Ensayo: el año 1969
El ejercicio de mirar el pasado no implica solo repasar una colección de acontecimientos que determinaron el fin de una época. También muestra que el juego de espejos deforma el presente, pues ya fuimos lo que no queríamos ser.
Lo más angustiante del futuro es que cada vez es más fácil convertirlo en pasado. Lo que antes fue ciencia ficción hoy es una evidencia, con el gran problema de que la realidad no se parece a lo soñado. Baste mirar con triste nostalgia la película 2001:A Space Odissey, realizada por Stanley Kubrick en el año de gracia de 1968, coescrita con Arthur C. Clarke. Para fortuna del cine y de la literatura, y para desgracia de la realidad, 2001 fue el año menos parecido a lo que sucede en la obra maestra de Kubrick-clarke, hoy restaurada de manera impecable. El presente no se compadece con las expectativas. y no es un asunto relacionado con grandes temas o exclusivo de países con ambiciones universales. Para no ir más lejos, en el ámbito colombiano, la frase “Bienvenidos al futuro”, eslogan de la campaña de César Gaviria en 1990, sería la prueba reina para demostrar que lo prometido puede convertirse en todo lo contrario.
Concentrémonos en una época, en una circunstancia, en un aniversario. Remontémonos al año de gracia de 1969, que acumula anécdotas y acontecimientos curiosos pero significativos. Hoy por hoy, el 69 parecería ser tan solo un número que se asocia más al sexo o al signo Cáncer que a los momentos memorables de la humanidad. Pero el año 69, si se observa desde la perspectiva del tiempo, contiene señales que, a la postre, fustigan al presente y lo ponen en tela de juicio. Aceptemos el juego y echemos marcha atrás.
El año pasado se celebraron los cincuenta años de Mayo del 68, y el balance no pudo ser más tibio. Un reguero de adoquines y la utopía convertida en su propia parodia. ahora se nos vino encima 2019 y podemos echar mano, una vez más, de los espejos retrovisores. 1969 simboliza el final de la llamada “década prodigiosa” y, al mismo tiempo, es una vuelta a la realidad, en la que los sueños pusieron su evidencia de malos viajes y, a la inversa del viejo adagio, después de la calma se largó la triste tempestad de esa realidad. volviendo a Arthur C. Clarke, hay un libro, publicado en 1986, que se convierte en traviesa evidencia de cómo el futuro se transforma en ficción cuando se desnuda en el presente. El volumen, editado por Clarke, se llama 20 de julio de 2019 (Planeta, 1987). Es una colección de quince narraciones y un epílogo que dan cuenta de cómo sería la vida 33 años después de cuando el volumen fue gestado.viajes espaciales y medicina, ciencia y recreos, cine y deportes, guerra y psiquiatría se presentan desde las distancias arbitrarias de Cronos y ahora podemos leerlo como una jocosa colección de ilusiones.todo lo contrario a lo que sucede con la novela 1984, la fábula fatal de George Orwell, ahora convertida en un juego literario de temibles coincidencias. En otras palabras, el futuro se puede mirar desde el presente con cierta irresponsabilidad; pero cuando las premoniciones se convierten en pretérito imperfecto, la broma no deja de tener cierto sabor a desencanto.“el futuro ya pasó y no nos dimos cuenta”, dice un personaje de la película Nos amamos tanto, de Ettore Scola. Es muy probable que, en el caso del libro 20 de julio de 2019, la frase de Scola sea cierta. Lo mismo sucede con la lectura que podemos hacer, desde el presente que nos ocupa, del año en que se bendijo el Boeing 747.
