El esoterismo de Gary Lachman, invitado a la FILBO 2019
Una entrevista telepática (hay quien dirá ficticia) con el exbajista de Blondie, exguitarrista de Iggy Pop, escritor y ocultista, invitado a la Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBO) 2019.
Cuando me contacté telepáticamente con Gary Lachman por primera vez, yo debía tener unos diez años. En esa época, él trabajaba en una librería metafísica muy conocida de Los Ángeles, la Gilbert’s and the Bodhi Tree, desde donde pudo ver el nacimiento de lo que fue dado en llamarse la Nueva Era, un movimiento que pasó de ser la preocupación de un modesto grupo de innovadores pertenecientes a la franja lunática de los Estados Unidos a convertirse en una moda cultural de amplia y, en ocasiones, maniática popularidad. Esa librería era la favorita de unos de los pocos conspiradores de la era de Acuario, pero, después de los programas de Shirley Maclaine, abrió sus puertas a una clientela mucho más grande.
Gary había llegado allí por una vía circular que había empezado unos doce años antes de nuestro primer contacto. Su introducción en el mundo del ocultismo, lo esotérico y lo hermético había tenido lugar en 1975, cuando vivía en Bowery, en Nueva York, y tocaba el bajo en una banda de rock que algunos de ustedes seguro conocen y que se llamaba Blondie. También tocó la guitarra para Iggy Pop y forma parte del hall de la fama del rock and roll. En esa época se hacía llamar Gary Valentine. Así nos recuerda que vivimos muchas vidas dentro de una vida humana.
Aún eran visibles algunos vestigios de la década de los sesenta entre lo que luego llamarían punk, y por ese entonces leyó un libro que le cambió la vida. Su nombre era Lo oculto, y su autor era Colin Wilson. Al poco tiempo de leerlo, desarrolló un entusiasmo por ese tema que ha perdurado en su vida hasta el día de hoy, razón por la que nos encontramos en lo que la Nueva Era llamaría “el plano astral” para hacer esta entrevista para ARCADIA. Hola, Gary. Gracias por recibirme en este plano. Quisiera iniciar esta entrevista preguntándole por su campo de estudio actual. ¿En qué está interesado, aparte de la realidad política mundial, Trump y esos delirios tan peligrosos?
Desde hace algún tiempo he estado metido en el estudio de lo que es conocido como “la tradición esotérica occidental”. He escrito biografías de algunas de sus figuras más representativas, he visto su impacto en la política, en la literatura, en la cultura popular y en la sociedad, y he intentado entender su lugar e importancia dentro de la evolución de la mente occidental. “Esotérico” quiere decir “interno” y “secreto”, y si bien las raíces de este término son poco claras –hay quienes ubican su origen en la perdida Atlántida; otros, en el antiguo Egipto–, la tradición esotérica occidental nace de múltiples enseñanzas místicas y ocultas del pasado: del hermetismo, el gnosticismo, la kabbalah y el neoplatonismo que surgió en Alejandría en los primeros siglos de nuestra era. Una cosa que todas estas ideas y formas de entender el mundo comparten es que tienden a ser rechazadas por nuestra tradición intelectual, por el recuento “oficial” de la historia del pensamiento occidental. Conforman, como lo llamaría el historiador de lo oculto James Webb, un cuerpo de “conocimiento rechazado”, el desecho intelectual que expulsamos mientras abandonábamos las supersticiones del pasado para abrazar la ciencia moderna. Esta es una aseveración acertada pero incompleta, pues esa “otra” tradición, si bien menospreciada, se rehúsa a desaparecer y sigue estando a nuestro alcance de distintas maneras.
¿Por qué es rechazado ese conocimiento y por qué se rehúsa a desaparecer?
La razón principal del rechazo de ese conocimiento es que falla en seguir los criterios del conocimiento “real” como lo plantea la ciencia moderna. Desde sus inicios en el siglo xvii, la ciencia moderna se ha centrado en el tipo de “hechos” que pueden ser comprendidos por los sentidos: lo que puede ser probado y medido. Abandonó las explicaciones religiosas del mundo que ponían a un dios invisible detrás del universo, aceptó solo lo que podía ser visto y tocado, y trajo un análisis agudo de los fenómenos del mundo visible. Gradualmente, y cada vez con mayor certeza, llegó a la conclusión de que el único conocimiento que merece la pena investigar es del tipo de lo que puede ser cuantificado. Creía que las leyes físicas que podían ser observadas y medidas daban cuenta de todo, y fue abandonada la creencia en que algo más podía ser necesario o que algo más podía escaparse de las necesidades impuestas por esas leyes. Los resultados de esta creencia podemos verlos a nuestro alrededor por todas partes, desde el computador con que en algún momento hablaré con Álvaro hasta las sondas que hemos enviado al espacio para explorar los misterios del universo.
¿Cómo considera, después de todas sus indagaciones en el esoterismo, el hermetismo y en la tradición oculta de la humanidad, este tipo de conocimiento, es decir, el de la ciencia excluyente? Porque como en todo en el mundo, y en todo lo humano, existen todo tipo de científicos…
Decir que este tipo de conocimiento es bueno y útil sería una declaración incompleta. Como lo ha señalado más de un historiador, gracias a este el mundo ha avanzado más en los últimos siglos que en los milenios que los precedieron. Este tipo de conocimiento es absolutamente indispensable y es por él que hoy nosotros, quienes nos beneficiamos, vivimos vidas que ni siquiera soñarían nuestros ancestros.
¿Pero es este el único tipo de conocimiento?
La tradición esotérica dice que no. Existe otro tipo de conocimiento, uno que no es solo de