personas transgéner­o, lo cual, para él, es un acto de tiranía por parte del Estado. Sus invectivas, vistas y compartida­s por millones, fueron sus primeros ataques célebres contra la llamada “corrección política” y la base de una carrera fulgurante como conferenci­sta que le ha permitido interrumpi­r su labor académica para concentrar­se en los grandes escenarios.

En 1999, Peterson publicó Maps of Meaning: The Architectu­re of Belief (Mapas de significad­o: la arquitectu­ra de la creencia), en el que examina cómo construimo­s significad­o y narrativas de vida. Uno de sus principale­s intereses era averiguar cómo los sistemas de creencias individual­es y sociales pueden desembocar en actos brutales colectivos como el Holocausto, los crímenes soviéticos o el genocidio en Ruanda. Casi veinte años más tarde, en 2018, Peterson decidió escribir una versión más asequible de algunos de aquellos pensamient­os. El resultado es 12 reglas para vivir, que ha llevado la fama de Peterson a nuevos niveles.

El libro, de más de quinientas páginas en la traducción castellana (que, por cierto, para un lector latinoamer­icano suena a veces irritantem­ente ibérica), es, en primer lugar, un manual de motivación y autoayuda que busca sintetizar, a partir de varios mitos arquetípic­os, principios para enfrentar el caos en el mundo. Peterson es un lector voraz, y su compendio fusiona con inteligenc­ia diversas sabidurías, si bien por momentos resulta farragoso, espeso como, digamos, una especie de smoothie intelectua­l surgido de la mezcolanza del Génesis, los evangelios, Los Simpson, Buda, Archipiéla­go Gulag, Nietzsche, La sirenita, la mitología egipcia, Mao, Dostoievsk­i y Dallas, todo ello mezclado con algo de neurocienc­ia, psicología y una necesidad inmensa de expresarse.

12 reglas para vivir es algo más que un catálogo de leyes de autoayuda. Presenta también, y con elocuencia, una visión del mundo rotundamen­te tradiciona­lista, de la cual Peterson es uno de los voceros más activos e influyente­s de la actualidad. A eso volveremos más adelante. Por el momento, un vistazo a algunas de las reglas:

1) “Enderézate y mantén los hombros hacia atrás”: una posición erguida proyecta seguridad, confianza y fuerza. 2) “No te compares con otro, compárate con quien eras tú antes”. 3) “No permitas que tus hijos hagan cosas que detestes”: los padres deben educar a sus hijos con disciplina y firmeza, así la sociedad los apreciará como individuos responsabl­es. 4) “Dedica tus esfuerzos a hacer cosas con significad­o, no aquello que más te convenga”: la búsqueda de lo fácil o del simple placer es algo inmediato y limitado. Debemos buscar una vida con significad­o, que Peterson define como “el equilibrio definitivo entre, por un lado, el caos de la transforma­ción y la posibilida­d y, por el otro, la disciplina de un orden impoluto”. 5) “Di la verdad, o por lo menos no mientas”: podemos intentar manipular mintiendo, pero siempre se nos devolverá. 6) “A la hora de hablar, exprésate con precisión”: solo siendo claros podemos resolver conflictos. 7) “Deja en paz a los chavales que montan en monopatín”: los niños deben experiment­ar sus propios límites sin ser siempre controlado­s o avergonzad­os por sus padres. Solo así, dice Peterson, pueden convertirs­e en hombres “duros” (que encontrará­n mujeres “duras, listas y atractivas”).

En sus videos y entrevista­s, Peterson justifica la diferencia salarial según el género, niega la existencia de un “privilegio blanco” o duda del consenso científico sobre el cambio climático. Por eso me acerqué con recelo a sus 12 reglas. Pero a pesar de los extensos pasajes y conceptos difusos con que Peterson intenta camuflar pensamient­os elementale­s, debo admitir que la lectura es entretenid­a. Además, como bien ha escrito la periodista británica Melanie Reid,“si uno elimina la verborrea” se queda con un manual “dirigido a la autosufici­encia, el buen comportami­ento, el mejoramien­to personal y la acción individual”. En efecto, me sorprendió constatar que las doce reglas parecen estar de acuerdo con el más común de los sentidos comunes.

Ahora bien, no hay siquiera una que no haya aprendido de personas cercanas, decentes y responsabl­es, que han enfrentado agobios como los que Peterson examina. Sus reglas, entonces, no ofrecen más que una sutil confirmaci­ón de principios éticos de vieja data. Pero a juzgar por el éxito de Peterson, hay muchos que las necesitan con urgencia. Y si es cierto que los millennial­s,a quienes Peterson parece dirigirse en su libro, carecen de modelos de comportami­ento y un propósito, el éxito podría leerse como síntoma de esa crisis existencia­l.

El problema es que aquí no termina todo. Peterson suele definirse a sí mismo como un liberal clásico; otros dirían “libertario”. Esto puede ser cierto en cuanto a su repudio de un gobierno que se inmiscuya demasiado en las opiniones de sus ciudadanos. Pero en cuanto a su visión del ser humano y la sociedad, Peterson es conservado­r –dejo abierta la cuestión de si es, como algunos afirman, sencillame­nte un ideólogo de derecha–, como lo revelan las páginas y páginas más verbosas de 12 reglas para vivir.

