Una entrevista con Enrique Vila-matas
Rodrigo Fresán dijo de Vila-matas que es el más argentino de los escritores españoles, pues en él resuena Borges: “La manía referencial, el siempre dúctil aparato enciclopédico, el humor en serio, los juegos metaficcionales”. Una conversación larga y tendida con uno de los escritores más irreverentes de las letras hispanoamericanas, con ocasión de su nuevo libro Impón tu suerte.
La palabra “diversión” goza de pésimo prestigio en el mundo literario. Al parecer, el dolor y la angustia deben ser las verdaderas hadas protectoras de la inspiración y del hallazgo definitivo del tono estilístico. En pocas palabras, no hay nadie más respetado que un escritor atormentado. Y sin embargo, el escritor español Enrique Vila-matas ha escrito una gran cantidad de libros con la obstinada idea de jugar, de divertirse. Su obra se ha centrado primordialmente en un universo poco aconsejable para narrar: el universo de los escritores y de la escritura literaria y sus silencios. Esa terquedad lo ha convertido en un exquisito heredero de Borges y Georges Perec. Hablé con él largo y tendido en Barcelona.
Empecemos por el principio: ¿cuál es el origen de su pasión literaria? ¿Fue antes de su vida en París o cuando estaba prestando servicio militar? Me he encontrado en la casa de mis padres, que murieron hace dos años, dos cuentos que escribí a los cinco años, y me he quedado muy impresionado porque he tenido un recuerdo de haber dibujado y escrito, pero no que los conservaran y que tuviera esa edad cuando los escribí. Uno se llama “El duende de Aragón”, y es sobre un niño que viaja a Aragón y tenía novia. Son textos encuadernados, pequeños e ilustrados por mí. Eso quiere decir que aprendí a escribir y a dibujar al mismo tiempo.
Hay que sumarlos a su bibliografía, esos primeros textos.
Los tengo ahora en casa. Lo sabía, tenía un recuerdo de que había escrito a esa edad, más o menos. Pero el momento en que empiezo a interesarme por la literatura es al entrar en la revista Fotogramas, porque allí inicio el contacto con los escritores de la ciudad, con Marsé, Gil de Biedma. Hubo un libro que tuvo mucha influencia en mí, uno de entrevistas con escritores barceloneses que se llama Infame turba. Lo hizo Federico Campbell, el mexicano.allí había treinta entrevistas con escritores de la ciudad en castellano. Aparecían, por lo tanto, todos los escritores: Carlos Trías, Pere Gimferrer, Cristina Fernández Cubas; hasta Leopoldo María Panero.y en el servicio militar, en el norte de África, empecé a leer la literatura española, sobre todo Juan Benet,ana María Moix.
Traductora de Marguerite Duras.
Sí. Faltarían cuatro años para que la conociera. No sé si es que no había leído mucho, pero Juan Benet me pareció que era muy bueno, que era alguien que había que tener en cuenta. Estaba leyendo, me acuerdo, un librito que se llama Una tumba. En Melilla empecé a escribir una novela corta para pasar el tiempo, pero solo había leído poesía, sobre todo de la Generación del 27. Hace poco descubrí que en realidad empecé a narrar sin haber leído narrativa, sino más bien solo poesía, y en el fondo no está mal que sea así porque siempre la poesía, que no la he practicado nunca, ha estado detrás de mis intereses. No creo mucho en la narrativa poética, pero sí en la que tiene un sentido poético.
Lo de Marguerite Duras, ya en París, ¿tuvo una importancia fuerte en su formación o fue más bien una cosa accidental?
Todo fue como es la vida, muy casual y accidental. Simplemente encontré a una señora que me alquilaba una habitación muy barata, y me podía quedar a vivir en París. En la época de París no la leía, fue muy posterior. Tenía sus libros porque me habían regalado las traducciones al español, que sobraban, pero la leí poco y no acababa de entrar en lo que hacía. Posteriormente sí la he leído y la admiro como escritora, pero también reconozco que es una autora que, como me dijo Juan Marsé, “o la odias o la amas; no permite un término medio”. Marsé, por ejemplo, no la soporta; en cambio en mi caso lo que hacía me gustaba mucho. En concreto libros como La siesta de Monsieur Andesmas y El square.