GRITOS DE REBELIÓN
Mirar 1969 desde 2019 es un ejercicio ambiguo, no solo por la colección de acontecimientos que podemos considerar como triunfos culturales de la especie, sino también porque el juego de los espejos nos deforma el presente, al darnos cuenta de que ya fuimos lo que no queremos ser. El recuerdo de la Guerra de Vietnam y los asesinatos en serie, el advenimiento de Richard Nixon y los enfrentamientos raciales en Estados Unidos se contraponen al nacimiento de un nuevo tipo de tolerancia, al desnudo en el teatro (Oh Calcutta!, de Kenneth Tynan), a las películas generacionales y “liberales” (Easy Rider, Bob & Carol &Ted & Alice, Midnight Cowboy, Butch Cassidy & The Sundance Kid…), a la aceptación de nuevas posturas frente al erotismo (como la que se tuvo en el filme sueco I Am Curious [Yellow], de Vilgot Sjöman) y, sobre todo, a lo que representó y sigue representando la música rock, consolidándose como la banda sonora definitiva de una generación sin lengua.
En 2011, el editor Rob Kirkpatrick publicó un extenso estudio que puede servir de mapa de ruta. Se trata del volumen titulado 1969: The Year Everything Changed (Skyhores, 2011), en que se realiza un viaje exhaustivo por lo que sucedió “in America” (ya sabemos de cuál “America” se está hablando) y que determinó los grandes cambios de la cultura occidental, abriendo y cerrando las puertas de las utopías y de las esperanzas. El autor comienza aclarando la relatividad de las fechas y de cómo el año 68 se ha devorado los estudios de una década, hasta concluir con un chiste: que su libro ha debido llamarse 1969: el año después del año importante. En realidad, no hay unos años más grandes que otros, así como la década de los sesenta no debería empezar en el sesenta ni terminar en nuestro año de gracia. De hecho, se habla de “los largos años sesenta” que cambiarían de edad, según lo considera Fredric Jameson (Periodizar los 60), de acuerdo con consideraciones sociales, culturales y políticas específicas (en Colombia, la historiadora Katia González considera que nuestras “rutas de la vanguardia” comenzaron en 1958 y terminaron en 1976).
1969, de todas maneras, es un año de transición, un año-símbolo en el que se presentaron acontecimientos definitivos que marcaron el destino y el desconcierto de toda una generación. Es muy probable que el acontecimiento definitivo universal del año 69 fuese la llegada del hombre a la Luna, un 20 de julio, como el citado libro antológico de Arthur C. Clarke. El florero de Llorente de la Guerra Fría fue “el gran salto de la humanidad”, tal como dicen que dijo Neil Armstrong al posar su pie sobre la superficie selenita. Hoy no son los estadounidenses quienes repiten la hazaña, sino los chinos, con su inesperada conquista del “dark side of the moon”, rindiendo un homenaje involuntario al álbum clásico del grupo británico Pink Floyd.
Pero hay una línea de tiempo que presenta puntuales curiosidades que, vistas a la luz de la historia, se convierten en vaticinios y, por qué no, en advertencias. Empezando por los acontecimientos políticos estadounidenses, que van a seguir alterando el devenir del planeta hasta convertir a los jóvenes en los protagonistas “de la raza humana”. Es preciso recordar que Richard Nixon se posesionó como presidente de EE. UU. en enero de 1969, “en el invierno de nuestro descontento”, mientras The Black Panther y los estudiantes universitarios se encargaban de darle la bienvenida. En ese mismo mes, el blues clásico del sur de los Estados Unidos vivía un curioso renacimiento gracias a una nueva banda inglesa que sacaba su primer volumen de obras maestras: Led Zeppelin (el primer álbum apareció el 12 de enero; el Led Zeppelin II, en octubre). El 30 de enero, quizás sin proponérselo,the Beatles sellaban su destino en el techo de su estudio en Savile Row, Londres, al dar el último, espontáneo concierto de la banda, aunque aún vendría en septiembre el álbum Abbey Road y, en 1970, la despedida oficial con Let It Be.
La música, a la postre, se convertiría en la mejor manera de llevar la contraria. De hecho, cuando Estados Unidos se desmarcó de la inocencia romántica de la guerra contravietnam, tras la masacre de My Lai, los festivales de rock se convirtieron en la forma más efectiva de lanzar los gritos de rebelión. La idea, no precisamente política, tuvo su clímax de la mano de The Rolling Stones en el Hyde Park londinense, el 5 de julio de 1969, para despedir a Brian Jones, fundador de la banda, quien muriese a los fatídicos 27 años ahogado en su piscina.