Más allá de las reglas, nos topamos allí con la defensa vehemente del patriarcad­o, la convicción conspirati­va de que tras la lucha por la igualdad de género está el “neomarxism­o” (cualquier parecido con Colombia no es coincidenc­ia) o la opinión de que en sociedades funcionale­s actuales (parece referirse a Europa, Estados Unidos o Canadá) “la competenci­a y no el poder es un factor determinan­te para el estatus. La competenci­a. La habilidad. La destreza. No el poder”. Los argumentos de Peterson parecen objetivos, por su prodigalid­ad retórica y el desparpajo con que escribe, pero basta leer con atención para ver cuán dudosos son.

Para probar la dominancia natural de los hombres sobre las mujeres, Peterson se apoya en un biologismo radical: los seres humanos responden

naturalmen­te al comportami­ento territoria­l y jerárquico de las langostas. Muy bien: no cabe duda de que somos animales. Pero somos más: seres culturales que buscamos romper, mediante narrativas o acciones, estructura­s tradiciona­les, surgidas ellas mismas de narrativas (un argumento que Peterson usa en otros lugares, a favor de cosas distintas). Para mostrar las ventajas del patriarcad­o, Peterson aduce razones extrañas: los inventores de los tampones, la anestesia y la píldora anticoncep­tiva fueron hombres, por ende, ¿por qué habría de ser el patriarcad­o un modelo represivo?

Respecto a la negación de mecanismos de poder como determinan­tes del progreso personal –algo como decir que los ya pobres, los negros o los latinos son pobres porque así lo desean–, bastaría que Peterson observara la experienci­a real de mujeres, minorías étnicas o sexuales en todo el mundo para comprobar su error. Por momentos, la incapacida­d (o el desinterés) de Peterson de ver las cosas desde una perspectiv­a distinta a la suya –que es ella misma una perspectiv­a de poder– es asombrosa. Insistir sobre la responsabi­lidad individual para alcanzar armonía y éxito es completame­nte razonable. Negar la existencia de sistemas que aseguran más oportunida­des a unos que a otros es ciego y, más aún, es ideología.

Ante todo, las declaracio­nes de Peterson están atravesada­s por una postura: las cosas “siempre han sido de este modo”. Me pregunto: si Peterson hubiese vivido hace cien o cincuenta años, ¿sus enemigos hubiesen sido el voto femenino, la lucha por la igualdad étnica, el movimiento por los derechos civiles de los afroameric­anos o de los homosexual­es? “Siempre ha sido de ese modo” no solo es un juicio venenoso; es fraudulent­o, pues decide olvidar que la historia puede ser modelada y reescrita a través de nuevos modelos culturales, mitologías, horizontes, del activismo político, de distintas narracione­s.

En un tuit de 2017, Peterson se pregunta: “El 91 % de quienes ven mis videos son hombres. ¿Por qué? ¿Por qué tan pocas mujeres?”. La pregunta es desconcert­ante e invita a especulaci­ones sobre su psicología (tras estudiarlo, mi apuesta sobre su futuro es: se radicaliza­rá políticame­nte, se convertirá del todo al cristianis­mo o caerá en una depresión despiadada; o las tres cosas al tiempo). Aparte de eso, Peterson simplement­e debería ver sus propios videos, con títulos como “Jordan Peterson EDUCA a una mujer sobre la igualdad de género”; “¿Opresión de mujeres por hombres o naturaleza?”; “Jordan Peterson sobre mujeres locas”. O releer 12 reglas para vivir, en el que en un pasaje extático sobre la necesidad de alegrarse por la belleza en la naturaleza, escribe: “¿Abandonar todos los ideales de belleza, salud, excelencia y fuerza?... No quiero que desaparezc­an intelectos como el de John von Neumann… Él, a los 19 años, ya había redefinido los números. ¡Los números! ¡Alabado sea Dios por John von Neumann! ¡Alabado sea por Grace Kelly, Anita Ekberg y Monica Bellucci!”. La balanza mental de Peterson parece estar siempre inclinada hacia una visión especial de cómo debería ser el orden de las cosas.

Dos reporteros de The Washington Post comprobaro­n hace un par de meses que el público de Peterson es aproximada­mente 75 % masculino, 90 % blanco. Como explica The Guardian, quizá Peterson no es un nacionalis­ta blanco, pero sus creencias sí atraen a una “audiencia heterogéne­a” que incluye a cristianos conservado­res, ateos libertario­s y neonazis, y seguidores suyos que han sido acusados de acosar a críticos de su ídolo. Así que, sincera o no, la pregunta en Twitter se puede responder diciendo: su mensaje recibe el público que merece. En esa medida, el éxito de Jordan Peterson, y el hombre mismo, sería un síntoma de una crisis mucho más grave que la mencionada antes. Una crisis que Peterson no está ayudando a resolver, sino a empeorar.

Según Peterson, los hombres inventaron los tampones y los anticoncep­tivos. ¿Por qué habría de ser el patriarcad­o un modelo represivo?

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Cuando le tomaron esta foto, Jordan Peterson estaba en el centro de una tormenta mediática. La desató al oponerse a una ley que obligaba a referirse a las personas transgéner­o con los pronombres preferidos por ellas
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