“NO PUEDO CREER EN LO SERIO, ESCRIBO PARA DIVERTIRME”
Hablemos un poco de su escritura. Existe una frase que usted menciona bastante, que era de Joyce y más recientemente se la atribuyó a Kafka. Nadie va a preocuparse por saber exactamente de quién es la frase (eso es lo suyo), pero dice: “Pase lo que pase, lo correcto es largarse”. La sitúo como una frase de Joyce al comienzo del libro de entrevistas que se llama Fuera de aquí, que es un libro de conversaciones con mi traductor francés.ahora bien, ha pasado lo más absurdo con esta frase, con estas cosas inventadas o no. En realidad me la dijo un amigo irlandés que vive en Barcelona que se llama John William Wilkinson. Es un irlandés que tiene un nombre poco común. Él me dijo que Joyce la dijo, y eso es una posibilidad. Pero cuando me han comenzado a preguntar de dónde salió la frase de Joyce, le he preguntado a John William Wilkinson y me dijo que no lo recuerda, entonces comencé a pensar que es de Wilkinson. ¿O será mía? Pero tomémosla literal: usted se larga de la tradición literaria, pero luego llega la contradicción. ¿Cómo estar permanentemente buscando una forma nueva y estar parado en la tradición?
Basándome en la tradición para divertirme. La tradición es básicamente para divertirse, para estar pasándolo bien, intentando hacer algo que no había hecho o que no se había hecho.
Su idea de la diversión no riñe con su idea del rigor, ni mucho menos. ¿Todo lo serio debe ser humorístico? Lo serio, no; no puedo creer en lo serio. Hay una frase de Pierre Michon, que es uno de los escritores franceses que más me gusta, en que explica que por muy bueno que sea el autor que estás leyendo, sea Flaubert, Joyce o Proust, hay un momento en que el lector, que es inteligente, se da cuenta de que aquello es falso y dice:“anda ya”. Es buenísimo, es como decir “¿qué te has creído?”. Es decir, llega un momento en que me hacen reír quienes creen que lo que hacen es lo que es, como los que van a misa –que creen que lo ortodoxo es lo bueno y lo demás está mal–. Los que dicen que hay que hacer literatura política, los que dicen que no hay que hacer literatura política... No creo absolutamente en nada en concreto, todo es revisable.
¿Y a estas alturas, qué le dicen los lugares comunes de la originalidad, de la voz propia, de la autenticidad?
La autenticidad la veo como el mito moderno. Ridículo creer que somos originales, porque no lo somos. Ni siquiera sabemos si somos de aquí, de la Tierra. Me parece ridículo.y la autenticidad es lo que está de moda en la literatura española: la literatura de la confesión, de la verdad sobre uno mismo, la historia de tu familia y tú, el drama que viviste con ellos, etc. La sinceridad era aquello que odiaba tanto Nabokov. Era lo peor que le podía pasar a la literatura de ficción. Como si fuera posible, ¿no? También es el mercado. El mercado te dice “esto es auténtico”, estas zapatillas Adidas. Mira: he estado haciendo una conferencia en París, en el Collège de France, que se titulaba Bastian Schneider, que es el nombre de un escritor alemán inventado. Me lo inventé en el libro de Kassel no invita a la lógica,y me inventé una obra que estaba expuesta en Kassel, una sola.y luego, sin darme cuenta, utilicé el nombre y apellido para la conferencia de París. Bien, estaba escribiendo la novela en la que el narrador se llamaba Bastian Schneider y de repente me llegó una carta de Bastian Schneider, que es un escritor alemán que existe, joven… Entonces aquí ha empezado otra historia brutal, porque yo soy Bastian Schneider. Como la conferencia de París se tradujo al alemán en una revista internacional, mi editor